30 marzo 2012

¡Silencio forzado!

La terrible violencia en la que se ha enfrascado México los últimos seis años, producto de la supuesta guerra que el gobierno de Felipe Calderón declaró al narcotráfico, ha dejado, como sabemos bien, más de 50 mil muertos –muchos de ellos inocentes– y otros tantos miles de agredidos.
Una supuesta guerra, digo, porque según múltiples especialistas, el inusitado poder de varios cárteles de la droga –y la evidente facilidad con la que se desenvuelven en nuestro país– sólo se explica con una complicidad expresa del gobierno.
En otras palabras: de haber una verdadera voluntad por acabar con el narcotráfico, habría afectaciones reales a diferentes organizaciones que, hoy por hoy, gozan de un enorme poderío.
De entre las miles de víctimas, existen dos grupos que han sido especialmente vulnerados por el narco: los policías municipales y los periodistas. Ambos han quedado atrapados en el fuego cruzado de diversos grupos, entiéndase la policía federal, el ejército, la marina, los sicarios o el mismísimo gobierno.

Ambos se enfrentan día a día a una guerra para la que, definitivamente, no estaban preparados. Sin siquiera advertirlo, pasaron de cubrir información local a atender emergencias propias de una guerra, tanto o más peligrosa que la que se vive en países como Irak o Afganistán, según han declarado diversos corresponsales que han estado en ambos escenarios.

172 AGRESIONES
En el caso de los periodistas, las condiciones para que desempeñen su trabajo son cada vez más adversas, lo que se traduce en una clara violación a la libertad de expresión.
Las cifras son contundentes. Según el informe Silencio forzado. El estado, cómplice de la violencia contra la prensa en México, realizado por la organización civil Artículo 19, en 2011 se registraron y documentaron 172 agresiones a la libertad de expresión, esto es 17 más de los reportados en 2010.
El estudio, presentado recientemente, enumera diez tipos de agresiones, que van desde las amenazas y la intimidación, hasta la agresión física, la privación ilegal de las libertad y el asesinato.
El tipo de agresión más frecuente fue la violencia física material, que se refiere a los daños al equipo de trabajo, así como ataques contra instalaciones de medios. De este tipo de agresión se registraron 73 casos: 61 contra reporteros, uno más contra un empleado de distribución de un diario, y diez más contra oficinas e instalaciones de medios.
El segundo tipo de agresión más recurrente fueron las amenazas, así como los actos de intimidación y presión contra las empresas y sus periodistas. En este rubro se registraron 24 casos.
El reporte también explica que los reporteros, los fotógrafos y camarógrafos son quienes con más frecuencia se convierten en blanco de las agresiones. De los 172 casos, los reporteros padecieron 81 acontecimientos, mientras que los fotógrafos/camarógrafos 41. Le siguen las agresiones cometidas contra las instalaciones de los medios de comunicación, que sumaron 27. Los otros 23 casos se dividen entre colaboradores (6), Directivos (5), Editores (4), Trabajadores (4) y Periodistas radiofónicos (4).
ENEMIGO EN CASA
El reporte indica además que el principal agresor de los periodistas no es el crimen organizado, sino el propio gobierno. Se lee en el estudio:
“Al igual que en años anteriores, los funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno fueron responsables del mayor número de agresiones a la libertad de expresión (41.86% del total). De ese universo de casos atribuibles a actores del Estado, las fuerzas de seguridad (Ejército, Marina, policías municipales, estatales y federales) fueron directamente señaladas como culpables de seis de cada diez abusos contra representantes de los medios de comunicación.
“En contraste, las agresiones provenientes de sujetos presuntamente vinculados con la delincuencia organizada representaron apenas 13.37%, aunque puede atribuirse a sus integrantes la responsabilidad por nueve asesinatos y 13 ataques directos y otros actos de intimidación contra medios en distintas ciudades”.
LOS MÁS VIOLENTOS
Un estudio realizado también por Artículo 19 establece que de 2000 a la fecha, 66 periodistas en nuestro país han sido asesinados y 13 más fueron desaparecidos, al parecer por cuestiones relacionadas a su ejercicio periodístico.
Son cuatro los estados donde se han registrado más asesinatos: Chihuahua (10), Guerrero (8), Tamaulipas (11) y Veracruz (9). Le siguen Michoacán y Oaxaca, ambos con 4 casos cada uno; Durango, Sinaloa y Estado de México, con tres casos cada uno; Coahuila, Nuevo Léon y el Distrito Federal, con dos casos cada uno; y Tabasco, Quintana Roo, Jalisco, Sonora y Baja California con un caso cada uno. (Juan Carlos Aguilar García)

07 marzo 2012

¡Cosecha roja!

Las imágenes policíacas fueron el deleite de los lectores durante las primeras décadas del siglo pasado, pero su origen se registra antes, casi desde el nacimiento mismo de la fotografía. En el caso de México, este tipo de imágenes aparecieron poco después del nacimiento de los géneros
periodísticos.
A principios del siglo XIX, los diarios ejercían solamente un periodismo opinativo con una pequeñísima sección dedicada a asuntos amarillistas. A esta estirpe pertenecen diarios como El Sol, El Águila Mexicana, El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve.
Ninguno de ellos daba cuenta de los hechos que ocurrían el día anterior. No existía el reporter. Esta figura apareció hasta 1871, cuando Manuel Payno y Gonzalo A. Esteva fundaron El Federalista, periódico que introdujo por primera vez en México el reportazgo (reportaje) y la entrevista.
Los temas de los reportajes estuvieron dedicados casi exclusivamente a sucesos alarmantes, como el del plagio del señor Juan Cervantes, que causó conmoción en su época.
MALANDRINES Y CRIMINALES INFAMES
La semilla había sido sembrada y al siglo XX le tocaría recoger la cosecha. Durante las primeras décadas de la centuria, la sociedad conoció destacados casos de nota roja, como “El secuestro de Bruce Bielaski” y las fechorías de la banda “El tigre del pedregal”. Para entonces, El Universal, La Prensa y El Popular —“el diario que refleja la actualidad como un espejo”— se daban vuelo informando sobre asesinatos, peleas y fraudes.
Entre sus páginas se observan retratos de “malandrines”, “criminales infames” y personas de “dudosa honorabilidad”.
No eran realmente fotografías violentas, tal y como se vería después. Más bien eran imágenes de la escena del crimen y retratos de los malhechores, muy en el estilo de las fotografías de identificación de los reos que se realizaron en México a mediados del siglo XIX y que son atribuidas al “fotógrafo de cárceles” Joaquín Díaz González.
Ante el interés del público por enterarse de estos casos, surgieron revistas especializadas como Crimen, Alerta y Magazine de policía.
Para mediados de los años 50, destacaba el trabajo del reportero Eduardo “El Güero” Téllez y de los fotógrafos Antonio “El Indio” Velásquez y su discípulo Enrique Metinides, un jovencito que desde los 12 años había sorprendido por su audacia.
Para entonces la gente se había quedado boquiabierta con los crímenes de Gregorio “Goyo” Cárdenas, Higinio Sobera de la Flor y el luchador Pancho Valentino, el “mata curas”.
Después entraría a escena otro fotógrafo, también aprendiz de “El Indio” Velásquez: Antonio Caballero, quien trabajó para los semanarios Guerra al crimen y Revista de policía y nota roja.
FASCINACIÓN Y MUERTE
Ese era el panorama de la fuente policíaca en México, cuando en abril de 1963 surgió una publicación que llevaría lo sangriento hasta sus últimas consecuencias: Alarma!, de Carlos Samayoa Lizárraga.
Su sello distintivo: fotografías extremadamente crueles. Son bofetadas al inconsciente que nos recuerdan nuestra fascinación por la muerte. Cuerpos calcinados, mutilados, ¡sin rostro! Todo a página completa y con el mayor acercamiento posible.
Hay quien dice que el morbo es un asunto de sobrevivencia, porque al ver a la víctima reconocemos el peligro. Otros dicen que “es un aliciente para los jodidos”. Y es que aunque alguien tenga la vida más miserable, está mejor que el muerto de la foto. El otro está peor justamente porque ya no está.
Actualmente, una nueva camada de fotógrafos alimenta las secciones policíacas de las publicaciones nacionales. Nombres como David Alvarado, Luis Barrera, Alfredo Domínguez, Valente Rosas y Saúl López, entre muchos otros, aparecen repetidamente al pie de una imagen brutal.
Saben que el suyo no es un trabajo agradable, no puede serlo, pero igual lo ejercen con pasión. Hacen lo imposible para tomar la foto que luego los hará estremecerse.Y lo cruel: para ellos nunca habrá felicitaciones. Ya lo dijo el escritor Eduardo Monteverde: “Trabajo rudo por todas las vías, nunca hay premio por contar estas historias. Podrá haber reconocimientos, mas no medallas por narrar artísticamente ese lado oscuro y silencioso de la sociedad en un teatro de los hechos en el que no hay escenografía”. (Juan Carlos Aguilar García)

¡72 migrantes!

La imagen es brutal: decenas de cuerpos de hombres y mujeres lucen amontonados en el interior del rancho El huizache, en las inmediaciones del municipio de San Fernando en Tamaulipas. En su intento por llegar a Estados Unidos fueron interceptados por un grupo de Zetas. El saldo: 72 migrantes muertos. Todos inocentes.
72 migrantes –58 hombres y 14 mujeres– provenientes de Ecuador, Brasil, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala.
Según declaraciones del migrante ecuatoriano Luis Freddy Lala Pomavilla, a quien creyeron muerto y que logró salir vivo de la masacre, los delincuentes les ofrecieron trabajo como sicarios. Como se negaron, la orden fue asesinarlos a todos. Era el lunes 23 de agosto de 2010. Dos días después la noticia hizo especial eco en los hogares de México y Latinoamérica.
Entonces miles de madres mostraron abiertamente su angustia. Fue el rechinar de dientes. ¿Cómo aceptar que un hijo pudo haber sido asesinado en tales condiciones? “Que la virgencita de Guadalupe esté contigo”. “Tres días y no se comunica…”.
ALTAR VIRTUAL
Tras la tragedia, la Procuraduría General de la República inició una averiguación previa, mientras que el gobierno de Ecuador exigió a México protección especial para Freddy Pomavilla. Temían por su seguridad. Un año después, los resultados de la PGR eran nulos. Ni una pista de los responsables de los 72 crímenes.
Y mientras, decenas de madres, fatigadas de tanta angustia, querían saber sobre el paradero de sus hijos. Gritaban a los cuatro vientos sus nombres y apellidos. Se negaban a que fueran una cifra más de esta vorágine de violencia en la que está atrapado nuestro país. Eran todas personas honradas que querían tan sólo una oportunidad en esta vida y que desde luego no tuvieron.
Precisamente con el propósito de mantener en la memoria la muerte de estos 72 migrantes centroamericanos, la periodista Alma Guillermoprieto se propuso construir un altar virtual para recordar a esas víctimas.
Así que convocó a escritores y periodistas a hacer un perfil de cada migrante asesinado, que puede leerse en la página http://72migrantes.com/. El sitio cuenta con todas las características de un altar convencional; incluso, los visitantes pueden dejar una rosa o depositar un donativo si así lo desean.
Al poco tiempo, se hizo un altar sonoro, producido por radio UNAM, y posteriormente el libro 72 migrantes, en el que 72 autores esbozan la vida de esos hombres y mujeres. El objetivo: humanizarlos, darles nombre. Contar un poco sobre su vida, sus anhelos, sus sueños.
El periodista Alejandro Almazán, uno de los autores de este proyecto, dijo que “el libro se realizó con la intención de no olvidar no sólo a estos 72 migrantes, sino a todos los migrantes que pasan diario por nuestro país. Creo que si la gente se asoma un poquito al libro se va a dar cuenta no sólo de la muerte que sufrieron, sino también de todo lo que dejaron atrás, sus vidas, sus sueños rotos”.
Algunos de los coautores del proyecto son Elia Baltazar, Marcela Turati, Elizabeth Palacios, Diego Osorno, Jorge Volpi y Guillermo Orozco. Las regalías de “72 migrantes” –editado por Almadía y Frontera press– son donadas al albergue del padre Alejandro Solalinde en Oaxaca. (Juan Carlos Aguilar García)