21 noviembre 2012

Un desheredado en la ciudad


I

“Acompáñame, no tengas miedo, para que conozcas a mis compas”, me dice Miguel Ángel mientras caminamos por un callejón en el que nunca antes había estado.

Quiero conocer el lugar donde compra su activo, pero en el camino ya no me parece tan buena idea. Está oscureciendo y ni siquiera sabría encontrar con facilidad una avenida principal.

“Ándale, son buenos tipos; hay como veinte ahorita”, insiste sin detener sus pasos frágiles, titubeantes, luego de atascarse con tres monas bien servidas que escurrían “como chocolatito”, como dice él.

“No, mejor aquí te espero… ve y yo aquí me estoy”, le digo finalmente, mientras él se pierde algunos metros más adelante cuando dobla en una esquina. Lo espero durante más de media hora, pero no vuelve a aparecer. Es la última vez que veo a Miguel Ángel.


II

Miguel Ángel es indigente. Duerme donde puede y sólo posee la ropa que trae puesta. Tiene 67 años, es drogadicto y alcohólico, y desde hace algún tiempo dejó de preocuparse demasiado por su futuro. Sin ninguna aspiración, cada día vive en dos mundos: entre los desplantes y agresiones de la realidad, y la euforia desmedida que le ofrece el chemo.

Antes, joven soberbio y ambicioso, Miguel Ángel fue padrote, vendedor de marihuana y pollero. No sólo eso. También fue un conquistador, me dice, que tuvo mujeres por montones. “Fui un verdadero cabrón, la verdad, muy ojete con todas ellas. Era tan hijo de la chingada que todos me conocían como  El Chacal. Pero ya no, eso fue antes”.

Chacal. Entiéndase un mamífero carnívoro, a medio camino entre el zorro y el lobo, que es carroñero y de costumbres gregarias. Así es precisamente El Chacal: gregario y disperso.

Y es que el activo ha hecho mella en su persona: su mente divaga y difícilmente puede sostener una conversación. Además de que tiene toda la sintomatología de un adicto: inflamación y manchas alrededor de la boca, sangrado constante de la nariz, dificultad para expresarse y una apariencia general de tener gripa.

Por fortuna conmigo es amable y hasta muestra momentos de energía. Responde a cuanta pregunta le hago y ni siquiera se inhibe con mi cámara. Le pregunto si puedo tomarle algunas fotografías y me dice que todas las que yo quiera. Ese fue el inicio de una gran charla que se prolongaría durante las próximas cinco horas.

Me encontré con él un sábado de septiembre afuera de la iglesia San Juan de Dios, en la plaza que lleva el mismo nombre, donde también se encuentra el museo Franz Mayer, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

En un pequeño rincón que no rebasa los dos metros cuadrados, tiene todo lo que posee en esta vida: una colchoneta, un par de cobijas, algo de comida, un sombrero y una figura de San Judas Tadeo (es fiel al santo de las causas perdidas). “Nada me falta, tengo todo lo que necesito. Antes tenía mi casa aquí a la vuelta, pero por vender droga estuve en la cárcel y perdí todo. Pero, ¿te digo algo? Soy feliz”.

“¿Y su familia?” -le pregunto.
“Mi madre murió cuando era niño y mi padre pocos años después. Huérfano, conocí a unos polleros y comencé a trabajar con ellos. Tampoco tengo esposa ni hijos, pero sí a una viejita linda. Soy feliz, la verdad”.  
“¿Tienes hambre? Te invito unos tacos” -le digo.
“Ya vas Barrabás”.




III

Miguel Ángel es originario de Veracruz, pero pronto abandonó el estado para ir a la frontera norte del país para dedicarse a cruzar indocumentados. Años después llegó a la Ciudad de México y nunca más cambió de residencia: aquí halló todo lo que deseaba. En sus buenos tiempos visitó cuanto burdel se encontraba; en estos lugares convivió con asaltantes, golpeadores, violadores y drogadictos. Fue padrote y abusador. Poco tiempo después comenzó a vender marihuana. Ganó buen dinero, pero así como llegó, se fue.

Mientras come sus diez tacos de suadero, me cuenta que siempre ha sido muy bueno para repartir cates. “Pum, pum, pum y ¡zas!, en dos patadas me los despachaba”, relata a la vez que lanza algunos golpes al aire. “Todavía me descuento a uno que otro, no te creas”.

Después de los tacos, lo invito a una cantina donde nos tomamos unas cervezas. Dejo que hable todo lo que quiera y que se sienta en confianza. Entre muchas cosas, me dice que un día deberíamos de dar la vuelta por Garibaldi, que ahí todo el mundo lo conoce. “Tú nomás di que eres mi sobrino y no tendrás ninguna bronca”.

Luego, con la ligereza que da haber tomado algunas cervezas, me confiesa al oído: “No y qué te cuento. Hace un mes asesiné a una señora. Le di varios rocazos en la cabeza ¡y que se empieza a convulsionar! Me pelé como pude, de pendejo me quedo ahí, ¿no crees?”.
      

IV

Después de beber y comer, Miguel Ángel me lleva de regreso al lugar donde lo encontré. Se recuesta y comienza a inhalar. Yo aprovecho para tomar más fotografías, tal y como he hecho todo este tiempo.

Ahí tirado, con la mirada extraviada y el cuerpo fragilísimo, pienso que El Chacal es víctima de él mismo, de sus acciones perversas, de su orfandad prematura, de su pobreza y de sus adicciones.

Un hombre que teniendo todo en contra deseó dar un giro a su vida, hacerla en grande -te juro por esta que ahora sí salimos de pobres- y cuál, no pasó nada, la miseria lo siguió hasta el final de sus días.

Es víctima de sí mismo, es cierto, pero también es víctima de la sociedad egoísta que discrimina a personas como él. Un desarraigado en su propia tierra, un lumpen, como dirían los estudiosos. Víctima de un sistema económico que los anula sin más. Para ellos no hay nada, ni un sólo chance. Jodido naciste y jodido morirás. Inténtalo si quieres, pero de ahí no pasas.

¿En qué momento Miguel Ángel se dejó llevar a la situación en la que se encuentra ahora?



V

“¿Y dónde compras tu activo?”
“Aquí atrás, en una vecindad. Vamos, acompáñame”.

Pienso que es una buena oportunidad para tomar más fotografías, unas que nadie tendría. Y entonces nos dirigimos a donde dice Miguel Ángel. No lo conozco bien e incluso me acaba de contar a detalle cómo asesinó a una mujer y cómo la abandonó en un terreno baldío, pero extrañamente confío en él.

“¿Cuántos rocazos le diste a la mujer? ¿Alguien te vio?”
“Como seis o siete, en la mera cabezota. Me vio un compa que me dijo que no corriera, que caminara como si nada, pero de pendejo le hago caso”. 

Caminamos en silencio por varias calles solitarias: mi acompañante ya va muy drogado. De algún modo voy solo a no sé dónde diablos. Al final, considero que no es buena idea acompañarlo. Prefiero esperar y seguir platicando después, pero ya no vuelve.   

Tras media hora de espera guardo mi cámara y regreso por donde habíamos venido. Después de unos minutos me encuentro, de nuevo, frente a la apatía de millones de personas que diariamente deambulan por la urbe. Miles de autos, miles de personas dirigiéndose presurosas a no sé dónde. Dudo un poco antes de dejarme tragar por el bullicio citadino, pero al final no tengo opción. Solo en medio del caos.

De algún modo, en algún breve instante, todos somos Miguel Ángel, todos somos El Chacal. Unos desheredados en nuestra propia tierra...(Texto y fotos: Juan Carlos Aguilar García)

15 noviembre 2012

El Chapo, de carne y hueso

Según la Agencia Federal Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés), Joaquín El Chapo Guzmán, líder del cártel de Sinaloa, es el hombre más peligroso del mundo. Conocidos son sus métodos violentos dentro del negocio del narcotráfico y conocida es la nula compasión que muestra ante sus enemigos.

Sin embargo, esta es sólo una cara del temible capo de capos. La otra faceta de El Chapo es en extremo amable, casi dulce. Tan bromista como un “niño travieso”, que resulta incompatible con las crueles historias que leemos en los periódicos.


Aunque difícil de creer, gente que lo ha mirado a los ojos lo describe como un hombre juguetón, bromista, muy amoroso con sus hijos y romántico con las mujeres. Entre las cosas que no soporta está el cigarro (no fuma y no permite que nadie fume en su presencia) y una de sus mayores debilidades son los tenis Nike (alguna vez tuvo más de 50 pares), los cuales usa cuando viaja a la ciudad.

Estas son algunas de las cosas que narra el periodista y escritor Alejandro Almazán en El más buscado, su más reciente novela, en la que con las herramientas del periodismo, primero, y con su talento como narrador, después,  nos cuenta la historia del capo El Chalo Gaitán, inspirada, desde luego, en la vida del narcotraficante más poderoso del mundo.

La idea de Almazán era mostrar a un Joaquín Guzmán Loera más humano, sin ponerlo a la altura de un monstruo, como intentan las autoridades, pero tampoco sin santificarlo, como hace la gente que se ha visto beneficiada por él.    

“Desde el principio me propuse que iba a escribir una ficción, porque de El Chapo o tienes versiones que lo ponen como un Dios o como el mismísimo Diablo. Yo lo que quería justamente era desmitificar a este personaje, que no fuera ni Dios ni el Diablo, sino un ser humano.

“Si me iba al periodismo, necesariamente iba a caer, creo yo, en no ser tan imparcial o no ser tan honesto, por eso preferí la literatura. Sé que la mejor ficción suele ser la realidad, sin embargo me aventuré a contarlo de esta manera y decirle desde un principio al lector que mi pacto era con la literatura, que todo era una ficción. No quiero mentirle al lector y decirle: ‘aquí está la neta sobre El Chapo, eso no”, explica Almazán.

AMOROSO Y ROMÁNTICO

A decir del autor de Entre perros, Guzmán Loera es un personaje igual de contradictorio que todos los seres humanos.

“Es un ser muy violento, pero a la vez tiene principios, tiene sueños, tiene esperanzas. Realmente no somos tan distintos. Digo ‘tan’, porque, bueno, la gran mayoría no ha rebasado la línea de asesinar a alguien y él sí lo ha hecho. Pero independientemente de que él haya rebasado esa línea, somos muy parecidos en el sentido de que, como todo mundo, llora, se entristece, se enoja”, afirma Almazán.

Abunda: “Hay muchas anécdotas que lo dibujan como un niño travieso, como un hombre que sigue siendo niño. Sí, es violento y todo lo que tú quieras, pero no ha perdido las ganas de hacer travesuras.

“Me contaron, por ejemplo, que hay una viejita en la sierra que tiene gallinas y que El  Chapo suele matarlas, mientras ríe a carcajadas. En cada ocasión la viejita se queda enojada hasta que al otro día va El Chapo y le regala cien gallinas. Eso le divierte. A otras personas les ayuda a construir escuelas, a pavimentar sus calles, a tener luz eléctrica, o hasta les presta sus avionetas para que lleven a la gente al hospital. Todo esto te va retratando el personaje, más allá del que nos quieren mostrar las autoridades.

“Yo sí creo que no sólo El Chapo, sino todos los narcotraficantes, se han convertido en una especie de Secretaría de Desarrollo Social, ante la ausencia del gobierno de una política social y económica. Es cuando entiendes a la gente que te habla maravillas de todos estos personajes; han saldado, de alguna u otra manera, el olvido del gobierno”.

NUEVO PANCHO VILLA

Por el perfil del personaje y su trascendencia en la historia de nuestro país, Almazán no duda en comparar a El Chapo Guzmán con Pancho Villa. Dice que, igual que el revolucionario, el narcotraficante estará presente en nuestra historia y literatura durante las próximas décadas.  
“Él mismo tiene esta idea de que sí, en efecto, puede ser un Pancho Villa. No se considera Pablo Escobar ‑aún cuando llegó a tratarlo y admirarlo‑ porque él sí era extremadamente violento. A El Chapo, en cambio, no le gusta que la gente secuestre, no le gusta que les den droga a los niños; tiene un código de ética interno que difícilmente encuentro en otros grupos delincuenciales como Los Zetas.

Sobre la trascendencia de lo que se conoce como las “novelas del narco”, o “narcoficción”, Almazán dice que los libros que pasen la prueba del tiempo nos servirán en el futuro para entender qué ocurrió en esta época, tal y como nos han servido ahora los libros de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela o Nellie Campobello para comprender el movimiento revolucionario.

En suma, Almazán acepta que El Chapo es culpable de muchas cosas, pero insiste en que no es el único.

“Hay otros malos, y son justamente los que hoy se dicen buenos y que aseguran ser los defensores de la patria. El Chapo, por su parte, es un hombre que si eres su amigo te va dar su mano franca, pero si eres su enemigo te va a golpear dos veces, eso sin duda”, finaliza.  (Juan Carlos Aguilar García)

07 noviembre 2012

¡Kinyua, un caníbal moderno!



Ni la mente más trastornada hubiera imaginado fácilmente la escena que protagonizó Alexander Kinyua hace apenas unos días en Maryland, Estados Unidos. Ahora mismo que ya han ocurrido los hechos y que han sido aceptados por el victimario, muchos no conciben lo sucedido.

Aceptarlo significaría dejar de creer en el ser humano y reconocer tristemente que somos simples bestias que actúan instintivamente. Nadie quiere eso, por supuesto.

El punto es que los hechos hablan por sí mismos. Kinyua, un joven de 21 años, estudiante de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Estatal Morgan, en Baltimore, hizo una de las cosas más aberrantes sin siquiera inmutarse demasiado. Pero, ¿qué salvajada cometió?

BOCADOS HUMANOS

Kinyua asesinó a Kujoe Bonsajo Agyei-Kodie, su compañero de habitación, y luego descuartizó su cuerpo con un cuchillo. Una vez hecho esto, comió su corazón y parte de su cerebro. 

Desde el 25 de mayo pasado, Kodie, de 37 años, formó parte de las listas de personas desaparecidas. La última vez que se le vio con vida, fue cuando salió de su departamento para hacer ejercicio por el vecindario.

Parecía que este sería otro de esos misteriosos casos que quedan sin resolver, hasta que el padre del propio Kinyua habló a la policía para informar que su otro hijo, Jarrod, había descubierto en el sótano de la casa donde vivían víctima y victimario, dos latas cubiertas con una manta en la que se encontraban una cabeza y dos manos humanas.    

Jarrod enfrentó a Kinyua, pero éste negó en todo momento que los restos fueran humanos. Dijo que eran partes de  un animal.

Así dejaron las cosas un momento, hasta que padre e hijo decidieron bajar por segunda vez al sótano. La sorpresa fue enorme cuando encontraron a Kinyua limpiando las latas, ahora vacías, con lo cual aceptaba su culpabilidad.    

Los detectives, finalmente, hallaron la cabeza y las manos en otro lugar de la casa y el homicida no tuvo más opción que aceptar su culpabilidad, ante el sheriff del condado de Hartford, Jesse Bane, quien lo acusó de los cargos de asesinato en primer grado.       

El resto del cadáver fue encontrado en el interior de un contenedor de basura, ubicado en el estacionamiento de una iglesia baptista.  

SOCIEDAD CANÍBAL

La población estadounidense todavía no se recuperaba de la terrible noticia que informaba sobre el caso de Rudy Eugene –un hombre de 31 años que se comió el rostro de otra persona cerca de una transitada carretera en Miami, quien por cierto no se detuvo hasta que un policía lo mató de un disparo– cuando los periódicos informaban el 31 de mayo de este otro terrible acontecimiento.

La noticia causó tal revuelo que las autoridades pidieron a la sociedad –sobre todo a los jóvenes universitarios– que mantuvieran la calma.  

“¡Está loco!, ¡está loco!”, comenzaron a alertar algunos sectores de la sociedad, en un intento por tratar de limpiar sus culpas. Pero, ¿Kinyua es un psicópata asesino? ¿Sufre un transtorno mental? Nada de eso.

Los primeros análisis médicos revelaron que el asesino no sufre de alteraciones mentales, pese a que actuó con mucha violencia sobre su víctima. Días antes, Kinyua golpeó severamente a otro de sus compañeros, pero quedó con vida…

¿Qué hacer con este tipo de personas? ¿También son producto de nuestra sociedad enferma? ¿Por qué devoró el corazón y el cerebro? ¿Fue una especie de apropiación? ¿Kodie vive ahora dentro de él? 

Son respuestas que sólo Kinyua podría responder, sólo que después de su declaración no ha vuelto a abrir su boca. Ahí no entra ni una mosca.