11 febrero 2008

Al César lo que es del César

Hace algunos días mi buen amigo Jorge Tovalín me retó a superar su marca en un test de películas y series de ciencia ficción. Como pueden ver, quedé abajo por algunos puntitos. La razón es muy simple: nunca he sido fan de Star Trek y en la pruebita venían dos preguntas que hacían alusión a dicha serie. Ejem, no me justifico, sòlo me explico (¿Qué paso con The Twilight Zone, por ejemplo?)Por lo pronto acepto gustoso mi derrota, aunque advierto que esto no se quedará así. Lo venceré aunque sea lo último que haga, lo último que haga. (por cierto, ¿Los Pitufos son ciencia ficción?)
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Ciencia Ficción: ¿anticipación o fantasía?

(Juan Carlos Aguilar García)
"La Luna, en aquel momento, en vez de presentarse plana como un disco, dejaba ver ya su convexidad. Si los rayos del Sol la hubieran herido oblicuamente, la sombra proyectada hubiese permitido ver las altas montañas, que se habrían destacado perfectamente”. Con tal precisión describía Julio Verne (1828–1905) la superficie lunar un siglo antes de que el hombre, luego de intensas pruebas, tuviera frente a sus ojos aquel panorama.
La proeza quedó relatada en su novela De la Tierra a la Luna, pionera de la ciencia ficción (CF), que este 2005 cumple 140 años de haberse publicado, y que pone de manifiesto el estrecho vínculo que hay entre este género literario y el mundo científico, fundamental para que surgieran este tipo de historias.
En la misma novela sobresalen además las descripciones de una nave espacial que logra surcar el cielo en busca de nuevos horizontes —en su mayoría, con gran corrección científica— y que no pocos críticos han llamado una de las tantas “anticipaciones” de Verne.
Uno de ellos, Donald Tuck, ha señalado en The Encyclopedia of Science Fiction and Fantasy: “Verne siempre insistía en hacer cada detalle plausible y su don para la profecía se apoyaba en una sólida base científica”.
De ahí que en el lejano 1870, en Veinte mil leguas de viaje submarino, Verne describiera con gran precisión, tanta como la ciencia de la época le permitía suponer, submarinos que se suministraban con energía eléctrica y que tenían la capacidad de permanecer bajo el agua por un tiempo prolongado. Y no sólo eso. También mostró certeza en materia cinematográfica, de televisión y comunicación a distancia.
Así el laureado autor francés ya no fue sólo un escritor de aventuras, sino el primer escritor de aventuras científicas... el “padre de la ciencia ficción”. El primer escritor que publicó distintas novelas de CF y que vivió de ello. No obstante, opinan expertos, no es el autor de la obra que dio origen al género. Eso le corresponde a la inglesa Mary Shelley, quien en 1818 publicó Frankenstein o El Moderno Prometeo.
Al respecto, el autor británico Brian Aldiss ha señalado, con beneplácito de escritores y críticos, que “Shelley es la madre de la ciencia ficción”, pues fue ella quien por primera vez recurrió a la ciencia para crear un producto literario.
Al tiempo que construía la trama de un científico que mediante impulsos eléctricos logra reanimar un cuerpo muerto, se daban los primeros experimentos para hacer reaccionar músculos de rana con descargas electrificadas. Dice Shelley en el prólogo de la obra:
“El hecho que fundamenta esta narración imaginaria ha sido considerado por el doctor Darwin (Erasmus, nieto de Charles Darwin) y por otros científicos alemanes como perteneciente, hasta cierto punto, al campo de lo posible. No deseo que pueda creerse que me adhiero, por completo, a esta hipótesis; sin embargo, al basar mi narración sobre este punto de partida no pienso haber creado, tan sólo, un encadenamiento de hechos terroríficos concernientes por entero al orden sobrenatural”.
Así, Shelley publicó la primera obra, pero es Verne el primer autor quien cultivó el género.
¿CIENCIA FICCIÓN?
Pero entonces, qué sucede con trabajos como Viaje a la Luna, escrito por el francés Cyrano de Bergerac en 1657, o con antiguos pasajes en los que “seres extraterrestres” visitan la Tierra. El estadunidense Isaac Asimov, señala contundente: son relatos fantásticos, mitológicos o épicos pero jamás ciencia ficción pues no recurren a elementos científicos para construir sus historias.
En el libro Isaac Asimov. Sobre la ciencia ficción, explica que la palabra “ficción” proviene de la palabra latina que significa inventar. Cada una de estas ficciones cambiará según su contenido. “Si los hechos relatados —apunta Asimov— tratan de amor, tenemos una ‘ficción de amor’. De la misma manera podemos tener ‘ficción de misterio’ o ‘ficción de terror’. (...)
Así, si las revistas de nuestro campo tratan, en una u otra forma, sobre cambios futuros en el nivel de la ciencia y de la tecnología derivada de ella, ¿no es lógico, entonces, considerar que son ‘ciencia ficción’ (science fiction, literalmente ficción de ciencia)?”.
PROFETAS.
Otros escritores —también con sólidas formaciones científicas— seguirían los pasos de Shelley y Verne, como H. G. Wells (La guerra de los mundos, La máquina del tiempo), quien en 1914 escribió en el Mundo Liberado sobre una arma atómica que tuvo a bien llamar “bomba atómica”. En el mismo sentido, Cleve Cartmill, en su relato Deadline (1944), describió con sorprendente precisión el desarrollo de la energía atómica, año y medio antes de que fuera dada a conocer oficialmente.
Por su parte, Hugo Gernsback (editor de Amazing Stories, la primera revista dedicada exclusivamente a la CF), es recordado porque sus numerosos inventos —tiene más de 80 patentes— son actualmente una realidad, como los radares, las sinfonolas, los detectores de mentiras, las lámparas fluorescentes; o están apunto de realizarse, como los videoteléfonos.
Asimismo, Arthur C. Clarke hablaba en su artículo “Extra–Terrestrial Relay”, publicado en 1945, de un modo de comunicación basado en satélites, sin el cual no se entendería el mundo actual.
Gernsback no se equivocó cuando en 1926 —mientras las páginas de su revista describían ciudades ultra modernas, naves extraterrestres viajando a velocidades supersónicas o robots con forma humanoide— aseguró, sin que nadie le creyera, que la ciencia ficción es “hoy ficción extravagante... mañana hecho irrefutable”.
Este texto se publicó en el periódico La Crónica.

Enrique Bordes Mangel, conciencia de disidentes y uno que otro aporreado

Juan Carlos Aguilar García Los que lo conocen saben que es un hombre insurrecto, contestatario y dueño de una honestidad a prueba de balas. Él mismo se define como una persona inconforme, íntegra y, ante todo, humilde. “Por lo menos para mí, esto último es lo más importante”, asevera. Humilde, pero no sumiso. En el ejército fue dado de baja por mostrar una “mala conducta incorregible”. Se trata del reportero gráfico Enrique Bordes Mangel (1922), quien durante más de medio siglo capturó los acontecimientos sociales más violentos de la ciudad de México como una forma de evidenciar la agresión del gobierno contra los disidentes. Así, cientos de marchas, protestas y represiones policiales forman parte de su extenso archivo fotográfico, conformado por más de 22 mil negativos, en los que se advierte la saña de las autoridades a la hora de aplacar a los “revoltosos” y que el propio Mangel experimentó en carne propia al recibir múltiples golpizas. Por eso no es difícil creerle cuando dice que arriesgó su vida varias veces con tal de obtener la mejor foto. Mucho menos cuando se ha observado aquella imagen en la que un hombre le apunta de frente con una pistola y que Mangel tuvo la ocurrencia de titular Mi pelotón de fusilamiento. “La tomé justo cuando un infeliz me está disparando. Pegué un salto de inmediato, así que estaba en el aire cuando tomé la fotografía. Digamos que cada quien disparó su arma, nada más que yo gané”. Esto lo rememora Mangel ahora que Rebeca Monroy Nasr, investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, ha iniciado la recuperación de su trabajo profesional a fin de realizar una edición que recupere su valor testimonial. “Recuerdo que ese fue el primer mitin violento de la ciudad; hubo pistolas y todo eso”. Al final la imagen se publicó en 13 periódicos y lo hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 1958. Para ese entonces, Mangel llevaba 17 años como profesional. Había iniciado en 1941, año en el que publicó su primera fotografía en la revista México, en la que mostraba todo lo que había asimilado de sus maestros Ricardo Razetti y Manuel Álvarez Bravo. “Aprendí mucho siendo el canchanchán”, asegura Mangel, quien guarda celosamente las revistas en las que han aparecido sus placas, como Hoy, Mañana, Siempre, Al día, Sucesos, Zócalo, Revista política y Solidaridad, del Sindicato Mexicano de Electricistas. O como aquella en la que se publicó La tercera caída, donde se ve a un maestro hincado en el suelo con el rostro ensangrentado, luego de que fuera aporreado en una marcha el 4 de agosto de 1960. “Lo de la tercera caída es literal. Ya lo habían madreado tres veces”. —Es una foto muy fuerte. El hombre lo está viendo a los ojos... —Yo mismo se lo pedí. Le dije: “Levanta la cara, para saber a quién le dieron en la madre”. Esa vez estuvo duro, hasta entró la caballería. —Y a usted, ¿cuándo le tocó? —Varias veces. En una ocasión, un pinche bombero hijo de la gran puta me tiró un hachazo. Me salvé gracias a que un compañero me jaló, sino estuviera muerto. En otra más un perjudicial me retó. Yo le dije: “Son ustedes unos hijos de la chingada. Y no te rompo la madre por tu defecto”. Estaba manco el cabrón. Pero lo más fuerte aconteció en junio de 1971, el día del halconazo. Iba solo al frente de la marcha cuando unos hijos de la gran puta comenzaron a madrearme. En ese momento llegó el editor de fotografía de El Nacional, Alfonso Carrillo, para retratarme. Pero entonces me soltaron y bolas, que se van contra él. Al final yo le tomé la foto cuando lo estaban agasajando. Y aquí, Mangel aprovecha para dar una pequeña lección: “En las marchas siempre hay que ir adelante, ahí es donde suceden las cosas. Los que vienen atrás ya no van a tomar el agasajo fotográfico. Esa es la mejor manera de hacer un reportaje”. REBELDES EXILIADOS. Este acontecimiento hizo que Mangel estuviera en la mira de las autoridades. La consigna era matarlo. Por eso decidió autoexiliarse en Canadá por diez años, relata Mangel, quien adoptó la actitud rebelde de su padre, un revolucionario que participó en la redacción del Plan de San Luis y que también tuvo que exiliarse para salvar su integridad. “Con un papá así uno no puede fallar. Mamá siempre nos decía: ‘Tu padre fue una persona decente, incorruptible’. Tenía los tamaños para hacer las cosas, no se andaba con bromas. Una vez, cuando formaba parte del Colegio Militar, y Porfirio Díaz pasó a su lado, le gritó: ‘aléjate, Satanás’, lo que, por supuesto, le valió un castigo”. —¿Hasta qué punto se arriesgaba por una foto? —Pues mucho. En esto hay que andar con el cerebro frío. Así es el oficio. Llega a ser ingrato, pero la satisfacción de ver que otros estiman tu trabajo es lo que más cuenta. —¿Y los chayotes (soborno)? —Yo nunca agarré uno. Hay que tener respeto por uno mismo. El que no se respeta no lo respeta nadie. Si coge uno un chayote ya se chingó, porque entonces es comprable. —¿Qué con el 2 de octubre del 68? —Ese día se casó uno de mis primos y pues se me fue la matanza. Quise ir pero mi tía no me dejó. —Para usted, ¿quién ha sido el presidente más represor? —Sin duda Adolfo López Mateos. No fue más represor que Gustavo Díaz Ordaz, pero porque no tuvo tiempo. Mateos fue responsable de las represiones de los ferrocarrileros, los maestros y los petroleros. Con él se iniciaron las represiones y con ese hijo de puta Humberto Romero Pérez, su secretario particular. —Justo ahora que estamos platicando hay una marcha... —Lamentablemente las cosas no han cambiado mucho. Las leyes siguen siendo para proteger al Estado y que se joda el pueblo. —¿Con qué se queda después de toda una vida dedicada a la fotografía? —Con satisfacciones, pero sin dinero. Yo fui un fotógrafo muy barato. Nunca fui goloso para cobrar mi trabajo, por eso ahora estoy tan prángana...