26 julio 2010

Con afecto para Juan Hernández Luna

Poco se supo de su muerte en el ámbito literario de nuestro país. Acaso se deba a que nunca perteneció a ninguna mafia cultural de ningún tipo. Esa debe ser la razón, aunque no lo podría afirmar con certeza. Lo que sí sé es que con el fallecimiento, el pasado 8 de julio, de Juan Hernández Luna, México perdió a uno de sus escritores más destacados.
Sin grandes aspavientos, Hernández Luna renovó la novela negra de nuestro país (y la literatura en general, por supuesto) al describir con la precisión de un cirujano el lado más sórdido de la ciudad de México, incluidos sus decadentes y corruptos habitantes.
Con un lenguaje sucio y corrosivo, y una crítica siempre punzante e incómoda, el autor de Cadáver de ciudad siempre cautivó a sus fieles lectores, de México y el extranjero, que nunca dejaron de maravillarse con sus espléndidas tramas detectivescas y sus queridos personajes alimentados por la marginación y la rabia.
En su obra no hay desperdicio. Algunas de sus libros, ahora clásicos, son: Me gustas por guarra, amor, Las mentiras de la luz, Yodo, Tijuana dream, Quizá otros labios y Tabaco para el puma, en el que apareció por primera vez su entrañable personaje Skalybur, el Inmortal. Esta última obra fue galardonada con el Premio Internacional Dashiell Hammett a la mejor novela policiaca en español durante la Semana Negra de Gijón.
Diez años después, en 2007, repitió aquella proeza con su novela Cadáver de ciudad (continuación de Tabaco para...), en la que nos narra, con Skalybur de nuevo como protagonista, una intrigante historia que explora el mundo gore de la pornografía y la prostitución, mientras revela cómo se tejen complejos mecanismos de poder alrededor de las sectas.
Las misiones del mago Skalybur son dos: la primera, en teoría sencilla, es aclarar la castración de un millonario pervertido a cambio de obtener un cheque en blanco; la otra, esta sí nada fácil, es ¡desaparecer el Ángel de la Independencia! Se trata de una novela poderosísima que muestra al Hernández Luna más maduro.
Según leo en las pequeñitas notas periodísticas que contados medios publicaron, Luna murió a los 47 años, víctima de un paro respiratorio, luego de haber estado hospitalizado durante varios días.
Un pequeño homenaje
Conocí a Hernández Luna el 1 de febrero de 2007. Luego de perderme durante varios minutos por distintas calles de la colonia Santa María la Rivera, esto gracias a la torpeza de la chica de prensa que me dio equivocado el número de su departamento, llegué con el objetivo de entrevistarlo por la publicación de su novela Cadáver de ciudad.
En extremo amable y ajeno a cualquier tipo de formalismos e intelectualidades, me recibió como si fuera aquel viejo amigo al que no ha visto hace mucho tiempo. Me invitó a pasar a su pequeño estudio y ahí mismo, sin advertirlo, comenzamos a charlar de sus tres grandes pasiones en la vida: las mujeres, la literatura y el futbol.
Recuerdo que quedé maravillado con su peculiar librero, construido por él mismo con tablas como peldaños y tabiques que servían para separar cada una de ellas. Entre sus muchos libros vi mucha literatura detectivesca: mucho Hammett, mucho Chandler. También vi por ahí algunos títulos de Paul Auster y hasta un cancionero de José Alfredo Jiménez.
Durante poco más de dos horas hablamos de libros, música y política. Hablamos del asesinato de Luis Donaldo Colosio, la devaluación del peso y de la terrible sensación de Luna, “de que al país se lo llevaba la chingada; uno se preguntaba: ‘pues qué está pasando’”. Aún tengo presente que, totalmente molesto, expresó: “Cuando las sociedades no ven futuro, tienden a derechizarse”.
Meses después lo volví a ver. Necesitaba hacer un reportaje sobre literatura negra y quería saber su opinión. En esa ocasión nos citamos en el café de chinos que se encuentra en el parquecito donde está el quiosco Morisco. La idea era tomarnos un cafecito, pero el restaurante estaba cerrado, así que fuimos a comer a una pequeña fonda donde se puede probar "la mejor salsa molcajeteada del rumbo", a decir de Luna. No estaba equivocado: ¡Estaba buenísima! ¿Qué lugar era? No lo recuerdo.
La tercera y última vez que lo vi fue una mañana, muy temprano, cerca del metro Revolución. Me invitó a asistir a uno de las pláticas que dio a un grupo de policías, como parte del Programa de Literatura "Siempre Alerta", que consistía en acercar la lectura a cuerpos policiacos y de bomberos.
Después de esa vez no volví a verlo. Me enteré de su premio Dashiell Hammett, incluso publiqué la nota en el periódico, pero nada más. Ni siquiera volví a hablar con él.
Ahora ya no está; sin embargo, permanece lo más importante: su gran obra literaria. Para un escritor, no hay nada más gratificante que releer sus libros de principio a fin. Que así sea.
Descansa en Paz, Juan.

20 julio 2010

Gangster... de película!!!

Sentado en una de las esquinas de su viejo escritorio en su viejo despacho, el no menos viejo John Cadwell no entiende qué ocurre. Es claro que las cosas han cambiado, que el mundo es otro, pero jamás se imaginó que la gente descartaría de plano sus servicios. Tras 53 años de trabajo, no tiene familia, tampoco amigos. Su única fiel compañera es una Colt M1911 que hace mucho no utiliza.
Esta es la triste historia de “JC”, un extraordinario y antaño célebre detective privado que –sin siquiera advertirlo– se convirtió en algo menos que una atracción de circo. De ser un elemento vital para mantener a raya a estafadores y asesinos, transmutó en un estereotipo tan cultivado por aquellas películas de gángsters de los años cincuenta.
Atrás quedaron sus grandes glorias, como aquella vez que capturó, él solo, a una temible banda que traficaba alcohol. O esa otra ocasión en la que descubrió que una “afligida viuda” había envenenado a su marido con tal de cobrar las jugosas pólizas que la tenían como única beneficiaria.
Ahora ya nadie requiere de su asistencia. Gente mayor se sorprende al enterarse que aún existen detectives en pleno siglo XXI, mientras que los más pequeños no pueden creer que alguna vez hubieran actuado fuera de las películas.
Como he dicho, en este momento Cadwell se encuentra sentado sobre su escritorio. Acaricia su Colt M1911 y pasa una y otra vez los dedos sobre sus iniciales troqueladas en la cacha de la pistola. Está profundamente triste. A estas alturas no hay nada que lo consuele. ¡Y ese maldito teléfono que no suena!
POBRE Y SOLITARIO
Cadwell es dueño de una mirada fría y analítica, idéntica a la que tienen los gángsters en los mejores filmes de Hollywood. Usa traje, sombrero y siempre trae un cigarrillo colgando en la comisura de sus labios, lo cual también es bastante cinematográfico. Por si eso fuera poco, es parco con las palabras, habla únicamente para lo indispensable y casi siempre es para proferir amenazas acartonadas como: “Se te acabó tu suerte, despídete de este mundo”, o “Nos veremos en el infierno, cuenta con ello”.
No es que copie todas esas actitudes de las películas, no, eso no. Al contrario. Han sido los cineastas los que se han alimentado de personajes como él para contar sus historias. Aún recuerda la ocasión en que un tal Robert Wise le pagó varios dólares por unos retratos: con sombrero, mostrando la pistola en primer plano, de perfil con su inseparable cigarrillo y uno más sentado en su escritorio.
Después, para su asombro, ¡se vio él mismo en el cine! No es que fuera él, pero sí alguien muy parecido. Con la misma vestimenta y las mismas actitudes. Desde entonces se interesó en ver más películas del mismo género hasta convertirse en un verdadero conocedor.
Se leyó todo Hammett, Chandler, Gardner y, ahí sí, copió algunas características –tanto físicas como psicológicas– de los detectives de las novelas. Consideró que eso lo permitiría obtener una personalidad aún más agresiva, tan necesaria en los barrios bajos por donde actuaba.
Así que, como sus ídolos literarios, prefirió vivir solo, sin lazos sociales y familiares, que ahora los veía tan amenazadores para su integridad como el mundo corrompido en el que se movía.
Por un momento estuvo a punto de flaquear, le dieron ganas de casarse, tener hijos y olvidarse de todo. Irse al campo, tal vez. Pero le bastó leer a un especialista literario que hablaba sobre la figura del detective, para convencerse que iba por el camino correcto para ser admirado por todos.
Leyó emocionado: “El detective privado posee la sofisticación e insensibilidad de las grandes ciudades. Es golpeado, tiroteado, asfixiado y drogado, pero sobrevive porque sobrevivir forma parte de su naturaleza. Soltero, pobre y solitario, continúa siéndolo por su propia voluntad, preservando su incorruptibilidad con la soledad, que también es una medida de su singularidad. “El detective privado no encuentra ninguna salida en medio del concreto y los rascacielos que lo ahogan. El horizonte gris y frío será el ambiente en el que tendrá que luchar su batalla diaria, con la lluvia sobre su cabeza y su sombra como única compañía”.
Eso fue suficiente para que dejara todo y adoptara una actitud novelesca, tan dramática como irreal. Era un romántico que se había enamorado de esa imagen desolada e inconsolable. Muchos lo veían con verdadera admiración y eso le encantaba.
INADAPTADO SOCIAL
Lástima que las cosas dieron un giro que no se esperaba. Los detectives privados pasaron de moda y ya nadie le volvió a hablar para atrapar a un criminal o asesino. Así como ellos desplazaron en su momento a los vaqueros, ahora los detectives habían sido hechos a un lado por un puñado de Agentes Federales, elementos del FBI y demás organizaciones de seguridad.
También la actitud de las personas cambió radicalmente. Ahora lo veían como un inadaptado que además de usar ropa anticuada, tenía costumbres rarísimas como ¡escribir aún en libretitas y encender sus cigarros con cerillas! Nunca se imaginó que viviría este cruel momento.
Ahora el dramatismo era real. Y cómo no, si el mundo en el que todos lo admiraban ya no existía. Era un hombre viejo que ya no pertenecía a este mundo. Tan exigua era su imagen ahora que nadie notaría su ausencia.
No le quedó otra opción que alejarse para siempre de ese mundo ingrato que lo olvidó para siempre. Así que se puso su gabardina, se colocó el sombrero, encendió un cigarro y se perdió –como en final de película– entre las solitarias y oscuras calles por las que caminó con rumbo desconocido para vivir su fantasía en otra parte...
(Juan Carlos Aguilar García)

12 julio 2010

Pequeño monstruo!!!

Todos los días, desde que tiene memoria, y hasta ahora, que ha cumplido ocho años, el niño ha permanecido recluido en el mismo lugar: un pequeño cuarto de dos metros cuadrados en el sótano de la casa. Siempre encerrado…y solo. No comprendía eso, como tampoco el hecho de que su mami llorara cada vez que lo observaba, ni que su papi le pegara con tanta rabia en todo su cuerpo mientras le decía que era un pequeño monstruo, un castigo de Dios.
El niño con aquel cerebro deforme, con esa enorme lengua babeante siempre de fuera, con esos enormes ojos sin párpados, como de reptil, que escudriñaban cada objeto que pasaba frente a sus ojos, no entendía nada.
Y no le preocupaba realmente, pues su único anhelo en la vida era pararse junto a la pequeña ventana para poder ver el mundo exterior. Era apenas una pequeña apertura que le ofrecía una visión parcial, fragmentada, pero que era suficiente para imaginar cómo eran las cosas allá afuera. Él nunca había salido porque sus papis se lo tenían absolutamente prohibido. Asustaras a todos, ¿en verdad no lo entiendes? Pero papi, yo soy bueno y quiero jugar con los demás niños. Cállate, maldito monstruo, ojalá te mueras pronto.
Luego venían los brutales golpes durante muchos minutos. Y él gritaba y lloraba, pero a su padre no le importaba; cada vez le pegaba más fuerte hasta que lo dejaba sangrando por todos lados.
ENGENDRO MALDITO
…mi papi no me quiere, tampoco mi mami… a diario me dicen que hubiera sido mejor que no naciera, pues así no sería una carga para ellos… una vez mi mami me dijo que le daba asco, repulsión (¿qué significa la palabra repulsión?) y que deseaba matarme, pero que no tenía el valor… yo lloré mucho y quise abrazarla porque la quiero, pero se alejó de mi muy espantada y se puso a llorar...luego vino mi papi y se enojó mucho y empezó a pegarme con un palo…como siempre…
El niño-monstruo nació prematuro, a los cinco meses y medio, lo que provocó que varias partes de su cuerpo no se formaran correctamente. Sus piernas, extremadamente débiles, lo mantenían en pie de puro milagro, mientras que sus brazos eran tan delgados que cualquier esfuerzo hubiera derivado en una grave fractura. Tampoco se alcanzaron a formar sus párpados, lo que combinado con sus prominentes pómulos y sus gruesos labios, le daban la terrible apariencia de un renacuajo adulto.
Su modo de caminar era especialmente extraño. Todo su esqueleto se balanceaba de un lado para otro y parecía que en cualquier paso perdería finalmente el equilibrio. Esta imagen reforzaba la idea de que su cuerpo contrahecho estaba incompleto, como si le faltaran algunos huesos. No le faltaba nada, sin embargo esa era la impresión que daba.
Pero eso no era todo. Su lengua siempre afuera, con su labio inferior colgado, sin voluntad, provocaba una pronunciación arrastrada: un elemento más que completaba el cuadro de horror de su figura.
Todo él era un ser extraviado, grotesco, horripilante, horroroso, horrendo. Un ser falto de sonrisa, que es lo único que nos diferencia de los animales; un no humano… un monstruo.
PLAN MACABRO
…mi papi me dice que yo soy el culpable de todas sus desgracias, que soy una carga para él… dice que en un principio fui un niño muy esperado, pero que me deseaban bonito, con ojos azules y cabello dorado, con un cuerpo fuerte, proporcionado, sonriente y que en cambio yo era lo peor que le pudo haber pasado…
…lo interrumpí para pedirle perdón y para decirle que lo amaba mucho porque me había regalado la vida…pero me dijo que me callara y luego repitió palabras que nunca olvidaré: te odio una y mil veces y nunca dejaré de odiarte, ojalá te acabes de pudrir en el infierno de donde nunca debiste haber salido maldito engendro…
Alguna vez sus padres pensaron en regalarlo a un circo de fenómenos. Pero, cosa insólita, ninguno lo quiso porque espantaba a los otros freaks. Freak dejando con la piel enchinada a otros fenomenos, una locura. Así que no quedaba otra opción que matarlo a golpes y luego quemarlo.
Eso era algo seguro, o es que acaso ¿alguien reclamaría la presencia de este pequeño monstruo? Hubiera sido muy fácil asesinarlo, de no ser porque sus padres lo subestimaron demasiado. Por su apariencia física, se les olvidaba que era un niño intelectualmente sano que no sólo comprendía cada palabra que escuchaba, sino que era capaz de desarrollar, como cualquier otra persona, sentimientos de odio.
APRENDIZAJE MORTAL
Luego de ser el único sentimiento que sus padres le ofrecieron en su corta vida, el niño lo asimiló perfectamente: aprendió a odiar. Odio su fealdad, su falta de párpados, tener ese deforme cuerpo en carne viva; odio su encierro, los golpes, odio a sus padres…
Después del odio, vino el fuerte deseo de convertirlos en alguien como él, tal vez así lograría un poco de cariño. Cuando papi y mami fueran la próxima vez para pegarle, los masacraría a palos y luego casi quirúrgicamente les quitaría la piel y los párpados y los convertiría en dos horrendos engendros como él. Les daría la más sincera bienvenida a su infierno.
Esto que les cuento ocurrió hace un par de años. Ahora sus padres están recluidos en el sótano y pasan los días sentados frente a la pequeña apertura desde donde se puede ver el exterior. Papi y mami no tienen párpados ni piel: ahora lucen los músculos rojos y sangrantes.
Todos los días, cuando empieza a morir la tarde, el niño se levanta, va por el palo y comienza a descargar su ira contra ellos. Lo hace con una fuerza que nadie pensó que tenía. Y mientras, papi y mami se retuercen de dolor, gritan, gimen. La imagen de sus rostros ahora es solo una: la boca abierta en pleno grito y esos ojos sin párpados, desorbitados, que suplican un poco de piedad.
(Juan Carlos Aguilar García)