10 marzo 2008

Un mito que la nota roja tenga que ser sangrienta: Monteverde

(Juan Carlos Aguilar García)
Eduardo Monteverde (Tacubaya, 1948) dedica su tiempo a dar clases de Filosofía de la Medicina en la UNAM y a estudiar, junto con sus alumnos, las enfermedades patológicas que atacan la mente de algunos desafortunados. Se retiró, dice, del periodismo que ejerció durante 25 años porque lo hartó la mediocridad que rodea a la profesión.
Ha asegurado que no volverá a las andanzas reporteriles. Tal vez sea porque nunca se ha ido. Porque aunque ya no trabaja para ningún medio, algunos de sus reportajes de nota roja —que publicó indistintamente en La Prensa y El Financiero— continúan presentes en Lo peor del horror (Ediciones B), que reúne 43 escritos para los que Monteverde tuvo que descender al mismísimo infierno para narrarlos.
“Comencé a hacer reportajes especiales de nota roja para El Financiero, es decir para un público, entre comillas, culto. Asimismo, realicé otros para La Prensa, que tiene otro tipo de lectores. Sin embargo, en ambos casos, los escribí con el mismo lenguaje, nunca hice una concesión para los ricos y otra para los pobres”, explica Monteverde.
En todos ellos describe con gran precisión el diagnóstico médico de los involucrados, sin presentar, como se creería, escenas sanguinarias que desde siempre han estado ligadas a esta fuente. “Se me hace mucho más interesante el estudio molecular de las enfermedades de los vivos, que la parte de la sangre y los crímenes”, refiere el también autor de Los fantasmas de la mente.
Por eso su oposición a recurrir al morbo, a la descripción de cuerpos mutilados, de familias ensangrentadas bajo la defensa de un camión, de niños degollados, de tripas putrefactas, de lucrar con el dolor ajeno...
“Lo que nunca haría sería llegar a un incendio, ver salir a una señora de su casa con lo último que le quedó, sus cacharritos, etc., con el marido muerto en el cuarto de atrás, y preguntarle, con grabadora en mano, que qué sintió. Eso es algo que nunca haría, nunca hice y nunca haré”.
-Sin embargo, con tal de sacar la nota, es algo que acostumbran muchos reporteros
-¡Qué asco! El asco no está en los cadáveres desangrándose. El asco está en la forma como los reporteros, yo me excluyo, tratan los casos. En Lo Peor del horror no hay sangre, no hay gritos, no hay alaridos ni piedad (el qué sintió). Lo peor del horror quita el mito de que el periodismo de nota roja tenga que ser sangriento. En mi libro no hay sangre.
Y es verdad. Basta leer el reportaje “Violador de Ilusiones”. ¿Sangre? No. Más bien la historia brutal del mago Oswaldini, aquel que trabajaba en un deslucido circo de pueblo y que ahora se encuentra preso, acusado de violar a varios niños.
Su madre, quien nunca lo ha visitado, lo recuerda como un niño caprichoso y consentido que siempre quiso ser una estrella de Televisa. Su colega Pulgarcito, un enano que también hacía fechorías, aún anda suelto.
O la historia de Carlos Francisco Castañeda, quien el 5 de febrero de 1970 intentó matar al presidente Gustavo Díaz Ordaz, en venganza de lo ocurrido el 2 de octubre. Su disparo falló. Ha permanecido encerrado en un pequeño búnker construido exclusivamente para él, a pesar de que presentaba un cuadro psicótico crónico y esquizofrenia. Jura, con Biblia en mano, que es un profeta y que Dios habla por su boca.
“La nota roja no son solamente carnitas, como decimos en el argot. El libro de alguna forma reivindica el trabajo periodístico por encima y a pesar de los jefes de información, de redacción y de los directores de los medios que me importan una pura chingada. Va a favor de mis colegas y en contra de estos burócratas de cuello blanco”, sentencia.
Esta entrevista se publicó en el periódico La Crónica

“Cuando las sociedades no ven futuro tienden a derechizarse”

(Juan Carlos Aguilar García)
Juan Hernández Luna (Ciudad de México, 1962) tiene tres pasiones en la vida: la literatura, el futbol y las mujeres. Prueba de ello son sus numerosas novelas que lo han llevado a ser considerado uno de los escritores más destacados de su generación; su modo arrebatado a la hora de hablar del Cruz Azul, su equipo del alma, y... bueno, ahora vive solo, pero esa es otra historia.
Por lo pronto, con las primeras dos pasiones tiene. Lo del futbol es algo que de vez en cuando practica, mientras que la literatura es algo que vive intensamente a cada momento. "Tengo que vivir con libros y escribir todos los días", menciona en entrevista Hernández Luna, quien vive rodeado de novelas policiacas y de ciencia-ficción, aunque también se ve por ahí un cancionero de José Alfredo Jiménez y algunos títulos de Paul Auster.
Ahora presenta Cadáver de ciudad (Ediciones B), novela en la que revive a Skalybur, el Inmortal, y al Sahuayo, personajes que aparecieron en Tabaco para el Puma, con la cual recibió en 1997 el Premio Internacional Dashiell Hammett a la mejor novela policiaca en español.
Esta nueva entrega comienza con un jugoso ofrecimiento a Skalibur, un mago que vive en el autoexilio en la península de Baja California: un cheque en blanco a cambio de aclarar la castración de un millonario pervertido. A partir de ese momento comienzan a surgir diferentes historias sobre sectas secretas, pornografía, el mundo gore y mucha nostalgia por aquellos personajes citadinos sumidos en la soledad.
—¿De dónde surge la violencia que narras en Cadáver de ciudad?
—Lo que sucede es que escribí la novela en 1997, luego de que nuestro país vivió momentos muy difíciles. En 1994 hubo una sensación de que a México se lo llevaba la chingada: los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, la devaluación del peso. Era impresionante. Una carga sobre otra en la que decías: “¡Bueno, pues ya nos llevó la chingada!”.
Era necesario descargar la cantidad de violencia que yo andaba cargando. Por eso es una novela tan hijo de puta, donde no hay misericordia, donde incluso la inocencia es martirizada totalmente. No hay conciencia, pero sí una doble moral que está interpretada por un personaje que es hermafrodita (hombre y mujer).
Es una novela que intenta decir el fin de una sociedad. Además, si te fijas, la novela describe todo un perfil que tiene que ver con las sectas.
—Finalmente, en algo tiene que creer la gente...
—Exacto. Cuando hablamos de un secta, de una religión, entonces también estamos hablando de un pensamiento mágico, que es una de las cosas que yo quería contar.
Cuando las sociedades ya no ven futuro tienden a derechizarse, porque el horóscopo, la magia, ahora la Santa Muerte que está tan de moda, les dan una seguridad que no obtienen con el empleo, el salario y, a veces, ni con la misma pareja. Las sectas son un refugio que te dan el poder....
Acuérdate de este asunto de La Paca, cuando se hablaba del cadáver desenterrado, de un misterioso clan. Lo de la Paca lo llevas a un productor de cine y te diría ‘estás loco, eso no se puede hacer, sin embargo ocurrió’.
Yo quería algo bien desmesurado, una novela río. Una novela con muchas lecturas. Una parte de mí me decía: “Estás loco pinche Juan”, mientras que la otra decía: “¡Sí, estás loco, síguele!”.
Al final, el método del también autor de Me gustas por guarra, amor funcionó. La prueba está en que Cadáver de ciudad representará a México para competir por el Dashiell Hammett 2007. —La verdad es que no te puedes quejar.
—No, si no me quejo. En lo que se refiere a la escritura he sido muy afortunado. Me siento contento con lo que he publicado, aunque al principio hay una parte muy difícil en la que tienes que picar piedra. Te ves obligado a escribir cantidad de mierda para muchas revistas a cambio de recibir un pago.
Aunque tampoco hay que verle el lado malo a eso, porque teniendo la alacena llena puedes permitirte escribir las otras cosas en las que se te va la vida.
No te creas que lo digo con desprecio, al contrario. Estas revistas de las que te hablo me permitieron libertad, aprender a levantarme a medio día sin necesidad de checar una tarjeta. Recuerdo con mucho cariño el Semanario de lo Insólito, donde fui el reportero estrella durante cinco años.
O publicaciones como Curvas y Buenísima, donde tenía que hacer de chile, mole y manteca. También hice los guiones de Así soy y qué, Los maestros y sus chalanas y Chacales de la frontera. Mientras escribía esto, pude dedicarme a escribir Yodo, Tabaco para el Puma y Cadáver de ciudad.
La tragedia viene cuando ese tipo de revistas es lo único que lee gran parte de la población. Entonces el empobrecimiento cultural es de la fregada.
— Pero me hablabas del futbol ¿por qué querías ser portero y no delantero?
— Lo que sucede es que el portero es la posición más solitaria del futbol. Cuando te meten un gol, no hay un cabrón que vaya y le de una palmada al portero. También hay mucha soledad cuando el equipo mete un gol, pues la gloria está del otro lado del campo. Esa soledad me fascina, me gusta mucho esa imagen como de antihéroe.
—Te gusta ir contra corriente?
—Sí, obviamente por eso vivo en estas condiciones. Muchas veces he podido ser acomodaticio o trepador, pero para nada. No soy de la gente de quítate tú para ponerme yo. No me sentiría tranquilo conmigo mismo.
—¿Y eras buen jugador?
—A güevo. Recuerdo que cuando era niño les encabronaba que no le tuviera miedo a la patada. Volaba para llegar al balón.
Alguna vez también jugué en la delantera. Recuerdo una vez que, estando en la secundaria, unos cuates me gritaron “¡Luna vente a jugar!”. Yo venía con mis amigas Meche, Cuca y Paty.
Apenas había entrado a jugar cuando viene un pinche centro y que la agarro, la prendo y meto un pinche hermoso gol que hasta me pregunté “y qué hago aquí”. Que me salgo del juego. Todo me gritaron: “¡Luna, quédate!”. Les dije: “¡qué dicen, ¡después de ese pinche gol que acabo de meter apagen la luz y vámonos! Se acabo. Ya hice la grande, para qué me quedo”.
Pero te digo, mi gran pasión siempre fue la portería. Yo escribo porque no pude ser portero de futbol...
Esta entrevista se publicó en el periódico La Crónica

Isaac Asimov, el gran defensor de los robots

(Juan Carlos Aguilar García)
El escritor Isaac Asimov (1920–1992) siempre tuvo muy clara una cosa: nunca ganaría el Premio Nobel de Literatura. “Para empezar”, decía, “ningún escritor de ciencia ficción lo ha ganado, así que no hay razón para pensar que cambiará esa tendencia”. Además, el jurado calificador privilegia por sobre todas las cosas la forma de una obra, algo que a Asimov le importaba poco menos que nada.
Es sabido que el autor de Anochecer —quien el próximo 5 de abril cumplirá 16 años de fallecido— no revisaba sus textos, pues consideraba que era una pérdida de tiempo. En lugar de atormentarse viendo un posible error, prefería seguir escribiendo.
Asimov aplicó este principio y vaya que le funcionó. Su numeralia no miente: es autor de más de 500 libros de los más diversos temas: Astronomía, Física, Biología, Matemáticas, Historia, Religión, Mitología, Humor y Ciencia-Ficción. Escribía los siete días de la semana (incluyendo días festivos)durante ocho horas diarias. En promedio escribió diez libros por año.
Pero, si no se preocupaba demasiado por la forma ¿cuál es entonces el mérito de sus obras? ¿qué han visto miles de lectores en todo el mundo? La respuesta es la misma para ambas preguntas: sus ideas. Su obra está plagada de ellas. Ideas sobre el espacio, el cambio climático, el progreso tecnológico, el futuro...
La lista sería prácticamente interminable. Su abanico temático era tan amplio que sólo Hugo Gernsback y Arthur C. Clarke se le comparan en este sentido.
MI AMIGO ROBOT.
Pero de las miles de ideas que Asimov —que ante todo era científico y divulgador— desarrolló durante su carrera, una logró cautivar a los lectores y al ámbito científico por igual: los robots.
Es cierto que el tema ya había sido abordado en algunas novelas y películas, sin embargo, siempre de una forma bastante predecible: como máquinas malignas que buscaban esclavizar a los pobres e indefensos humanos. Fue Asimov uno de los autores que propuso un cambio al respecto. Con la formación científica que tenía, era lógico que viera en los robots aliados, más que enemigos.
Así lo pone de manifiesto en su ensayo Los sueños de la ciencia ficción en donde coloca a los robots como el quinto sueño de una lista de 28. Su opinión al respecto era que los robots, además de realizar las tareas pesadas y peligrosas, con el tiempo serían más inteligentes y tendrían una apariencia más humana, lo que les permitiría ser, además de sirvientes, amigos.
“A lo largo de la historia” —apunta Asimov— “los seres humanos han usado a los animales y a otros seres humanos para realizar las tareas físicas más pesadas. Ahora las máquinas han remplazado al músculo en muchos casos, pero ¿por qué no desarrollar máquinas que imiten la versatilidad de los humanos y también su apariencia?
“Los robots pueden ser los nuevos sirvientes. De tener forma humana, podrían hacer uso de toda la gama de herramientas tecnológicas concebidas para los seres humanos, y si fueran suficientemente inteligentes podrían ser incluso amigos”.
En una serie de cuentos que Asimov publicó en 1939, así como en su emblemática novela Yo, robot —en la que publicó sus Leyes de la Robótica— queda claro su convicción de que los robots y los humanos pueden llegar a formar una verdadera alianza. Es verdad. El manejo que los hombres hagan de los avances científicos y tecnológicos es otro asunto.
CERTEZA.
Ahora, a punto de cumplirse 16 años de la muerte de Asimov (6 de abril de 1992), sus ideas son ya una realidad. Muestra de ello es ASIMO, robot creado en 1986 por la empresa Honda como un homenaje al prolífico escritor.
En aquel año, se trataba de poco menos que un prodigio que podía caminar sobre sus dos piernas, aunque no lograba mantenerse en pie durante mucho tiempo. Las nuevas versiones muestran a un ASIMO más ágil que puede subir escaleras y hasta jugar futbol.
Todavía no es capaz de llevar una conversación de manera fluida, no obstante no tardará mucho tiempo para que esto suceda. De eso no hay duda.
También son una realidad los robots que además de haber sido creados para limpiar y barrer, sirven de compañía para los ancianos.
Asimov tenía razón. Nuestros amigos metálicos vienen en camino; se oyen sus pisadas metálicas. Están a la vuelta de la esquina...
Este texto se publicó en el periódico La Crónica

Las tres leyes de la robótica

En 1950, en plena Guerra Fría, Isaac Asimov publicó su novela Yo, robot que le valió al autor una popularidad inmediata. En esa obra integró las ahora famosas Tres Leyes de la Robótica que condicionan la relación que estos seres llevarán con los humanos. Dicen así:
1) Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que peligre su vida.
2) Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3) Un robot debe salvaguardar su propia existencia, siempre y cuando esto no implique entrar en conflicto con la Primera y Segunda Ley. Asimov explicaba que las Tres Leyes fueron creadas por John W. Campbell en una conversación que mantuvieron ambos el 23 de diciembre de 1940.
A su vez, Campbell señalaba que él las extrajo de algunos relatos de Asimov y de varias conversiones que mantuvieron juntos, que lo único que había hecho era redactarlas, dándole todo el mérito a Asimov. La leyes fueron tan bien recibidas por los lectores de ciencia ficción que rápidamente se convirtieron en un referente obligado para los escritores del género. Incluso para algunos países como Corea del Sur que adoptará el primer código ético para robots del mundo y así evitar abusos por parte de los humanos.