30 junio 2008

"Es increíble la de kilos y kilos de intestinos que tenemos dentro"

A continuación, una entrevista con Miguel Ángel Rodríguez, director del semanario Alarma!, publicada en la revista Vice. Texto: Santiago Stelley. Foto: Tomás Morales.
Alarma! es el diario de nota roja más antiguo de México. Se compone básicamente de noticias truculentas, fotografías de cadáveres mutilados y titulares redactados a modo de chistes ultracafres sobre la muerte y el dolor ajeno. Hace poco entrevistamos a Miguel Ángel Rodríguez Vázquez, su editor.
Vice:¿Cómo te convertiste en director del Alarma!? Miguel Ángel Rodríguez Vázquez: Empecé trabajando en el departamento de correspondencia en 1981 y con el tiempo fui aprendiendo a maquetar la revista. Luego empecé a redactar y hacer fotografías para la revista y, años después, me convertí en ayudante del director. Él murió hace cuatro años y yo le sucedí en el puesto.
—¿Y en qué consiste tu trabajo?
—Básicamente, reviso todo el material que llega a mi mesa, selecciono las noticias, escribo los titulares y corrijo los artículos.
Alarma! fue el primer periódico de este tipo, ¿no es cierto?, el primer tabloide de la llamada “prensa roja”.
—Sí, Alarma! empezó a publicarse en 1963. A un periodista llamado Don Carlos Samayoa Lizarraga se le ocurrió lanzar una revista que se ocupara exclusivamente de crímenes y delitos. —La revista despegó verdaderamente en 1964 con el artículo sobre las Poquianchis, que eran tres mujeres que regentaban un infame burdel en Guanajuato. Se las acusaba de haber cometido 28 homicidios. Todas sus víctimas eran muchachas jóvenes que trabajaban para ellas como prostitutas. Hallaron sus cuerpos enterrados en el patio trasero de las Poquianchis.
—Y Alarma! cubrió la noticia con todo lujo de detalles, escarbando incluso en los más gore, supongo…
—La revista siguió la noticia durante más de ocho meses. Uno de nuestros periodistas, Jesús Sánchez Hermosillo, se desplazó a Guanajuato y entabló amistad con las señoras Delfina y María de Jesús, las dos primeras Poquianchis que fueron detenidas. Le contaron su versión de los hechos y cómo habían sobornado a la policía local y a los presidentes municipales…
—¡Vaya bomba!
—La historia de las Poquianchis se convirtió en una especie de fotonovela para nuestros lectores, pero era incluso mejor, porque era una historia verídica con mujeres asesinadas, fetos enterrados, muchachas forzadas a ejercer la prostitución, trata de blancas, etcétera…
—Tenemos más de dos mil fotografías sólo de esa historia. Publicamos las cartas de amor de las chicas, sus álbumes familiares, absolutamente todo. Aquella historia captó la atención de todo México y fue el primer exitazo de nuestra publicación.
—Siempre he sido un gran fan del número sobre el terremoto que sacudió México.
—El terremoto de 1985 también fue una noticia que cubrimos ampliamente. La tirada inicial de la revista la primera semana superó los 2,5 millones de ejemplares. La semana siguiente bajó a 2 millones, pero seguía siendo una cifra extraordinaria. Cubrimos el terremoto desde todos los ángulos posibles.
—¿Cuál es tu artículo preferido de ese número?
—Recuerdo un artículo sobre un niño llamado Monchito. Era un niño que supuestamente había quedado sepultado bajo una casa que se había derrumbado a causa del terremoto. Todo el mundo en México sufría por Monchito y rezaba por Monchito. Trajeron a un montón de expertos para ingeniar un modo de rescatarlo.
Al final resultó ser que Monchito ni siquiera existía. Los propietarios de la casa se habían inventado que estaba allí porque querían rescatar una caja fuerte que había quedado sepultada bajo las ruinas de su casa. Poco después del enorme impulso que vivió la revista tras el terremoto, el Gobierno clausuró Alarma!
—¿Qué ocurrió?
—En 1986, México iba a ser la sede del Mundial de fútbol, y el Gobierno decidió clausurar todas las revistas pornográficas del país. Alarma! no mostraba chicas desnudas ni nada por el estilo pero, según la comisión gubernamental, habíamos cometido algunas faltas técnicas, como no imprimir las advertencias pertinentes de “contenido para mayores de 18 años” en la portada o vender la revista retractilada.
Nos pusieron mil y una excusas, pero la verdad es que sencillamente una de las publicaciones de nuestro grupo, una revista llamada Impacto, era por entonces muy crítica con el Gobierno y nos castigaron por motivos políticos. Algunas otras publicaciones, la mayoría de las cuales consideraban nuestra revista vulgar, mala y barata, salieron en nuestra defensa. Todo el mundo sabía lo que estaba pasando, pero nadie podía hacer nada para detenerlo. Alarma! estuvo prohibida durante casi cinco años.
Cuando finalmente la relanzamos en 1991 tuvimos que cambiar de nombre. Así nos convertimos en El Nuevo Alarma! En cuanto salimos a los quioscos, recuperamos a todos nuestros lectores y dejamos fuera de combate al resto de revistas de prensa roja que habían ido surgiendo entre tanto.
—¿En qué se diferencia la nueva versión?
—La revista en sí no ha cambiado mucho con el paso de los años. En esencia sigue siendo la misma publicación con la que soñaba Don Carlos. Internamente debatimos largo y tendido sobre aplicar un cambio de diseño por el que abogaban algunas personas, pero yo siempre luché por mantenerlo muy simple.
A la gente le gusta la revista tal como es, porque resulta fácil y rápida de leer. No somos una revista moderna con veleidades artísticas, y tampoco es eso lo que nos piden nuestros lectores. Intentamos crear una revista muy simple y visual. Si no hay fotografías, no hay artículo. A nuestros lectores les gustan las fotografías.
—Sí, ¿y por qué crees que ocurre eso? ¿Qué fascinación puede despertar ver fotografías de cadáveres decapitados y cosas por el estilo?
—A la gente le interesa el tipo de historias que publicamos. No creo que se trate de ninguna enfermedad malsana ni nada por el estilo. Simplemente es curiosidad. A la gente le gusta ver cómo estamos hechos por dentro. Tenemos millones de fotografías de cadáveres con los intestinos colgando.
Es increíble la de kilos y kilos de intestinos que tenemos dentro. A mucha gente le gusta verlo. Además, si no publicamos fotografías de muchos cadáveres en un número, recibimos un montón de correos electrónicos acusándonos de habernos vuelto demasiado conservadores.
—¡Qué curioso! Imaginaba que recibiríais más de gente acusándoos de ser demasiado sensacionalistas.
—Ah, claro, eso también. Un montón de gente nos tacha de ser demasiado sensacionalistas, pero la información que publicamos es toda verídica. Son hechos reales y contrastados. No nos inventamos nada ni retocamos las fotografías. No hay necesidad de hacerlo.
—¿Qué tipo de artículos son los que mejor funcionan?
—Los crímenes sobre los que informamos han cambiado ligeramente. Los artículos que mejor nos funcionan son los de crímenes relacionados con el narcotráfico, como por ejemplo los cuerpos decapitados que se han encontrado recientemente en Acapulco. En Michoacán a cinco personas les volaron la cabeza mientras bailaban en una discoteca. Ese tipo de artículos funciona realmente bien.

—La mayoría de las historias suceden en las ciudades, ¿no?
—En realidad, la mayoría de nuestros artículos ahora mismo se sitúan en Michoacán y Guerrero. El año pasado era en Tamaulipas y hace cinco años en Culiacán. Es muy interesante ver cómo la ola de crímenes se va desplazando por el país. Por ejemplo, me sorprende que la violencia haya desaparecido en Culiacán.
En 2001 se registraron allí unas mil ejecuciones en un par de meses. Otro aspecto interesante es que los crímenes son cada vez más violentos. Antes eran tiroteos desde coches. Ahora a las víctimas siempre se las decapita o se las entierra vivas. El grado de depravación va en aumento. —Me pregunto por qué será…
—Porque quieren meterle el miedo en el cuerpo a la gente. Supongo que piensan que si matas de forma violenta, te respetan más o algo por el estilo. Como la mayoría de los crímenes están relacionados con las drogas, creo que tienen la necesidad de atemorizarse unos a otros para irse asegurando zonas.
—Mi padre era policía y me decía lo mismo, que los crímenes por drogas normalmente son más violentos que el resto de crímenes.
—Los crímenes relacionados con las drogas son muy distintos de los crímenes pasionales. Si miras números antiguos de Alarma!, la mayoría de los artículos van sobre crímenes pasionales, con titulares como: “La mató por flirtear”.
—Antes ése era el pan nuestro de cada día. Ahora los titulares son muy distintos, pero eso también tiene que ver con el hecho de que debemos ser mucho más cautelosos con las palabras que escogemos.
—¿A qué te refieres?
—Don Carlos tenía un don especial para crear neologismos. Por ejemplo, para referirse a los homosexuales solía decir “los mujercitos” y las lesbianas eran “hombrecitas”. Ahora no podemos utilizar este tipo de palabras porque nos acusarían de violar los derechos humanos.
—Por extraño que parezca, nunca se ha interpuesto una demanda contra Alarma!, pero, como medida de prevención, ahora utilizamos un humor un poco menos oscuro. Básicamente hemos abandonado el negro por el gris.
—¿En qué artículos estás trabajando en estos momentos?
—Esta semana se han producido cuatro crímenes pasionales en México. Se me están agotando las ideas para los titulares.
—¿Podrías revelarme uno de esos titulares?
—Uno de los crímenes lo cometió un hombre, que mató a su mujer. Ambos eran profesores de escuela y el tipo la asesinó delante de sus alumnos, de modo que se me ocurrió un titular que espero que no resulte demasiado ofensivo y no trivialice la situación, pero que, al mismo tiempo, atraiga la atención de la gente. Dice así: “Sobresaliente en homicidios”.
Éste es el tipo de ideas que Don Carlos nos legó. Él se divertía muchísimo haciendo su trabajo. Lo vivía con pasión. Por ejemplo, otro crimen que se ha producido esta semana con un punto curioso lo cometió un hombre que le disparó a su esposa en la cabeza mientras ella estaba en el lavabo haciendo sus necesidades. Don Carlos habría disfrutado de lo lindo redactando ese titular.

21 junio 2008

De cínicos y mafiosos

(Juan Carlos Aguilar García)
No cualquiera puede ingresar a su selecto grupo. Se necesita un espíritu servil y un placer desmedido por la humillación. Se requiere también un gusto casi enfermizo por la infamia y tener un oscuro historial de plagios y deshonras. Fuera de eso, no se pide ninguna otra cualidad.
En cuanto a la actitud gángsteril, se adquiere con la práctica. Es cuestión de paciencia y muchas horas de estudio al lado del capo en turno, pero nada que no pueda aprenderse en unos cuantos meses. Así lo han hecho varias generaciones en periódicos, suplementos culturales y revistas. ¡Y vaya que les ha funcionado! En el último medio siglo han logrado mover a su antojo los hilos de la élite intelectual de nuestro país y apoderarse de todos los espacios. No por nada son conocidos como la mafia cultural, la que todo lo pervierte y envilece.
La mafia lo decide todo. Perversa como es, se da el lujo de decidir quién publicará la próxima “gran obra” de las letras nacionales. Entre periodistas corruptos, reseñistas vendidos y todo un andamiaje de difusión perfectamente diseñado, es algo que logran rápidamente.
Y así, en unos cuantos meses, brillan ya las nuevas estrellas de la intelectualidad mexicana. Pero pongamos por caso dos ejemplos: Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis.
Según dijeron entonces los amigos, nadie con el conocimiento y el perfil crítico como el que ellos poseían. Nadie que amara tanto la literatura y la historia como el dúo elegido.
Personalidades de tal magnitud no podían andar por la vida sin un libro propio. Así, les fueron dadas todas las posibilidades para que cumplieran el caprichito. Y Elenita y Carlitos fueron felices con sus libritos. Andaban por aquí y por allá exhibiendo sus obras en cuanto recinto pudieran (en todos, por supuesto) y hablaban del enorme y exclusivo conocimiento que los diferenciaba respecto de los demás escritores.
En tanto, Fernando Benítez, la vaca sagrada, el gurú —“Dios, por favor, llámenle Dios”, corregirían sus fieles seguidores— vigila que todo marche correctamente. Que los amigos sigan publicando y que los no amigos (enemigos, pues) queden debidamente al margen.
No pueden permitirse de ningún modo que alguien más haga reseñas, entrevistas o crónicas. Ahí estaban Elenita y Monsi, los exclusivos. Ellos eran los periodistas, amigos además de escritores selectos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Enrique Krauze, por mencionar algunos.
Pero esperen un momento. Hay un pequeñito detalle que no he comentado: estos dos periodistas... ¡no hacen periodismo! Por definición, el periodismo es crítica y lo que ellos hacen tiene todo menos crítica. Así pues, no es periodismo.
¿Qué hacen entonces? Pues cualquier cosa, podríamos llamarlo simplemente publicidad, y a sus artífices “mercenarios de la cultura”.
LOS EXCLUIDOS.
Los verdaderos críticos estaban precisamente en el grupo de los excluidos. Voces como las de Ricardo Garibay, Gonzalo Martré, Emmanuel Carballo o René Avilés Fabila fueron implacables. Precisamente fue Avilés Fabila quien con Los juegos (1967), su primera novela, se fue a la yugular de las grandes vacas sagradas. No era una crítica superficial, sino una con pelos y señales en la que nadie quedó a salvo de la filosa cuchilla de su autor.
En cuanto la vio, el editor Rafael Giménez Siles simplemente dijo: “No, René, yo no me voy a la cárcel por tu culpa, no puedo publicar tu novela”. Pero René era necio e intentó publicar su texto. Mala suerte. Joaquín Diez-Canedo lo invitó a destruirla. “Hazlo o tendrás muchos problemas”, le advirtió.
El mismo Fabila recuerda: “Con esa novela me fui directo al cuello de los famosos y critiqué a los grandes funcionarios del país, empezando por el presidente de la República a quien le decía ‘el gran verga’ y otras tantas cosas que por ese entonces no eran usuales”.
Gonzalo Martré es un caso aparte. Aunque ha hecho grandes aportaciones a géneros como la ciencia-ficción mexicana y la novela negra con obras como Safari en la Zona Rosa y Los símbolos transparentes, le ha sido negada en el Fondo de Cultura Económica la edición de su trilogía de El chanfalla.
¿El argumento? Que no tiene la calidad mínima necesaria para ser publicada por la editorial que, por otro lado, sí le abrió los brazos al amigo Christopher Domínguez y su criticado Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005) en el que se dedicó a elogiar a los cuates y a omitir —por desconocimiento o por consigna— a toda una pléyade de importantes narradores mexicanos.
El libro fue enormemente desacreditado. Se desmoronó ante el más sutil de los razonamientos... Pero claro, como sucede en este tipo de situaciones, los vasallos, con tal de asegurar su permanencia en la mafia, están listos para hacer el trabajo sucio. Rafael Lemus, quien forma parte de la redacción de Letras Libres, preparó presuroso una “reseña crítica” a favor de Domínguez.
De risa. En una parte se pregunta: “¿Es necesario decir que acaso nadie ha leído con más amplitud nuestra literatura?”, refiriéndose a que nadie conoce mejor nuestras letras que San Christopher. Resulta hilarante luego de que el mismo Domínguez reconoció ante la prensa que su libro contenía “algunos errores”, y que aceptara además que su conocimiento de la poesía era más bien escaso.
Queda claro que lo que menos interesa a la mafia es la cultura. No tienen cabeza para ello. No, cuando todos sus pensamientos están concentrados en dos cosas: cómo hacer para vivir con el mayor número de becas, y cómo lograr la inmortalidad.
Por eso es que, en una suerte de competencia interna, estos mafiosos deciden quién obtendrá tal o cual premio. Primero lo gana Monsiváis, luego Poniatowska, después —y eso sólo para romper la rutina— Carlos Fuentes. Entonces vuelve a tocar el turno a Monsiváis y una vez más a Poniatowska... hasta que uno de los dos muera.
Y esto apenas en el terreno literario. Pero la mafia no entiende de disciplinas artísticas. Igual está presente en la pintura, la fotografía o el ámbito cinematográfico. Jorge Ayala Blanco, por mucho el mejor crítico de cine de nuestro país, lo sabe muy bien.
Desde muy joven, supo lo que era estar vetado de un festival. “Nada para quien se atrevió a criticar nuestra obra maestra”, le dijeron. Pero los pobres no sabían contra quién se metían. Ayala Blanco se preguntó a sí mismo: “¿crítico o jefe de relaciones públicas?”.
Por supuesto eligió lo primero. Y con esa convicción —que tuvo desde los 12 años— comenzó una brillante carrera desmontando películas y resquebrajando amistades. Nada lo detiene. Menos ahora, que con más de 40 años de labor profesional, aún es considerado un enfant terrible. “Es un halago que a mi edad me sigan considerando enfant, soy más bien anciant terrible”, comentó recientemente.
A decir de Avilés Fabila, una gran mafia cultural como la que durante años controló Fernando Benítez, ya no existe. Lo que hay ahora, afirma, son chiquimafias controladas por Enrique Krauze y sus Letras Libres, y por Héctor Aguilar Camín con Nexos.
No obstante, hay quien todavía vive con la inercia del pasado. Es de nuevo el caso de Monsiváis, quien durante este mes de mayo inundará literalmente la ciudad, luego de que para festejarle su 70 aniversario, el Gobierno del Distrito Federal decidiera imprimir su cara en las estaciones del Metro, el Metrobús, en papalotes, playeras y tazas. Y no sólo eso. También se reproducirán en camiones y bardas algunas de sus expresiones más celebradas.
Para quien crea que esto no es suficiente, también se transmitirán por televisión abierta cuatro cineminutos que contarán algunas anécdotas del autor de Amor perdido.
Sólo cabe hacer una pregunta: ¿dónde y cuándo se realizará el homenaje a Gonzalo Martré por su 80 aniversario? ¿alguien se acordó siquiera?
LOS QUE NO SIRVEN PARA ESTE OFICIO.
Ya lo dijo el reconocido periodista Ryszard Kapuscinski: “Los cínicos no sirven para este oficio”. El diccionario define “cínico” como todo aquel que actúa en contra de sus principios éticos y alardea de su forma de proceder.
Justamente algo que un periodista que se precie de serlo no debe hacer... pero que muchos hacen, creyendo que el cínico es el otro, no ellos.
Ahí está el caso de Raymundo Riva Palacio, quien con un pasado crítico y mordaz, terminó convirtiéndose en un simple empresario. Ahora, más que preocuparse por informar y criticar, lo que le quita el sueño son las finanzas del periódico que dirige.
Él mismo, al asumir la dirección de El Universal, mencionó su imposibilidad de seguir ejerciendo la crítica como hasta entonces.
Y otro ejemplo de la misma casa editorial. Los “periodistas” Estela Livera y Ricardo Alemán serán los conductores de un nuevo programa que se transmitirá por Televisión Mexiquense. Se titula ¿Y tú qué harías? y, según se dijo, tratará problemáticas sociales sin ningún tipo de censura. Ahora que Alemán es empleado de Enrique Peña Nieto, se antoja muy difícil que en el futuro leamos en sus artículos la más pequeña crítica contra el gobernador del Estado de México. Después de todo, sería hasta insensato morder la mano que le da de comer. Lo dicho: “Los cínicos no sirven para este oficio”.