30 agosto 2010

¡Hell house!

Les comparto la fotografía que le tomé a esta casa abandonada. ¿A poco no parece sacada de un cuento de terror? Me recuerda a la que describe Richard Matheson en su novela La casa infernal.
Sé que no lo van a creer, pero cuando pasé por ahí escuché muchos lamentos... lamentos guturales, como provenientes de ultratumba, tal vez de almas que... Bueno, no me hagan caso, sólo disfruten la imagen.

24 agosto 2010

¡Crónicas de vagos y gente sin futuro!

Un recorrido por los bajos fondos de la ciudad de México, donde sus protagonistas, tan disímbolos como dramáticos, recorren la urbe en medio de la miseria, la ilegalidad y la transa, es lo que nos muestra el escritor y periodista J.M. Servín (1962) en su más reciente libro: D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, editado por Almadía.
Se trata de un conjunto de crónicas, ensayos y reportajes –resultado de una década de vagabundeo– que se adentran en la historia social reciente de la ciudad a través de dos aristas: la marginalidad y el periodismo policiaco, que en México vivió su esplendor en las décadas de 1950 y 1960 con publicaciones como Prensa Roja, Crimen y Alarma!
En estos relatos –redactados en el mejor estilo del periodismo gonzo, del que es afecto Servín– deambulan lo mismo prostitutas, borrachos, periodistas, asesinos en serie, políticos corruptos, cábulas y hasta un artista: el fotógrafo Enrique Metinides, quien por casi 50 años inmortalizó miles de escenas trágicas para el periódico La Prensa.
Los escenarios no podían ser menos elocuentes: cantinas, cabarets, cines pornográficos, hoteles sin estrella y calles solitarias de barrios populares. Pero que no haya confusión. No intenta ver el lado romántico de la ciudad que, por otro lado, no existe. J.M. Servín lo explica en entrevista claramente y no deja lugar a la duda:
“No se trata de una apología de los bajos fondos, ni tampoco de esa sordidez bohemia que tanto atrae a los intelectuales. Se trata, más bien, de un periodismo autorreferencial y testimonial que tiene como eje central la nota roja para entender mejor qué es lo que pasa en una ciudad como la nuestra.
“Podríamos decir que son crónicas de picaresca urbana, de ciertos ambientes que me parecen atractivos. En ese sentido, el libro no es propiamente de la ciudad de México, sino sobre un tipo de ciudad que yo padezco”, comenta el autor de Por amor al dólar y Revólver de ojos amarillos.
ILEGALIDAD Y ESTRIDENCIA
Y es que para el autor de Cuartos para gente sola, la gente puede vivir de muchas maneras la ciudad. Desde la que la ve como el ombligo del mundo, hasta aquella que observa una ciudad en donde no se sabe si se regresará ileso a casa, ya sea porque asaltan en los microbuses o porque se mete un individuo al metro y asesina a una persona inocente. “Las profundas contradicciones han hecho del Distrito Federal una ciudad estridente que es poco amable con el peatón”.
Para Servín es muy claro: la gran vocación de la ciudad es la ilegalidad en la que tanto ciudadanos como autoridades son cómplices.
“Todo esto propicia el florecimiento de subculturas en los linderos de lo proscrito en donde todos participamos de un modo u otro. Desde el ambulantaje, la venta de piratería, el narcomenudeo, peleas clandestinas o el tugurio como último refugio de una noche que uno no quisiera que terminara jamás.
“Ante esta realidad hay dos opciones: o te haces pendejo, dices que aquí no pasa nada y te vas con tus guaruras a la Condesa –porque también por allá están matando–, o enfrentas la realidad cada vez más angustiante que estás viviendo.
“Como puedes ver, esta investigación no se trató de ir a la Merced a hacer una crónica de macheteritos, o de meterme a una cantina para ponerme bien pedo y decir después que soy un bohemio, como hacía Renato Leduc. Con este libro trato de adentrarme en la vida social de la ciudad, pero a través de los bajos fondos”.
El resultado: un libro poderoso que, página a página, conduce al lector por los oscuros senderos de lo marginal, lo extremo, lo underground. Un libro intenso y vigoroso que con el título (D.F. Confidencial) rinde un homenaje al escritor estadounidense James Ellroy y a su obra L.A. Confidential, donde explora la historia negra de la ciudad de Los Ángeles.
VATICANO DEL TABLOIDE
Respecto al género de nota roja –despectivamente llamado amarillista– afirma que forma parte de una gran tradición editorial en nuestro país. Se explica: “La potencialización del periodismo industrial mexicano como producto de consumo masivo, dependió desde sus inicios de la nota roja y no de otro tipo de periodismo.
“Si te internas un poco en la historia social de este país, te puedes dar cuenta que la nota roja por ningún lado es un tema superficial ni banal, por más que así se le interprete. Lo que sucede es que hay una doble moral: si la lees en las publicaciones populares, entonces eres un morboso. En cambio, si la lees en los llamados “periódicos serios” o la ves en la televisión, te estás informando”.
Sobre cómo podría definir a la ciudad de México, responde contundente: “Es el vaticano del tabloide. Si un periódico vale la pena leerse es el de formato tabloide, ahí está todo lo que somos”, finaliza.
Juan Carlos Aguilar García

16 agosto 2010

¡Soy artista! ¡Soy poeta! (¡bah!)

Soy artista.
Soy escritor.
O mejor: soy poeta.
Hoy todos dicen ser lo que no son.
El auto denominado artista resulta que no sabe nada de la Historia del arte y, en consecuencia, no entiende nada de corrientes ni estilos. No pinta ni esboza. No comprende. Se le va el día meditando ese arte suyo que algún día (quién sabe cuándo) plasmará en un lienzo. Al final, asegura, sorprenderá a todos con su inigualable destreza. Nunca sorprendió a nadie porque nunca hizo nada respetable. Ah, pero eso sí, no sale de las galerías, a donde va a practicar su verdadero arte: el de las relaciones públicas.
El escritor, que con su enorme talento no logra salir bien librado de sus laberintos sintácticos, juzga cuanta obra se le cruce por sus ojos. "Muy mediocre", sentencia. "¿Literatura mexicana? No gracias, prefiero a los franceses". Despotrica por aquí y por allá. Juzga sin conocer y aniquila jóvenes carreras con sus reseñas ácidas (sin fundamento, claro) en distintos suplementos culturales.
De su propia obra se sabe poco. Lleva años hablando de esa novela suya que eclipsará todo lo escrito por Carlos Fuentes. ¡Qué digo Fuentes! ¡Quiten a Elizondo, Melo y Tario de los estantes, que ya viene mi obra! Dice que se ha tardado demasiado porque no le llega la inspiración, que sus musas lo abandonaron y muchas tonterías más. Al final no escribió nada. Tampoco leyó nada más porque, asegura, ninguna obra merecía ser leída.
En este mundo nuestro hay mucha ansiedad por ser reconocido. Por pasar, por lo menos en sus círculos sociales, como lo que no son. Y la verdad que no les importa. Basta con el reconocimiento de los cercanos, lo demás son patrañas. ¡Venga la presentación de mi nuevo libro! ¡La nueva exposición! ¡Las entrevistas con los reporteros de la fuente! Las tres cosas ocurren todos los días en la ciudad de México con tanta frecuencia como panes salen del horno.
Al final la verdad es una: el pintor, pinta; el escritor, escribe. Lo demás (las exhibiciones y las publicaciones) vendrán a su tiempo, sin prisas, si es que tienen que llegar. El oficio de alguien también llega. No es asunto de auto denominaciones.
Por suerte, queda un consuelo: el tiempo pone todo en su justa dimensión. Algunas contadas obras se leerán por varias generaciones; las otras irán directa e irremediablemente a la trituradora de papel.