09 febrero 2011

James Ellroy: el perro diabólico de la literatura

James Ellroy es un perro furioso. Un perro colérico que ladra a la menor provocación. Un irreverente que se esmera en ser políticamente incorrecto. Pero más que todo esto, Ellroy es un bravucón, un “lengua larga” que no sabe callar. La crítica lo ha bautizado como el “perro diabólico de la literatura policiaca de Estados Unidos”. Y eso le encanta.
Como parte de su fanfarronería, le gusta presentarse como un hombre marginal, casi miserable, que conoce al dedillo a drogadictos, alcohólicos, prostitutas y asesinos, todos ellos protagonistas de la decadencia que se respira en cada uno de sus libros.
Y es verdad. Durante su adolescencia se sumergió en un ambiente perverso que pudo haberlo llevado a la muerte. Fue alcohólico, drogadicto, ladrón y, según las “buenas conciencias”, un pervertido sexual que espiaba a las mujeres y les robaba su ropa interior. Llegó a pisar la cárcel. Pero eso no es todo: durante algún tiempo hasta se declaró nazi y mostró su radicalismo al criticar duramente el aborto.
Pero acaso su mayor alarde se hace presente cuando habla de su obra literaria. Hace algunos años expresó tajante: “Soy el mejor escritor de novela policiaca”. Sin embargo, poco tiempo después corrigió y dijo que la frase debería ser más corta: “Soy el mejor novelista”, así a secas.
Ahora, una cosa es que sea bravucón y otra que sea mentiroso. Él es lo primero, pero no lo segundo. Su obra ha rebasado los límites del género policiaco para formar parte de la mejor literatura universal.
Y claro, cuando le preguntan sus influencias, él asegura que durante algún tiempo leyó apenas a Raymond Chandler y Dashiell Hammett, pero nada más. Que actualmente solo se preocupa en escribir su propia obra. Ha dicho: “Lo mío son los grandes libros. Quiero dejar detrás una gran obra” ¿Así o más arrogante?
HISTORIAS NEGRAS
Nacido el 4 de marzo de 1948, la obra de Ellroy ha explorado con la precisión de un escalpelo los bajos fondos de Los Ángeles. Nada ha escapado a su dura mordida. Y es que se conoce a la perfección la historia negra de su ciudad –nació en Los Ángeles y creció en el barrio El Monte, también en California– luego de que él mismo fuera afectado por ese clima de violencia.
En 1958, el niño Ellroy, de apenas 10 años de edad, tuvo que sufrir el asesinato, por estrangulamiento, de su madre Jean Hilliker Ellroy, una enfermera alcohólica.
Desde entonces el fantasma de su madre se convertiría en una obsesión para Ellroy. Comenzó a leer a la par y de manera compulsiva novelas detectivescas y todos los informes policiacos que pudieran ofrecer una pista para atrapar al asesino. Encontró un método, pero no la respuesta. Fueron 22 años de infructuosa búsqueda… hasta que encontró un mejor camino para liberar sus demonios: la literatura.
En 1980 comenzó a escribir su primera novela: Réquiem por Brown (1981) en la que ya mostraba ese estilo rudo y directo (telegráfico, dirían algunos) que lo caracterizaría después. Los críticos no escatimaron elogios. Y no se equivocaron: su segunda novela, Clandestino, sorprendió a todos de nuevo.
Después comenzaría la primera serie literaria, de tres que hasta la fecha componen su obra: la protagonizada por el detective Lloyd Hopkins. Está integrada por Sangre en la Luna, A causa de la noche y La colina de los suicidas.
La segunda serie, con la cual se dio a conocer en todo el mundo, es la conocida como L.A. Quartet con novelas ambientadas en los años 40 y 50: La Dalia Negra (que se inspira en el trágico asesinato de Elizabeth Short), El gran desierto, L.A. Confidencial y Jazz blanco.
Y la tercera entrega, concluida hace unos meses, es la llamada Trilogía Americana en la que pasa revista a los grades crímenes de Estados Unidos, entiéndase John F. Kennedy o Martin Luther King. La componen: América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda.
Otros títulos que no pertenecen a ninguna serie son: la novela Asesino en la carretera y los libros de relatos Noches de Hollywood, Ola de crímenes y Destino: La morgue.
Mención aparte merece Mis rincones oscuros en el que Ellroy –junto con un policía retirado de la Brigada de Homicidios– intenta esclarecer el asesinato de su madre. No consigue aclarar el misterio, pero a cambio logra descubrir aspectos oscuros, como su gusto por relacionarse sexualmente con hombres de la peor calaña.
UN ESTILO VIOLENTO
Muchas palabras pueden describir los libros de Ellroy: Rudos, violentos, irreverentes o ambiciosos, ustedes elijan. Ah, y eso sí: nada sencillos de leer. Es verdad que tiene la cualidad de atrapar desde la primera página, pero el lector deberá tener disposición en serio.
Más sencilla es su vida en la que no tiene cabida el dispendio. Es feliz con cosas muy concretas: las mujeres, la literatura policiaca, la música clásica, el boxeo (algunos de sus libros hacen referencia a boxeadores mexicanos), la historia y los perros.
¿El alcohol? Lo abandonó definitivamente junto con las drogas antes de escribir su primera novela. Al final el perro furioso se regeneró. Ni tan furioso ni tan mordelón, al menos en la vida real; sin embargo, cuando está en su papel es el más irascible.
Digamos que aprendió que aquello vende y eso, ha dicho, “me interesa mucho”. Con tal propósito concede entrevistas y hasta, por sugerencia de sus editores, ha sacado una cuenta de Facebook. Ahora es todo un best seller y hasta algunas de sus historias han sido adaptadas al cine.
Ahora está feliz, con muchos billetes en su bolsillo y con su alma un tanto más tranquila. Muy acertado es en él aquella frase que reza: Perro que ladra no muerde. (Juan Carlos Aguilar García)