
Algunos de estos nombres son Fredric Brown, Robert Bloch, Rod Serling, Brian Aldiss, Alfred Hitchcock, Clint Eastwood y ahora también Lon Chaney, el maestro del maquillaje.
Chaney me encantó desde que vi, hace ya algunos años, sus dos obras emblemáticas: El jorobado de Notre Dame y El fantasma de la Ópera. Sin embargo, literalmente me traumé cuando vi su película Ríe, payaso, ríe, una obra maestra de principio a fin.
Desde su aparición, los filmes fueron aclamados por el público y ahora se han convertido en verdaderos clásicos. Cada generación ha tenido sus grupos de seguidores, que actualmente se cuentan por millones en todo el mundo. La pregunta es: ¿por qué nos gusta tanto?
Para el escritor Ray Bradbury la cosa es muy simple: "Lo que sucede es que la historia de Lon Chaney es la historia de amores no correspondidos. Él pone al descubierto esa parte de uno, porque uno teme que no lo amen, que nunca lo amen. Uno teme que una parte nuestra sea grotesca y que el mundo nos de la espalda".
Así sucede con el deforme Quasimodo (él ama, ¿pero quién podría amarlo a él?); con el fantasma de la ópera, quien es muy talentoso, sí, pero que tiene el rostro quemado; y así sucede también con el payaso de Ríe, payaso, ríe.
En una parte de esta película, el actor no quiere salir a escena porque está muy triste tras haber sufrido una decepción amorosa, sin embargo, su jefe lo avienta hasta el centro del escenario y le dice: "Ríe,payaso,ríe, y haz reír a tu público,aunque tu corazón esté destrozado".
Apenas se abren las cortinas y su cara triste se convierte en un rostro sonriente, lleno de felicidad, y es tan convincente que nadie podría imaginar que esas gruesas capas de maquillaje ocultan el más profundo dolor.