14 enero 2011

¡Tampico rojo!

Apenas pones un pie en Tampico y ya el taxista que te traslada de la terminal de autobuses al hotel te hace una seria advertencia: “Cuidado, jefe. Aquí el mercado del narco se lo disputan dos bandos y donde quiera que se encuentran arman balacera. Si usted se encuentra en medio, pues mala suerte”.
La mala suerte es que no vas de vacaciones sino a hacer la crónica de la violencia que se vive en aquella ciudad. La terrible mala suerte es que la situación está de la chingada y tú aquí poniéndote en la mira de todos sin una garantía de ningún tipo. La jodida mala suerte radica en que aquí odian a los entrometidos y a los chilangos, y tú eres las dos cosas.
Apenas llegas al hotel, te das un baño y te diriges inmediatamente a la Playa Miramar: te acabas de enterar de que el mar vomitó a un sicario. Llevaba una semana desaparecido. Piensas que con esa noticia de bienvenida puedes iniciar tu texto. Además, esperas encontrarte con un par de colegas para que te den algunas pistas. ¿Con quién hablar y cómo? Una brújula que te marque el rumbo, eso es lo que necesitas.
POSTAL TRÁGICA
El otrora sanguinario asesino tiene el sello de la casa: tiro de gracia en la frente y no pocas huellas de tortura en todo el cuerpo; de su cuello cuelga una botella con un mensaje dentro: “Esto les ocurrirá a todos los que se interpongan en nuestro camino. Cuídate Román, estás en la mira”.
La escena es tremendamente trágica. El cuerpo amoratado y asquerosamente hinchado tirado en la arena (como tomando el sol) mientras los fotógrafos, presurosos, se encargan de perpetuar el drama. Una postal trágica. Aborrecible. Repugnante. Aprovechas para tomar nota en tu pequeña libreta y para preguntar al comandante, nomás para hacer plática, cómo se llamaba la víctima.
El comandante –un hombre de casi dos metros de altura y más de 170 kilos de peso– te mira con fastidio. Regresa su mirada al muertito y luego otra vez a ti. Al final, te dice: “Mire, amigo, aquí las cosas están calientes. Ya tenemos suficientes problemas como para que gente de fuera venga a provocar más. Los entrometidos no son bien recibidos aquí. Cuídese, no le vaya a pasar algo”. En otras palabras: “Lárguese o aténgase a las consecuencias pinche chilango”.
No dices nada. Llega la policía y el ejército, y observas cómo hacen su labor. Te quedas hasta el final, incluso después de que todos se han ido. Una vez solo, decides regresar al hotel a pie.
Entonces observas lo que tantas veces has visto en los noticiarios de televisión: imágenes de pobreza y rabia. De gente desconfiada que ha aprendido a vivir no sólo con la miseria, sino también con la violencia que recorre todos los días las calles de Tampico.
La regla número uno es resguardarse apenas se escuche una balacera. Algo que tú no haces cuando ves cómo todos corren a esconderse, porque quedas paralizado. Solo, en medio de la calle, escuchas por algunos minutos una metralla a no más de cien pasos. Esa es, ni más ni menos, la canción de fondo de esta ciudad. Su olor… su olor es de carne podrida.
Sigues caminando. Lo haces por más de una hora. Cae la tarde y la ciudad queda desierta. Vas por la calle Benito Juárez cuando te encuentras con el bar Gambrinus, un buen lugar para tomar un par de cervezas. Una, dos, tres… seis, siete, ocho Indios, tres soleras y dos tequilas. Estás cansado. Tienes sueño. Todo se va a negros…
MISERIA Y MIEDO
En tu segundo día hablas con dos colegas periodistas y algunas autoridades federales. “La cosa está del carajo”, dicen. Te piden que te andes con cuidado, mientras te muestran algunas fotografías de varios líderes del narco. ¿Pero dónde se esconden? Pues todos lo saben, siempre lo hemos sabido. El problema es que la ambición lo vino a joder todo. Ya nadie se conforma con un poco.
Te apresuras a escribir un esbozo de lo que has visto y lo que te han contado. Ser muy descriptivo, esa es la clave. Haces un recuento de la miseria y el miedo, y de los casos de dealers que un buen día desaparecen así nada más, y que luego los encuentran sin cabeza en la playa o colgados debajo de un puente. Por primera vez en el viaje te duele el estómago, sientes nàuseas.
En los periódicos locales, los titulares son aplastantes: “Mueren 20 en batalla campal”, “Choque de mafias deja saldo rojo” o “Ruedan cabezas en Tampico”. Todo esto es una mierda, piensas. Y continúas redactando durante un par de horas más, sin descanso.
No es difícil adivinar que el remolino de violencia crecerá cada día más. Sobre todo ahora que los códigos se han ido por el caño. Asesinan a familias inocentes sin tener ningún conflicto. Otras tantas han comenzado el éxodo. Por lo menos 30 de las más ricas de por acá se han trasladado a Brownsville, Texas. ¿Quién podría culparlos? Tú mismo has hecho tu trabajo y ahora te vas como llegaste.
Pero no regresas igual. Ahora hay en ti una pesadumbre que te ahoga. Sabes que justo en este momento, algún mafioso está torturando a otro, o que un joven inocente fue levantado y ajusticiado sin causa alguna. Mientras piensas todo esto, se oye no muy lejos una balacera: media hora de ráfagas de metralleta. Algunos muertos más en esta guerra sin sentido. Eso te abruma. Con eso acabas tu crónica roja, bañada en sangre.