28 julio 2011

La muerte enmascarada

La Ciudad de México, dice el periodista y escritor Ignacio Trejo Fuentes, es una de las ocho maravillas del mundo. Y dice bien. Nadie, ni propios ni extraños, pueden escapar a los embrujos (fascinantes o terriblemente crueles) que irradian sus calles. “Quien la ve por primera vez no puede dejar de sentir pasmo, asombro, intranquilidad y hasta miedo. Cualquier sensación, menos indiferencia”, asegura.
Trejo Fuentes sabe de lo que habla. No obstante que es originario de Pachuca, es un chilango hecho y derecho. Él mismo se jacta de conocer el Distrito Federal de la A a la Z, incluyendo los oscuros laberintos que corren debajo de las calles: el sistema de alcantarillado, del que muchos niños harapientos y atarantados por el chemo se han apropiado para soportar ahí el frío de la noche.
Son muchos los lugares –y las anécdotas, por supuesto– que conoce Trejo Fuentes, quien se dio a la tarea de hacer una especie de sórdida Guía Roji que lleva por título La fiesta y la muerte enmascarada. El Distrito Federal de noche (Colibrí), en la que hace un recuento de los lugares más estrambóticos y placenteros a los que uno puede acudir.
Ahí están reunidos algunos de los centros de divertimiento que el autor ha conocido a lo largo de sus muchos años como “pata de perro”. Desde los hoteles más pomposos y los clubes más elegantes, reconocidos por su fastuosidad y prestigio, hasta los lugares a donde va el populacho. De esta última clase, hay de todo y para todos los gustos de la fauna: cantinas, salones de baile, cabarets, table dance, hoteles sin estrella y, rascándole un poquito, hasta burlesques, que muchos creían extintos.
CIUDAD INIFINITA
Como se ve, un puñado de múltiples posibilidades en una ciudad que se multiplica a cada paso, que se desdobla solo para ofrecer una diversión infinita –llena de alcohol y sexo– o una experiencia desagradable que incluye desde el robo del bolso, el agasajo de un pervertido, la violación y hasta el asesinato.
Una ciudad que es muchas al mismo tiempo. Entre lo prehispánico (que aún no termina por irse) y lo contemporáneo (que ha llegado a medias y siempre a destiempo) se nos presentan inconmensurables las construcciones coloniales, coronadas por la Catedral Metropolitana. Al respecto, dice el también autor de Besos del Diablo:
“La ex Muy Noble y Leal Ciudad de los Palacios, la ex región más transparente del aire es ya un conglomerado de ciudades, un extraño amasijo de cosas y de gente donde todo es posible, donde el asombro y la perplejidad son pan de cada día y cada noche: ¿quién podría suponer que la colonia Bondojito es igual a San Jerónimo?, ¿qué la Guerrero se parece a Coyoacán?, ¿la Narvarte a Polanco?, ¿Tepito a la Roma?, ¿el Centro a Villacoapa?
“Los habitantes de cada rumbo tienen su propia idiosincrasia, su personal visión del mundo, sus costumbres distintas: no hablan igual unos que otros, ni trabajan, ni bailan, ni aman de la misma manera. Si uno va de un rumbo a otro intempestivamente, de un sector de la urbe a uno más lejano, cambia de piel sin remedio, se siente como en un país extraño”.
EL PELADAJE BAILA
Y en esa diferencia radica precisamente el encanto. Hay de todo y para todos. Desde el siempre infaltable Garibaldi, donde el chupe y la cantadera es el pan de todos los días, hasta los siempre agradables lugares donde se va a bailar como Dios manda y, si se puede, hasta algo más.
Trejo Fuentes se refiere a lugares como el California Dancing Club (conocido popularmente como el Califas), que es “uno de los burdeles disfrazados más grandes y baratos del mundo”, el Balalaika, la Maraka el Caballo Loco, el Molino Rojo o el Barba Azul, éstos dos últimos en los rumbos de la Doctores y la Obrera.
A estos lugares se va a tomar, a bailar y, si hay oportunidad (y dinero suficiente), a agasajarse con una reina a un nidito de amor de 120 pesos el rato.
Ahora que si lo que se quiere es tomar un trago, sin prisas y sin el ajetreo que supone el baile, ahí están las muchas cantinas que pueblan el Distrito Federal. Desde la suntuosa La Ópera, hasta otras que sin tantos lujos dan un servicio completo: La única de Guerrero, El puerto de Gijón, La Guadalupana, el Bar Splendid, el Salón Niza, la Traviata o La Castellana, por mencionar solo algunas.
Muchas otras, dice Trejo Fuentes, “apenas escapan de su condición miserable de pulquería o lonchería barata con pretensiones de fulgor”.
Y en todo este conglomerado de lugares, un número similar de emociones, de alegría y tristeza y regocijo y frustración, porque mientras uno se embriaga y baila de contento, otros están declarando en el Ministerio Público, recostados en una camilla con un cuchillo enterrado en mero ombligo o, peor aún, llorando la muerte intempestiva de un familiar, tras un asalto. Eso también es la ciudad.
Son muchos los riesgos de caminar en la noche por sus calles. Es cierto. Pero también es verdad que los “noctívagos”, como llama Trejo Fuentes a esa fauna nocturna, han aprendido ciertos códigos que los mantienen a salvo. Porque también ellos, los dueños de la fiesta, tienen sensaciones de asombro y miedo ante la ciudad, mas nunca indiferencia…
(Texto y foto: Carlos Aguilar)

07 julio 2011

Quiero provocar urticaria: Brito

Una lucha contra la apatía. Una sacudida de solapas. Un grito rabioso. Así se pueden describir las fotografías de Fernando Brito, quien con sus imágenes busca una sola cosa: mostrarle a la gente la vorágine de violencia en la que está atrapado el país.
“Mi trabajo es una protesta contra la violencia que se vive en Culiacán, de donde soy originario. No puedo decirles que disfruten mis fotografías porque en realidad son muy fuertes. La idea es tratar de ocasionar un poco de conciencia, esa es mi aportación, mi grano de arena a lo que está ocurriendo en México”, dice Brito en entrevista con Alarma!
“Estamos en la indiferencia total. Si ahorita en Sinaloa se convoca a una Marcha por la paz apenas irían 20 personas. Esto es porque no creen que puedan hacer un cambio. Claro que se puede hacer, la cosa es creerlo”.
Brito lo creyó y desde hace cinco años inició un proyecto personal –que continúa hasta la fecha– que combinó con su trabajo en el periódico El debate de Culiacán como editor de fotografía. Cada que Brito tenía la enmienda de retratar el cadáver del día –lamentablemente algo común en Culiacán– aprovechaba para tomar además una toma para su proyecto “Tus pasos se perdieron con el paisaje”, con el que obtuvo el tercer premio de reportajes gráficos dentro de la categoría Temas de actualidad del World Press Photo 2011.
Durante dos años se dedicó a tomar estas imágenes sin la intención de mostrarlas, hasta que un día el fotógrafo Gerardo Montiel Klint le mostró un libro que incluía imágenes de paisajes con muertos ficticios, actuados por modelos. Brito, a su vez, le dijo que tenía algo muy semejante pero con muertos de verdad. Desde entonces Montiel ha sido un gran promotor de su trabajo que, entre otras revistas, se ha publicado en PicNic.
IMÁGENES ESCALOFRIANTES
Estas fotografías personales de Brito se caracterizan por mostrar a las víctimas de esta lucha contra el narcotráfico insertas dentro de un paisaje natural. Son fotografías que no muestran sangre –algo común en las imágenes de las secciones policiacas– sino simplemente “seres humanos”.
“Yo no juzgo, solo muestro a una persona que nunca más volverá a casa con su familia. La gente piensa que a todos los que matan es porque andaban en malos pasos, que son culpables, y esto no es necesariamente así. Y aunque así fuera, quisiera que no sucediera. No creo que la muerte sea la solución. La cuestión es no acostumbrarse a la muerte”.
Curiosamente, esa sutileza que caracteriza sus imágenes las hace doblemente fuertes. Demoledoras. Al respecto, cuenta una anécdota:
“Una vez llegó una persona y me comentó lo que sintió al ver mis fotografías. En un primer nivel, vio un paisaje bonito, lleno de color; después apreció el muerto escondido entre los arbustos, lo cual fue escalofriante. Le provocó sentimientos encontrados, y eso es justamente lo que yo quiero. Las mías no son fotos bonitas. Quiero que mis imágenes afecten, que incomoden, que les dé urticaria a quien las vea. Esa es mi idea y esa la realidad que estamos viviendo.
“Muchas personas podrían pensar que mis fotografías son instalaciones artísticas. Sin embargo, cuando se dan cuenta que el muerto que aparece ahí es real, les impacta demasiado. La idea es que la fotografía sea melancólica, no morbosa, para que puedas quedarte contemplándola y entiendas que más allá de la lucha del gobierno contra el narco, estás viendo a un ser humano muerto.
“Mi proyecto no trata de hacer las mejores fotografías. Más bien trata de mostrar lo que está sucediendo. A mí no me importa qué tamaño tienen, si se exponen en una galería o si se publican en un libro. No busco ni fama ni dinero. Solo una mejora en la sociedad. Mostrar mi trabajo como una alerta roja”.
Afirma que la apatía que se ha adueñado de la sociedad se debe a que históricamente no se ha logrado nada. “Entonces la gente piensa: ‘para que hago algo si no voy a lograr nada’. Lo que yo digo es que no podemos seguir siendo indiferentes, porque ya lo fuimos bastante y por eso está ocurriendo todo esto. Somos espectadores y no hacemos nada”. Aunque luego reflexiona y dice con un dejo de frustración: “Claro que también se entiende, porque si haces algo, corres el riesgo de que te asesinen”.
CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD
Para Brito, el problema de la violencia no está en el consumo de drogas. “Todas las culturas del mundo las han consumido y no por eso se asesinaban como ahora. El problema real es una cuestión más grave: lo que mata es el poder, la corrupción, la impunidad y la indiferencia de la gente. No podemos ser tan ciegos.
“Lo peor es que todo el mundo cree que esto es pasajero. No pienso que así sea, no le veo una solución en muchísimos años. Esto podría cambiar a largo plazo con educación y generando oportunidades de trabajo. Claro que la gente que vive en la sierra prefiere sembrar marihuana que una tonelada de maíz. Eso les genera dinero y de algo tienen que comer”. Luego reflexiona: “Paradójicamente, el sueño de muchos fotógrafos es ir a la guerra. No se dan cuenta que la guerra nos alcanzó. Pienso que los compañeros no están aprovechando lo que está ocurriendo. Hay mucha cuestión social que deberían contarse”.
Al final, afirma Brito, lo único que le interesa es tener una tribuna para denunciar todo lo que está pasando. Cuando participa en un concurso, queda satisfecho con que cuelguen sus imágenes para que otros las vean. No pide más.
Ahora que ha sido galardonado con el World Press Photo 2011 y el Photo España 2011, logró tener la mejor tribuna que jamás se hubiera imaginado. Y entonces vuelve a la premisa del principio: “Te digo, lo que me interesa es incomodar, provocar urticaria a quien observe mis fotografías”. Así sea. (Juan Carlos Aguilar García)