En
el principio fue el morbo. Morbo por las imágenes brutales que saciaron
nuestros más vergonzosos placeres. Trancazos a doble página y a todo color que
no dejaron lugar a la imaginación: la muerte revelada en todas sus formas. Luego
un terrible miedo.
Alarma!
eso ha sido: un catálogo de malas prácticas y castigos ejemplares donde -apuntó Carlos Monsiváis- “se conjugan el interés por asomarse a la mala suerte
y a la voluptuosidad de lo horripilante”.
Vistas
de reojo y a escondidas, las fotografías y las historias que se han publicado
desde hace medio siglo espantan porque nos recuerdan nuestra fragilidad como
seres humanos. Un pequeño accidente -o una imprudencia- puede reventar el delgado
hilo sobre el que caminamos. Espantan porque nos restriegan nuestro lado más
salvaje, para el que una piedra, unas tijeras o, mejor aún, las propias manos son
la mejor arma para terminar con la víctima. Nos espantan porque nos revelan realmente
de qué somos capaces. Nos espantan porque nos muestran a ese asesino potencial reflejado
en el espejo.
Sin
embargo -y aquí la paradoja- todas esas historias terribles también son un
bálsamo para quien las ve. Un aliciente para cualquiera, no importa lo
desastrosa y miserable que pueda ser su vida. A final de cuentas, el otro está
peor porque forma parte de ese muestrario de tragedias. Está peor justo porque ya
no está: ahora forma parte, ni más ni menos, de una de las páginas de la
revista que creó todo un concepto informativo que se mantiene hasta nuestros
días, en donde lo sangriento es el sello de la casa.
Sobre
las imágenes inquisidoras, dice de nuevo Monsiváis: “Los cadáveres hacen alarde
de su abandono o su descomposición, las prostitutas se enfrentan a la cámara
que es la mirada reprobatoria, los criminales se dan tiempo para elegir su pose
más temible, los travestis ríen o se apenan entre risitas, las niñas lanzan
contra los sátiros el índice de la virginidad aplastada”.
PARECE QUE FUE AYER…
Alarma!
es heredera de un cúmulo de secciones y revistas policíacas que se publicaban
con regularidad desde las primeras décadas del siglo XX. Primero hicieron lo
suyo periódicos como El Universal, La Prensa y El Popular, los cuales insertaron
sendos apartados dedicados a la nota roja en medio de la información general. El
éxito fue rotundo.
El
público bebió interesado dramas que, de manera inexplicable, hasta eran producto
de orgullo: “¡Uno de los asesinos más sanguinarios es mexicano!” O: “Los
gringos tienen muy buenos asesinos en serie, pero éste no les pide nada”.
Fue
tanto el interés del público por enterarse de las historias criminales más
terribles que producía día a día nuestro país, que no pasó mucho tiempo antes
de que surgieran revistas especializadas como Crimen, Alerta y Magazine de
policía.
Todas
estas publicaciones fueron el germen que años después, en abril de 1963, vería
nacer la revista que ahora usted tiene en sus manos. Es cierto que, como digo,
Alarma! es heredera de todas estas publicaciones policíacas, pero realmente
bebió muy poco de ellas.
Las historias y fotografías eran golpes certeros ante
los cuales nadie quedaba a salvo. Desde el principio sólo se dieron a conocer las
historias más trágicas, las más alarmantes, haciendo honor al nombre de la revista
que, por otro lado, erizaba la piel tan sólo con ver su logotipo.
Ya
sabemos: la palabra “Alarma!” –que desde entonces apareció con un solo signo de
admiración- escrita como por un dedo sangriento. En otras palabras: no era una
publicación policíaca más; era, ante todo, el surgimiento de un concepto, un
estilo de informar, que a la postre se convertiría en toda una referencia
periodística.
Este
concepto fue creado por el periodista Carlos Samayoa Lizárraga, autor también del
célebre título: “Matóla, violóla y encostalóla”, que permanece ya inscrito en
la mente de los mexicanos. Basta que alguien lo escuche, para que dibuje una
pequeña sonrisa y recuerde después alguna historia leída en un viejo ejemplar
de Alarma!, que en sus mejores épocas llegó a imprimir más de dos millones de
ejemplares.
MALOS PENSAMIENTOS
Pero,
¿cómo entender a una revista como Alarma!? Una publicación tétrica, por decir
lo menos, que presenta a la muerte en medio de un humor ácido, recalcitrante.
Basta ver algunas de sus cabezas para entender de lo que hablo: “Sonó un tiro y
Juan Manuel sólo dijo: ¡Ay!”, “Le gritó: ¡te voy a matar!, y que lo va
cumpliendo” o “El mujercito quiso pedir perdón, pero ya estaba muerto”.
En
Alarma! las cabezas juzgan, aniquilan. Los adjetivos son aplastantes y
enjuician “al mujercito, a la hombrecita, al hippie greñudo o al casado rabo
verde”. El ridículo como forma de castigo por todas las fechorías cometidas por
el “vil raterazo, el viejo calenturiento, la mala madre o el hijo ambicioso y
sin escrúpulos”. Nadie queda a salvo. Todos, de una manera u otra, pasan por la
filosa cuchilla de sus páginas.
Pero
entonces, ¿cómo entender a una revista como Alarma!? ¿Es necesario hacerlo? Su
aportación, además del periodístico (en sus páginas se dan a conocer hechos
policíacos de todo el país) debe encontrarse en que nos descifra como sociedad.
Nos desviste y nos trae a la memoria nuestro pasado particularmente violento.
No
sólo eso. Funciona como una válvula de escape, que libera la violencia
contenida, los malos pensamientos. La suya es una lectura catártica que al
final termina por liberarnos, tal y como hace un libro o una película.
En
medio de un mercado saturado de publicaciones de nota roja -incluso de aquellos
grupos editoriales que critican la exhibición de la violencia- ésta, la
catarsis, es su mayor aportación. Una mala broma que nos provoca una sonrisa
perpleja y nos permite observarnos al interior de nosotros mismos.
Al
final del tiempo, cuando se prepare un publicación conmemorativa por los 100
años del surgimiento de Alarma! quedarán dos cosas. El registro puntual de los
acontecimientos trágicos que marcaron determinada época (“si dice 23 balazos,
es porque le dieron 23 balazos”) y la función social que cumplió, aunque no
fuera del todo consciente. (Juan Carlos Aguilar García)