10 febrero 2012

¡Ataque contra La 5ta banda!

“Eran cuatro sicarios. Uno se encargó de vigilar la puerta, mientras los otros tres entraron al lugar y se posicionaron de forma triangular entre las mesas: uno al frente y dos más en los costados, un metro atrás. El hombre adelantado colocó su arma a la altura de su cabeza y comenzó a disparar al escenario”.
Así describieron varios sobrevivientes la trágica escena ocurrida la madrugada del sábado 4 de febrero en el salón de baile Far West en Chihuahua.
Era la 1:30 de la mañana cuando un hombre encapuchado disparó indiscriminadamente al escenario. Su objetivo: la agrupación La 5ta banda, que en ese momento amenizaba la noche. El sicario no dudó. Apenas se apostó en su posición, activó su arma larga. En cuestión de minutos la destrucción estaba consumada. El saldo: nueve personas muertas y otras 11 heridas de gravedad.
Entre los muertos se encuentran cinco miembros de la agrupación y cuatro comensales. Los miembros de la agrupación que fueron asesinados son: Julio César Reyes (armonías), Julio Alberto Barraza (tarola), José Luis Rivera (primera voz), Marco Antonio Pérez (dirección y trombón) y el representante de la banda Marco Antonio Murguía, quien falleció mientras recibía atención médica.
Las otras cuatro víctimas mortales se encontraban entre el público. Una de ellas era una agente de la policía municipal que estaba de vacaciones: Elizabeth Zafiro Quintana, quien estaba embarazada, según información de los peritos que llegaron a realizar la investigación. Además, fueron asesinados sus tres acompañantes.
CHOQUE DE CÁRTELES
Una vez cometidos los crímenes, los hombres huyeron del lugar. Se sabe que uno de los sicarios está herido pues hay rastros de sangre afuera del lugar. Sin embargo, hasta ahora no se sabe nada de ellos. No hay descripciones físicas ni nombres. Nada. Tampoco se conocen las razones del ataque.
La información es imprecisa y abusa de las suposiciones. Una versión indica que La 5ta banda estaba ligada al cártel de Juárez, lo que provocó el enojo de los miembros del cártel de Sinaloa, quienes serían los autores de los asesinatos. Sin embargo, bien pudo ser una venganza personal. Lo cierto es que la trayectoria de 14 años de La 5ta banda comenzó con temas bailables y baladas románticas, para luego “entrarle” a los narcocorridos. De hecho, uno de sus grandes éxitos es “El corrido de la línea” cantada según algunos medios locales en honor del cártel de Juárez.
Momentos después de cometidos los crímenes, en el lugar se encontraron 91 casquillos calibre 7.62 x 39, lo que hace suponer que el sicario utilizó un AK-47, pues ese calibre le queda a esa arma, mejor conocida como “cuerno de chivo”. No obstante tampoco hay certeza en eso: pudieron ser al menos otras cinco o seis armas que utilizan balas de esa misma medida. También se encontraron en el suelo tres balas calibre .9 milímetros.
Afuera del establecimiento permanecían cinco vehículos que se cree son de las personas asesinadas, entre ellos el camión que utilizaban los integrantes del grupo musical. En el aire se percibía además un penetrante olor a muerte que obligó a los peritos a taparse la nariz.
Una semana después el olor permanece en el lugar. No así la información en los periódicos. No hubo un gran seguimiento sobre este fatídico acontecimiento en los medios de comunicación.
Los muertos nos parecen muy pocos para ocupar una primera plana. Después de todo, explican, no es la primera vez –ni será la última– que la música de banda es silenciada por la “música” de las metrallas. Continúa la danza mortuoria. (Juan Carlos Aguilar García)

08 febrero 2012

¡Un poco de calma!

Nayeli sólo quería un poco de calma. Un momento de silencio. “Ténse quietos chamacos: tú, bajatedeái que te vas a caer; y tú, cállate yaaa”, suplicó una y otra vez.
“Cállensequeyametienenhartaynoaguantomás”. Pero no. Los llantos seguían machacándole la cabeza, como brocas que se abren paso entre el concreto.
En su caso, las rabietas de sus dos hijos le llegaban directo a los nervios, en forma de punzadas dolorosísimas. Especialmente esa mañana del 31 de octubre. Agobiada por las penurias económicas, había discutido con Ignacio, su pareja, y había quedado enojada. Y para colmo, esos niños que no se callaban ni un minuto.
Estaba en el límite y el más leve lloriqueo la hubiese sacado de sus casillas, como finalmente ocurrió. Entonces soltó su enojo, su furia, sus frustraciones… y sobrevino la tragedia, que ya desde hacía mucho acechaba a su puerta, como destino ineludible.
Todo ocurrió en un pestañeo, con la velocidad del desquiciamiento. Sin planeación ni más advertencias. Sólo actuó obedeciendo sus impulsos.
PUÑALADA MORTAL
Nayeli, de 21 años, intentaba ordenar un poco la humilde vivienda que ella e Ignacio rentaban en la colonia El Tezontle, en Pachuca, Hidalgo. Estaba furiosa por la reciente discusión y preocupada por los gastos de la casa. Le dolía la cabeza.
Su trabajo como mesera en el restaurante Mirage de Plaza Perisur no alcanzaba para mucho. Peor: Ignacio estaba desempleado: tiene apenas 16 años y es poco lo que puede encontrar. Estaba en esas cuando el llanto de los niños terminó por desquiciarla. No estaba dispuesta a soportarlo un instante más. Hubo un momento en el que José Iván, su hijo de cuatro años, se acercó a ella porque quería jugar entre sus piernas.
Esa fue la oportunidad que Nayeli –la mente ofuscada de Nayeli– esperaba. No lo dudó y a propósito tiró al suelo un cuchillo. Se agachó para recogerlo y cuando se enderezaba de nuevo, desvió el camino de su mano empuñando el puñal y lo enterró completo en la espalda de José Iván. Ella misma detalló su arranque de ira: “Agarré un cuchillo de la mesa, lo tiré y luego se lo clavé en la espalda”.
Comenzaban a salir los primeros borbotones de sangre, cuando la mente de Nayeli regresó de nuevo a la realidad. Quiso detener la hemorragia, pero – ¡maldita sea! – su hijo más pequeño, Carlos Andrés, de dos años, no paraba de llorar. Así que detuvo (intentó, quiero decir): intentó detener la hemorragia con una camiseta y se fue a callar al más pequeño.
La única solución que pudo encontrar su alterada mente fue recostar a los dos niños en la cama para luego estrangularlos hasta que dejaran de respirar. Habla de nuevo la madre: “Me desesperé más, así que agarré a los dos, los acosté en la cama y los estrangulé hasta que no pudieran respirar”. Aseguró Nayeli que murieron por asfixia. Sin embargo, las autoridades lo dudan, pues en el pequeño cuarto había un fuerte olor a gas, por lo que sospechan que abrió las llaves de la estufa y que luego obligó a los niños a olerlo directamente.
Después de terminar con la vida de sus hijos, intentó colgarse con una corbata, pero no tuvo el valor: no pudo suicidarse.
SILENCIO ETERNO
Perpetrada la tragedia, salió a la calle en busca de Ignacio para contarle todo lo que había pasado. Éste intentó revivir a sus hijos, pero fue imposible. Vino entonces una nueva andanada de recriminaciones. Si alguien los hubiera visto en ese momento, hubiera presenciado la lucha encarnizada de dos enemigos. Insultos, manoteos, que si la falta de dinero –“nostienesenlamiserianipacomeralcanza”– y luego la estocada final, por parte de Ignacio: “Te voy a entregar a la policía”.
Nayeli Soledad –que ese es su segundo nombre– entendió que, por primera vez o tal vez desde siempre, estaba completamente sola. Salió a las calles, con las manos ensangrentadas y paso moribundo. Huyó en un taxi que la dejó frente al mercado Primero de Mayo y ahí, en una fuente del jardín, lavó sus manos –como hubiera querido lavar sus culpas– para luego tomar un transporte rumbo al pueblo Huasca de Ocampo.
Poco tiempo duró su huida. En Huasca fue detenida por la policía, que ya había sido advertida, gracias a la denuncia de su pareja, sobre una mujer con sus características físicas y su vestimenta.
Una vez detenida no soportó más… y un golpe de agua inundó sus ojos. Se vino abajo. Relató a detalle lo que había hecho y lo desesperada que se encontraba. Lloró como niña y lo único que hubiese deseado en ese momento era jugar entre las piernas de su madre y no preocuparse por nada.
Ahora todo está en silencio, con mucha calma, como quería. No obstante, es tanta la pasividad que la ahoga, la asfixia, y quisiera entonces escuchar un poquito de ruido, los lloriqueos de sus niños diciéndole mamá.
Y eso es exactamente lo que la abruma: sabe que nunca más escuchará esos llantos y que el silencio será eterno, por los siglos de los siglos… (Juan Carlos Aguilar García)