25 noviembre 2007

“La realidad es más terrible, la nota roja no inventa nada”

Juan Carlos Aguilar García
"El interés de la gente por la desgracia ajena se debe principalmente a dos cosas: al morbo natural que los humanos tienen por lo grotesco y lo prohibido, y porque sirve como un aliciente para los jodidos. Hay mucha gente que es pobre, que no tiene dinero para comer, pero que al ver una revista como Alarma! dice: ‘pues no estoy tan jodido, este güey está peor, porque está muerto. El otro está peor justamente porque ya no está’”.
Las palabras son de Miguel Ángel Rodríguez, quien durante 25 años —los últimos tres como director—, ha trabajado en Alarma! complaciendo a millones de personas en México, Estados Unidos (que hasta la tiene como material de lectura en algunas de sus prisiones) y próximamente España.
Incluso se ha convertido en una publicación de culto, a la que le han dedicado amplios reportajes en la revista inglesa Bizarre y en libros japoneses dedicados al cultivo de imágenes sangrientas. Todo surgió cuando el director fundador de Alarma!, Carlos Samayoa Lizarraga, al ver que publicaciones de nota roja como Impacto o Magazine de policía no vendían lo suficiente, se fijó la meta de crear una publicación que verdaderamente “alarmara”, al exhibir en sus páginas lo más cruento de nuestro país.
Con esta idea en la cabeza, sólo faltaba un logotipo apropiado. Fue entonces cuando se creó el clásico Alarma!, con una tipografía que remite a la que se formaría si se trazara con un dedo con sangre, enmarcada en un fondo amarillo.
El primer número salió en abril de 1963. Actualmente, Miguel Ángel no concibe su vida fuera de la redacción de esta revista a la que llegó desde los 17 años de edad. “Yo nunca estudié la carrera de periodismo. Fui nada más a la secundaria, luego anduve un añito de vago y después, a los 17 años, me metí a trabajar como mensajero. Recogía las notas del interior de la República que mandaban todavía por paquetería y bueno, ya sabes, a ir por los chescos y las tortas.
“Ahí, poco a poco —recuerda Miguel Ángel— empecé a aprender todos los secretos para hacer una revista: desde diseñar las páginas, hasta hacer una nota”. No sólo eso. Comprendió muy bien qué es lo que le gusta ver a la gente, lo que le ha permitido lograr tirajes de más de 200 mil ejemplares.
“A la gente entre más imágenes sangrientas, más les gusta. La nota roja debe incluir siempre un crimen, lo sangriento”. Y reconoce que en realidad no hay un límite al momento de seleccionar una fotografía. Por eso ilustró en su totalidad dos de los casos más sorprendentes que han logrado sacudir a Miguel Ángel en todos estos años.
Narra a detalle: “Hubo un asunto en Oaxaca que sucedió hace como cuatro años, en donde una señora embarazada llamó a una comadrona para que le hiciera el trabajo de parto. En un asunto muy extraño, el bebé venía de pies. Entonces la mujer, en su intento por sacar al niño jala tanto, jala tanto, ¡qué lo decapita! Se queda con el cuerpo en sus brazos, mientras que la cabeza permanece adentro. Obviamente se espanta y se va. No me explico la fuerza que tuvo que imprimir la mujer para decapitar al niño”.
“O el caso, en el estado de México, de un esposo celoso que mató a su mujer. Resulta que la esposa tenía un amante. Entonces el esposo invita a tomar unos tragos al susodicho, en donde aprovecha para envenenarlo. A ella la golpea hasta que la deja en estado inconsciente para luego meterle un balazo por la vagina, que le atraviesa todo el cuerpo y le sale por el cráneo. Le pega justamente en la parte donde lo engaña. Ese tipo de crímenes son de mucho cerebro. Lo planeó todo”, refiere Miguel Ángel, quien es ferviente lector de libros sobre asesinos en serie.
Y por si alguien duda de la veracidad de estos relatos, aclara: “Alarma! no manipula nada. Tenemos muy mala fama de que somos amarillistas o sensacionalistas, pero no. Si te decimos que fueron veinte puñaladas, fue porque el perito así lo confirmó. “Son hechos tan crueles que si nosotros tratáramos de inventarlos no nos saldrían casos tan terribles. Es increíble la saña que se tiene a veces para matar a alguien, que no necesitamos hacer más. La verdad es que está gacho pero nos dan todo”.
Miguel Ángel ha pasado así más de media vida, conviviendo de frente con la muerte —la propia y la ajena— en donde, dice, al final terminas por acostumbrarte.“Me dicen que soy muy frío, que no tengo sentimientos, pero no. Lo que pasa es que ya lo veo natural; a estas alturas ya no puedo ver nada peor de lo que he visto. Además, yo también tengo a mis muertos. Ví a mi padre muerto cuando tenía ocho años y cargué a mi hermano difunto, pero ya no lloro, además de que nunca he sido muy chillón”.
“Trabajar en una revista así me ha servido incluso como terapia, a saber que un empujón en el metro me puede costar un piquete o una golpiza, o que por decirle un piropo a una mujer me pueden asesinar. Sé que tengo que portarme bien para no salir en las páginas del Alarma!. No me he vuelto violento y hasta ahorita no he matado a nadie”, finaliza.

19 noviembre 2007

Sorpresa

¿Qué piensa el hombre de la imagen? ¿Qué pasa por su cabeza mientras lee, una y otra vez, el cabezal del periódico? "Lo asesinó por error", repite lentamente, como paladeando cada una de las letras. "Lo-a-se-si-no-por-error", pronuncia entre dientes, dejando escapar un pequeño susurro. Esto lo sé porque lo he estado observando desde que llegó, hace poco más de 20 minutos, al puesto de periódicos. En cuanto lo vi, sentí conmiseración por él. Con una apariencia que no podía provocarme sino lástima, llamó poderosamente mi atención debido a que bajo su brazo cargaba un ejemplar del periódico que ahora veía extrañado en el puesto. ¿Por qué le soprendia tanto algo que seguramente ya había leído detalladamente? ¿Conoció acaso a la niña muerta, esa que ahora aparecía en el suelo con un impacto de bala justo en medio de sus ojos? ¿Sabía algo del asesino? Aún no terminaba de pensar en esas posibilidades, cuando el hombre miró sobre sus hombros y me clavó una mirada llena de terror. Luego fue de odio. Juraría que estaba a punto vociferar contra mí no sé qué patrañas, cuando la sirena de una patrulla lo hizo cambiar sus intenciones. Cambió de brazo su periódico y salió corriendo hasta desaparecer por una solitaria calle. Casi había olvidado este percanse, cuando vi de nuevo al hombre, ahora acompañado de dos policías. Pero, no en plan de detenido, sino de auxilio. El hombre no había huido de la policía, como llegué a creer, sino que ¡había ido por ellos! Entonces me sentí verdaderamente incómodo y maldije no haberme ido de aquel lugar. Los tres se dirigían hacía mí, lo cual no significaba nada, por supuesto, pero no me gustaba nada ¿Qué sucede? ¡Ahora me está señalando! Los dos policías fijan entonces su mirada en mí y con un ademán me ordenan que me quede quieto. Caminan los tres en plan desafiante. Apresuran el paso y luego comienzan a correr. Yo hago lo propio sin dejar de preguntarme cómo es que lograron saber que yo, el autor de la fotografía y de este texto, era el asesino...