30 diciembre 2012

Es tarde para la vida pero no para la justicia: Jon Lee Anderson

Hace algunos días, durante su visita a nuestro país, el escritor y periodista estadounidense Jon Lee Anderson -corresponsal de guerra para The New Yorker- afirmó respecto de las miles de víctimas que dejó (y sigue dejando) la supuesta guerra que el gobierno de Felipe Calderón emprendió contra el narcotráfico: “Ya es tarde para la vida, pero no es tarde para la justicia”.

Activistas y defensores de derechos humanos coinciden que en algunos años, cuando termine esta pesadilla y los periódicos informen de la última muerte ligada a esta tragedia nacional, tendrá que venir forzosamente un juicio legal contra todos los responsables, tal y como sucedió en Argentina o Chile, por citar sólo dos ejemplos.

Pero ¿de qué se les enjuiciará a los culpables?, ¿cuáles serán sus cargos?, ¿cómo saberlo cuando el gobierno saliente ha procurado una serie de candados para que esa información quede reservada? O, peor aún: ¿cómo saberlo cuando la información simplemente no existe? No hay, por ejemplo, una cifra exacta de cuántos muertos y cuántos desaparecidos; cuántos inocentes y cuántos culpables.

Aquí es justo donde entra una pieza clave: el periodismo, fundamental para construir la memoria histórica de un país. Conscientes de esto, reporteros de todo México,  remando contra todas las adversidades, llevan a cabo dos labores importantísimas. Primero: realizan el conteo de víctimas y desaparecidos. Ya lo dijo el periodista Diego Enrique Osorno en estas mismas páginas: antes que nada es necesario conocer el tamaño del problema, saber dónde estamos parados, para después buscar las soluciones.

Y segundo: hacen la narración detallada de los hechos, a través de miles de crónicas, que además tienen la virtud de explicar por qué ocurrieron estos acontecimientos.
NARCOHISTORIAS

En los últimos seis años, ha habido un boom en la crónica periodística en nuestro país. Se han editado decenas de libros sobre el tema, desde distintas perspectivas y con diferentes niveles de calidad. Con el tiempo se sabrá cuáles son los clásicos que no debemos dejar de leer para comprender este ominoso capítulo de nuestra historia.

Sin embargo, algunos de estas obras se volvieron imprescindibles desde el momento mismo de su publicación. La primera de ellas es Los señores del narco de la periodista Anabel Hernández.

Publicado en noviembre 2010, el reportaje pone al descubierto las profundas y añejas complicidades de la clase política con el narcotráfico. Basada en una profunda investigación en la que tuvo acceso a documentos inéditos, testimonios de expertos en el tema, gente relacionada directamente con los cárteles de la droga y autoridades policiacas, la autora hace un exhaustivo recorrido por el tráfico de marihuana y cocaína desde la década de los setenta hasta nuestros días.

Hace cuarenta años, dice la autora, los roles estaban muy bien definidos: el gobierno controlaba a los narcotraficantes, a quienes incluso cobraba cuotas ya establecidas para permitirles cruzar la mercancía por todo el país. Había acuerdos claros en los que ambos bandos tenían jugosas ganancias.

Sin embargo, la ambición era mucha. Las cosas cambiaron en poco tiempo. En la siguiente década, los capos ya habían logrado no sólo corromper a algunas autoridades, sino que habían conseguido que se cambiaran de bando.

Con esto, sucedió que el poder del gobierno sobre los narcotraficantes se desdibujó, lo que derivó en la situación en la que ahora nos encontramos: capos que controlan su negocio y que además tienen tanto poder económico que les alcanza para tener también poder político. Son ellos quienes deciden quién gobernará municipios y estados. El gobierno, ahora, al servicio del narco. La llamada narcopolítica, que ha permitido que personajes como Joaquín “El Chapo” Guzmán se convirtiera en poco tiempo en uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo. Con esta colusión de intereses, Anabel Hernández se pregunta: ¿existe realmente una guerra contra el narcotráfico?
























LOS ZETAS
Otro libro relevante por la cantidad de información (y revelaciones) que se encuentra en sus páginas es La Guerra de los Zetas del periodista Diego Enrique Osorno.
Publicada en este 2012, la obra reúne 14 crónicas, producto del largo recorrido que Osorno hizo por Tamaulipas y Monterrey, en su afán por seguir de cerca a la que es considerada una de las organizaciones más sanguinarias de los últimos tiempos.

Para el también autor de País de muertos es muy claro que esta supuesta guerra contra el narcotráfico es incitada por la misma clase política por los beneficios políticos y económicos que ésta trae. La guerra como un negocio lucrativo que nadie quiere detener y que contagia a la población.

“La violencia extrema no es desgraciadamente particularidad de uno u otro bando, está ya desbordada, porque tuvimos un presidente que irresponsablemente usó el tema del narcotráfico para resolver su crisis política, y permitió que se levantara toda una industria de guerra a la que no le interesa en lo más mínimo resolver el
tema del narcotráfico. 


“Lo que le interesa es mantener su maquinaria aceitada, funcionando, para que quienes la controlan sigan teniendo una importancia en el poder político y para que algunos también se beneficien económicamente. 

“A ellos no les importa que los Zetas desaparezcan ni nada; les importa mantener este planteamiento de que la violencia se resuelve con violencia. Esta dinámica hace que todos los grupos involucrados, e incluso los ciudadanos de a pie, se vuelvan muy violentos”, afirma Osorno.

Con diferentes perspectivas, el mensaje en el fondo es el mismo: ni olvido ni perdón para los responsables de los miles de muertos que marcaron de rojo sangre el sexenio de Calderón.

La memoria histórica está en cada reportaje, en cada crónica y en cada nota publicada sobre este tema. Ahí está la prueba irrefutable de lo que ocurrió y que no pocos involucrados ya empiezan a negar tajantemente. (Juan Carlos Aguilar García)

11 diciembre 2012

El hampa... confidencialmente


El periodista policiaco José Pérez Moreno, quien durante muchos años cautivó con sus crónicas a los lectores del periódico El Universal, escribía lo siguiente en el prólogo del libro El hampa… confidencialmente:

“El estudio del ‘caló’ con el que se comunican los delincuentes no es solamente útil en alto grado para la policía, sino también para el jurista, para el sociólogo, para el criminalista, y, en fin, para todos los hombres que por sus deberes o por sus disciplinas científicas tienen que habérselas con el bajo mundo”.

Justo esa es la intención de este peculiar manual, editado en 1955 por el Servicio Secreto, bajo la autoría del profesor Elgin Rod. El libro está dedicado “a todos los elementos policíacos en general, a cuya oscura y heroica labor debe la sociedad el tranquilo disfrute de sus vidas y sus bienes”. Y en la siguiente página, una sentencia para los capitalinos que ya desde entonces padecían las “destrezas” de malandrines y estafadores: “Prevenir a la sociedad contra la delincuentes, es servirla”.


Portada de El Hampa, editado en 1955 

CALÓ Y MALAS MAÑAS

La obra está dividida en dos partes: la primera contiene un amplio glosario, de la A a la Z, en el que se descifra el argot del “bajo mundo”. En opinión del autor, su aprendizaje debería ser obligatorio, pues eso permitiría combatir más eficazmente el crimen. Esto sin contar con que este “dialecto turbio” o “idioma infame”, como lo califica Elgin Rod, muchas veces iba acompañado de diferentes ademanes y contraseñas. Mal descifradas, el “gil” (la víctima) podría perder no sólo sus pertenencias, sino la vida misma.  

La segunda parte está dedicada a las diferentes argucias que utilizaban los malhechores para despojar de sus pertenencias al posible sacrificado. Según lo que se deseara robar, se ocupaba una herramienta diferente. Entre las más comunes se encontraban la “chorla” (llave falsa con punta en forma de cruz, útil para abrir chapas tipo Yale), la “espada” (pequeña tira metálica, ideal para abrir cerraduras), o el “santoniño” (barreta metálica que ayudaba a abrir candados).

Una vez elegida la herramienta más adecuada, se ejecutaba todo un plan maestro mediante el cual se timaba a la víctima sin ser, en la mayoría de las veces, golpeada o asesinada.

Así, estaba el “mete manos” (delincuentes de ínfima categoría, por lo regular niños, que deambulaban en los mercados), los “basteros” o “pungas” (carteristas que comúnmente operaban en los tranvías, ferrocarriles y camiones), o las “beatas balín” (mujeres disfrazadas de monjas que pedían limosna para el sostenimiento de causas inexistentes).     

Ahora que si lo que se buscaba era un saqueo mayor, lo mejor era ser “boquetero”   o “coscorronero”. Los primeros debían su nombre a que a punta ‘dea-cachetadas’ hacían un boquete en la pared, regularmente de una joyería o una sucursal bancaria, por el cual se introducían para concretar el robo. ‘Dea-coscorrón’ o ‘dea-tachuelazo’ eran los que hacían el orificio en el techo.

Los “cachuqueros” eran aquellos que se dedicaban a fabricar dinero falso, los cuales trabajaban en complicidad con los “voltiadores”, quienes se encargaban de ‘voltiar’ (circular) el dinero.      

Pero esperen, que las modalidades de hurto son muchas. Los “corniceros” o “posteros” son aquellos que entraban a comercios o casa habitación en altas horas de la noche. Su nombre se debe a que trepaban por las cornisas. También había “cristaleros”, “zorreros”, (los ‘zorros’ usaban zapatos con suela de goma para no hacer ruido) y “estucheros” (violadores de cajas fuerte).

La obra fue editada por el Servicio Secreto 


EL TIMO DEL BILLETE

Muchos, desde luego, eran los timos de los delincuentes, pero acaso uno de los más utilizados era el llamado: Timo del billete de lotería premiado. Aunque en la actualidad hoy nadie se tragaría semejante teatrito, en los años 50 muchas personas cayeron redonditas. Esta era la treta en palabras del propio Elgin Rod:

“Uno de los delincuentes aborda a la víctima y le pregunta por determinada calle, simulando ser extraño en la población; entablando plática le muestra un billete de la Lotería Nacional que figura como premiado en la lista de sorteos.

"Cuando el delincuente ha logrado avivar el interés de la víctima y también la codicia, entra a escena un segundo delincuente, quien aparentando ser un transeúnte común propone realizar una magnífica transacción con el “billete premiado.

"Para entonces, el dueño del billete ha expuesto desconocer la ciudad, el sitio donde se cobran los premios y la carencia de tiempo para realizarlo; finalmente, está dispuesto a perder parte del premio con tal de poderlo canjear por dinero inmediatamente.

"El segundo delincuente extrae billetes legítimos de su cartera y ofrece dar la mitad del costo de la transacción para adquirir el billete con un amplío margen de lucro, y acto seguido persuade a la víctima para que aporte otra cantidad igual, obteniendo así el “billete premiado.

"El segundo delincuente entrega el billete (que está dentro de un sobre) a la víctima y demostrándole su confianza, se cita en cualquier momento posterior para cobrar el premio.

"La mente codiciosa de la víctima ya planea cobrar y quedarse con el premio total, sin embargo es en ese momento cuando descubre que el sobre sólo tiene un billete balín que ha sido alterado o un billete ya pasado. La víctima, completamente sola de  nuevo, ha sido timada. No hay nada que hacer".  (Texto y fotos: Juan Carlos Aguilar García) 

04 diciembre 2012

Cine snuff: el aberrante mito que todos disfrutamos


En 1976, en Nueva York, los apasionados al cine gore quedaron enganchados a la publicidad de una extraña película que prometía lo que ninguna: “La cosa más sangrienta que jamás haya pasado enfrente de una cámara”.

Animados por la oferta, muchos de ellos decidieron entrar a la sala. 

No lo hubieran hecho. El gozo se convirtió rápidamente en pesadilla al percatarse del grado de violencia del filme. Terminaron asqueados y aborreciendo lo que acababan de ver.

Según sus propias palabras, lo espeluznante de la cinta no se encontraba en los litros y litros de sangre, sino en el asesinato real que ahí se cometía. Se trataba de la película Snuff, dirigida por el matrimonio Michael y Roberta Findlay -en colaboración con Horacio Fredriksson y Simon Nuchtern- que rápidamente empezó a ser comentada en los circuitos underground.

Nadie daba crédito. ¡Un asesinato real dentro de la cinta! Con este hecho iniciaba una de los mitos cinematográficos más terribles: el llamado cine snuff, que parte del hecho de que se asesinan a personas enfrente de una cámara, con el fin de comercializar el material.

En la actualidad, 36 años después de haber surgido el mito, aún hay algunos incrédulos que se esmeran por perpetuar esta idea. Aseguran tener conocimiento de los lugares donde es grabado este tipo de material: que si en una zona selvática de latinoamérica, en una playa virgen en Tailandia o en la mansión de un rico excéntrico.

Lo cierto es que hoy en día, especialistas del mundo entero coinciden en una cosa: todo fue una invención creada a partir de una ingeniosa campaña publicitaria que aseguró numerosos billetes para su creador.



ARDID PUBLICITARIO

Jorge Grajales, experto en subgéneros “despreciados” –entiéndase el cine gore, slasher (de asesinos en serie) o de zombies- y responsable desde hace más de una década del ya mítico cineclub del Centro Cultural José Martí, señala de manera contundente: “El cine snuff no existe. Curiosamente es uno de esos mitos que el mismo cine se ha encargado de alimentar y retroalimentar”.

Y hace un poco de historia: “La polémica empezó a mediados de los setenta cuando se decía que en algunos pequeños cines porno de la calle 42 de Nueva York, se proyectaban algunas películas en las que al final asesinaban a la protagonista. El rumor se empezó a difundir hasta que se convirtió en una leyenda urbana, porque hasta entonces nadie lo había podido verificar.
“Con todo ese barullo que se estaba armando, el productor Allan Shackleton vio una buena oportunidad para ganar dinero. Al borde de la banca rota, pudo comprar una película que el matrimonio Findlay —conocido dentro del mundo underground por realizar películas de extrema violencia— filmó en Argentina en 1971, basada en la matanza perpetrada por la secta de Charles Manson. La cinta era tan mala que jamás se estrenó.

“Shackleton le agregó una escena final en la que se ve cómo el supuesto director, una vez terminada la filmación, intenta tener sexo con la sonidista. Al ver que la cámara sigue encendida, ésta lo rechaza. Entonces el director comienza a golpearla, le abre el estómago y le saca las tripas. Segundos después la pantalla se va a negros, mientras se escucha que alguien pregunta: ‘¿Alcanzaste a grabar todo?’, mientras otra voz responde: ‘Sí, lo tengo. Vámonos de aquí’”.

Al final, no aparece ningún crédito, lo que refuerza la idea de que lo que se está viendo es verídico. Además, cambió el nombre de la cinta. De Slaughter (masacre) a Snuff (utilizado en su acepción de matar).

En el cartel publicitario aparecía el dibujo de una mujer ultrajada con las siguientes afirmaciones: “Snuff, la película que sólo pudo haber sido hecha en sudamérica, donde la vida es BARATA”, y “La película que decían nunca sería estrenada”.

Luego de intensas investigaciones, Shackleton tuvo que aceptar que todo fue un montaje y que no se había lastimado a nadie durante la filmación.

También se habló de algunas grabaciones que el asesino en serie David Berkowitz, bautizado como El hijo de Sam, realizó en 1977 con algunos de sus crímenes, con fines netamente comerciales. No obstante, hasta ahora nadie ha podido comprobar nada.

Ese mismo año apareció la cinta Last house on dead end street (La última casa del callejón sin salida), de Roger Michael Watkings, en la que se ve cómo mutilan a una mujer en una mesa de operaciones. Se trataba de otra cinta de violencia extrema, aunque sin muertos reales.

SEUDO SNUFF

Pero, ¿no es ser demasiado benevolente con el ser humano al creer que no existe el cine snuff? Muchas son las voces que dicen que cualquiera con una cámara en mano podría hacerlo. Tal vez sí, pero entonces se estaría hablando de cualquier otra cosa menos de cine snuff.

En este punto, Grajales es claro: “Cuando se habla de la existencia del cine snuff, se habla también de una industria, en la que se busca a personas para matarlas frente a una cámara, para después hacer un negocio con esas imágenes. De eso se trata justamente”.

Hay una diferencia, por ejemplo, con los psicópatas que han grabado sus asesinatos en video, para después deleitarse viéndolos una y otra vez. No es snuff porque no fueron hechos para comercializarse. En el caso inverso, están las muertes que son capturadas por la cámaras de televisión, con las cuales muchas veces se lucra, pero que de ningún modo propiciaron la tragedia para su registro.

Tal es el caso de imágenes de guerra, tortura, rituales caníbales, accidentes automovilísticos, incendios, etcétera. Este tipo de “chocomentales” pertenecen al subgénero conocido como Mondo, en el que se encuentran títulos como las italianas Perro Mundo o la famosa serie de Trauma.

“Lo más cercano al snuff, quizá, ocurrió hace como algunos años, en China. Un grupo de muchachas vestidas con trajes provocadores filmaban asesinatos de animales y lucraban con ello. Sin embargo, hubo una investigación y al final dieron con la mujer que hacía esto. ¿Por qué no pasa lo mismo con la industria del snuff? Simplemente porque no existe”.

En estas tres décadas se han proyectado también cintas seudo snuff como Cannibal Holocaust, de Ruggero Deodato, y la serie japonesa Guinea Pig, pero nada más.

El director de cintas hardcore, Frank Henenlotter, quien ofreció un millón de dólares a quien le llevara un verdadero producto snuff, tendrá que seguir esperando...



—Así que la gente tendrá que conformarse con cintas seudo snuff

—Yo no sé qué más quieren. En cualquier puesto de periódicos pueden ver la revista Alarma! y enterarse de decenas de tragedias con la prosa tan bonita con la que presentan los casos. O en la televisión, con videos como el de Aguas Blancas o los linchados de Tláhuac. Todos esos videos sí que lindan con el verdadero snuff

21 noviembre 2012

Un desheredado en la ciudad


I

“Acompáñame, no tengas miedo, para que conozcas a mis compas”, me dice Miguel Ángel mientras caminamos por un callejón en el que nunca antes había estado.

Quiero conocer el lugar donde compra su activo, pero en el camino ya no me parece tan buena idea. Está oscureciendo y ni siquiera sabría encontrar con facilidad una avenida principal.

“Ándale, son buenos tipos; hay como veinte ahorita”, insiste sin detener sus pasos frágiles, titubeantes, luego de atascarse con tres monas bien servidas que escurrían “como chocolatito”, como dice él.

“No, mejor aquí te espero… ve y yo aquí me estoy”, le digo finalmente, mientras él se pierde algunos metros más adelante cuando dobla en una esquina. Lo espero durante más de media hora, pero no vuelve a aparecer. Es la última vez que veo a Miguel Ángel.


II

Miguel Ángel es indigente. Duerme donde puede y sólo posee la ropa que trae puesta. Tiene 67 años, es drogadicto y alcohólico, y desde hace algún tiempo dejó de preocuparse demasiado por su futuro. Sin ninguna aspiración, cada día vive en dos mundos: entre los desplantes y agresiones de la realidad, y la euforia desmedida que le ofrece el chemo.

Antes, joven soberbio y ambicioso, Miguel Ángel fue padrote, vendedor de marihuana y pollero. No sólo eso. También fue un conquistador, me dice, que tuvo mujeres por montones. “Fui un verdadero cabrón, la verdad, muy ojete con todas ellas. Era tan hijo de la chingada que todos me conocían como  El Chacal. Pero ya no, eso fue antes”.

Chacal. Entiéndase un mamífero carnívoro, a medio camino entre el zorro y el lobo, que es carroñero y de costumbres gregarias. Así es precisamente El Chacal: gregario y disperso.

Y es que el activo ha hecho mella en su persona: su mente divaga y difícilmente puede sostener una conversación. Además de que tiene toda la sintomatología de un adicto: inflamación y manchas alrededor de la boca, sangrado constante de la nariz, dificultad para expresarse y una apariencia general de tener gripa.

Por fortuna conmigo es amable y hasta muestra momentos de energía. Responde a cuanta pregunta le hago y ni siquiera se inhibe con mi cámara. Le pregunto si puedo tomarle algunas fotografías y me dice que todas las que yo quiera. Ese fue el inicio de una gran charla que se prolongaría durante las próximas cinco horas.

Me encontré con él un sábado de septiembre afuera de la iglesia San Juan de Dios, en la plaza que lleva el mismo nombre, donde también se encuentra el museo Franz Mayer, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

En un pequeño rincón que no rebasa los dos metros cuadrados, tiene todo lo que posee en esta vida: una colchoneta, un par de cobijas, algo de comida, un sombrero y una figura de San Judas Tadeo (es fiel al santo de las causas perdidas). “Nada me falta, tengo todo lo que necesito. Antes tenía mi casa aquí a la vuelta, pero por vender droga estuve en la cárcel y perdí todo. Pero, ¿te digo algo? Soy feliz”.

“¿Y su familia?” -le pregunto.
“Mi madre murió cuando era niño y mi padre pocos años después. Huérfano, conocí a unos polleros y comencé a trabajar con ellos. Tampoco tengo esposa ni hijos, pero sí a una viejita linda. Soy feliz, la verdad”.  
“¿Tienes hambre? Te invito unos tacos” -le digo.
“Ya vas Barrabás”.




III

Miguel Ángel es originario de Veracruz, pero pronto abandonó el estado para ir a la frontera norte del país para dedicarse a cruzar indocumentados. Años después llegó a la Ciudad de México y nunca más cambió de residencia: aquí halló todo lo que deseaba. En sus buenos tiempos visitó cuanto burdel se encontraba; en estos lugares convivió con asaltantes, golpeadores, violadores y drogadictos. Fue padrote y abusador. Poco tiempo después comenzó a vender marihuana. Ganó buen dinero, pero así como llegó, se fue.

Mientras come sus diez tacos de suadero, me cuenta que siempre ha sido muy bueno para repartir cates. “Pum, pum, pum y ¡zas!, en dos patadas me los despachaba”, relata a la vez que lanza algunos golpes al aire. “Todavía me descuento a uno que otro, no te creas”.

Después de los tacos, lo invito a una cantina donde nos tomamos unas cervezas. Dejo que hable todo lo que quiera y que se sienta en confianza. Entre muchas cosas, me dice que un día deberíamos de dar la vuelta por Garibaldi, que ahí todo el mundo lo conoce. “Tú nomás di que eres mi sobrino y no tendrás ninguna bronca”.

Luego, con la ligereza que da haber tomado algunas cervezas, me confiesa al oído: “No y qué te cuento. Hace un mes asesiné a una señora. Le di varios rocazos en la cabeza ¡y que se empieza a convulsionar! Me pelé como pude, de pendejo me quedo ahí, ¿no crees?”.
      

IV

Después de beber y comer, Miguel Ángel me lleva de regreso al lugar donde lo encontré. Se recuesta y comienza a inhalar. Yo aprovecho para tomar más fotografías, tal y como he hecho todo este tiempo.

Ahí tirado, con la mirada extraviada y el cuerpo fragilísimo, pienso que El Chacal es víctima de él mismo, de sus acciones perversas, de su orfandad prematura, de su pobreza y de sus adicciones.

Un hombre que teniendo todo en contra deseó dar un giro a su vida, hacerla en grande -te juro por esta que ahora sí salimos de pobres- y cuál, no pasó nada, la miseria lo siguió hasta el final de sus días.

Es víctima de sí mismo, es cierto, pero también es víctima de la sociedad egoísta que discrimina a personas como él. Un desarraigado en su propia tierra, un lumpen, como dirían los estudiosos. Víctima de un sistema económico que los anula sin más. Para ellos no hay nada, ni un sólo chance. Jodido naciste y jodido morirás. Inténtalo si quieres, pero de ahí no pasas.

¿En qué momento Miguel Ángel se dejó llevar a la situación en la que se encuentra ahora?



V

“¿Y dónde compras tu activo?”
“Aquí atrás, en una vecindad. Vamos, acompáñame”.

Pienso que es una buena oportunidad para tomar más fotografías, unas que nadie tendría. Y entonces nos dirigimos a donde dice Miguel Ángel. No lo conozco bien e incluso me acaba de contar a detalle cómo asesinó a una mujer y cómo la abandonó en un terreno baldío, pero extrañamente confío en él.

“¿Cuántos rocazos le diste a la mujer? ¿Alguien te vio?”
“Como seis o siete, en la mera cabezota. Me vio un compa que me dijo que no corriera, que caminara como si nada, pero de pendejo le hago caso”. 

Caminamos en silencio por varias calles solitarias: mi acompañante ya va muy drogado. De algún modo voy solo a no sé dónde diablos. Al final, considero que no es buena idea acompañarlo. Prefiero esperar y seguir platicando después, pero ya no vuelve.   

Tras media hora de espera guardo mi cámara y regreso por donde habíamos venido. Después de unos minutos me encuentro, de nuevo, frente a la apatía de millones de personas que diariamente deambulan por la urbe. Miles de autos, miles de personas dirigiéndose presurosas a no sé dónde. Dudo un poco antes de dejarme tragar por el bullicio citadino, pero al final no tengo opción. Solo en medio del caos.

De algún modo, en algún breve instante, todos somos Miguel Ángel, todos somos El Chacal. Unos desheredados en nuestra propia tierra...(Texto y fotos: Juan Carlos Aguilar García)

15 noviembre 2012

El Chapo, de carne y hueso

Según la Agencia Federal Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés), Joaquín El Chapo Guzmán, líder del cártel de Sinaloa, es el hombre más peligroso del mundo. Conocidos son sus métodos violentos dentro del negocio del narcotráfico y conocida es la nula compasión que muestra ante sus enemigos.

Sin embargo, esta es sólo una cara del temible capo de capos. La otra faceta de El Chapo es en extremo amable, casi dulce. Tan bromista como un “niño travieso”, que resulta incompatible con las crueles historias que leemos en los periódicos.


Aunque difícil de creer, gente que lo ha mirado a los ojos lo describe como un hombre juguetón, bromista, muy amoroso con sus hijos y romántico con las mujeres. Entre las cosas que no soporta está el cigarro (no fuma y no permite que nadie fume en su presencia) y una de sus mayores debilidades son los tenis Nike (alguna vez tuvo más de 50 pares), los cuales usa cuando viaja a la ciudad.

Estas son algunas de las cosas que narra el periodista y escritor Alejandro Almazán en El más buscado, su más reciente novela, en la que con las herramientas del periodismo, primero, y con su talento como narrador, después,  nos cuenta la historia del capo El Chalo Gaitán, inspirada, desde luego, en la vida del narcotraficante más poderoso del mundo.

La idea de Almazán era mostrar a un Joaquín Guzmán Loera más humano, sin ponerlo a la altura de un monstruo, como intentan las autoridades, pero tampoco sin santificarlo, como hace la gente que se ha visto beneficiada por él.    

“Desde el principio me propuse que iba a escribir una ficción, porque de El Chapo o tienes versiones que lo ponen como un Dios o como el mismísimo Diablo. Yo lo que quería justamente era desmitificar a este personaje, que no fuera ni Dios ni el Diablo, sino un ser humano.

“Si me iba al periodismo, necesariamente iba a caer, creo yo, en no ser tan imparcial o no ser tan honesto, por eso preferí la literatura. Sé que la mejor ficción suele ser la realidad, sin embargo me aventuré a contarlo de esta manera y decirle desde un principio al lector que mi pacto era con la literatura, que todo era una ficción. No quiero mentirle al lector y decirle: ‘aquí está la neta sobre El Chapo, eso no”, explica Almazán.

AMOROSO Y ROMÁNTICO

A decir del autor de Entre perros, Guzmán Loera es un personaje igual de contradictorio que todos los seres humanos.

“Es un ser muy violento, pero a la vez tiene principios, tiene sueños, tiene esperanzas. Realmente no somos tan distintos. Digo ‘tan’, porque, bueno, la gran mayoría no ha rebasado la línea de asesinar a alguien y él sí lo ha hecho. Pero independientemente de que él haya rebasado esa línea, somos muy parecidos en el sentido de que, como todo mundo, llora, se entristece, se enoja”, afirma Almazán.

Abunda: “Hay muchas anécdotas que lo dibujan como un niño travieso, como un hombre que sigue siendo niño. Sí, es violento y todo lo que tú quieras, pero no ha perdido las ganas de hacer travesuras.

“Me contaron, por ejemplo, que hay una viejita en la sierra que tiene gallinas y que El  Chapo suele matarlas, mientras ríe a carcajadas. En cada ocasión la viejita se queda enojada hasta que al otro día va El Chapo y le regala cien gallinas. Eso le divierte. A otras personas les ayuda a construir escuelas, a pavimentar sus calles, a tener luz eléctrica, o hasta les presta sus avionetas para que lleven a la gente al hospital. Todo esto te va retratando el personaje, más allá del que nos quieren mostrar las autoridades.

“Yo sí creo que no sólo El Chapo, sino todos los narcotraficantes, se han convertido en una especie de Secretaría de Desarrollo Social, ante la ausencia del gobierno de una política social y económica. Es cuando entiendes a la gente que te habla maravillas de todos estos personajes; han saldado, de alguna u otra manera, el olvido del gobierno”.

NUEVO PANCHO VILLA

Por el perfil del personaje y su trascendencia en la historia de nuestro país, Almazán no duda en comparar a El Chapo Guzmán con Pancho Villa. Dice que, igual que el revolucionario, el narcotraficante estará presente en nuestra historia y literatura durante las próximas décadas.  
“Él mismo tiene esta idea de que sí, en efecto, puede ser un Pancho Villa. No se considera Pablo Escobar ‑aún cuando llegó a tratarlo y admirarlo‑ porque él sí era extremadamente violento. A El Chapo, en cambio, no le gusta que la gente secuestre, no le gusta que les den droga a los niños; tiene un código de ética interno que difícilmente encuentro en otros grupos delincuenciales como Los Zetas.

Sobre la trascendencia de lo que se conoce como las “novelas del narco”, o “narcoficción”, Almazán dice que los libros que pasen la prueba del tiempo nos servirán en el futuro para entender qué ocurrió en esta época, tal y como nos han servido ahora los libros de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela o Nellie Campobello para comprender el movimiento revolucionario.

En suma, Almazán acepta que El Chapo es culpable de muchas cosas, pero insiste en que no es el único.

“Hay otros malos, y son justamente los que hoy se dicen buenos y que aseguran ser los defensores de la patria. El Chapo, por su parte, es un hombre que si eres su amigo te va dar su mano franca, pero si eres su enemigo te va a golpear dos veces, eso sin duda”, finaliza.  (Juan Carlos Aguilar García)

07 noviembre 2012

¡Kinyua, un caníbal moderno!



Ni la mente más trastornada hubiera imaginado fácilmente la escena que protagonizó Alexander Kinyua hace apenas unos días en Maryland, Estados Unidos. Ahora mismo que ya han ocurrido los hechos y que han sido aceptados por el victimario, muchos no conciben lo sucedido.

Aceptarlo significaría dejar de creer en el ser humano y reconocer tristemente que somos simples bestias que actúan instintivamente. Nadie quiere eso, por supuesto.

El punto es que los hechos hablan por sí mismos. Kinyua, un joven de 21 años, estudiante de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Estatal Morgan, en Baltimore, hizo una de las cosas más aberrantes sin siquiera inmutarse demasiado. Pero, ¿qué salvajada cometió?

BOCADOS HUMANOS

Kinyua asesinó a Kujoe Bonsajo Agyei-Kodie, su compañero de habitación, y luego descuartizó su cuerpo con un cuchillo. Una vez hecho esto, comió su corazón y parte de su cerebro. 

Desde el 25 de mayo pasado, Kodie, de 37 años, formó parte de las listas de personas desaparecidas. La última vez que se le vio con vida, fue cuando salió de su departamento para hacer ejercicio por el vecindario.

Parecía que este sería otro de esos misteriosos casos que quedan sin resolver, hasta que el padre del propio Kinyua habló a la policía para informar que su otro hijo, Jarrod, había descubierto en el sótano de la casa donde vivían víctima y victimario, dos latas cubiertas con una manta en la que se encontraban una cabeza y dos manos humanas.    

Jarrod enfrentó a Kinyua, pero éste negó en todo momento que los restos fueran humanos. Dijo que eran partes de  un animal.

Así dejaron las cosas un momento, hasta que padre e hijo decidieron bajar por segunda vez al sótano. La sorpresa fue enorme cuando encontraron a Kinyua limpiando las latas, ahora vacías, con lo cual aceptaba su culpabilidad.    

Los detectives, finalmente, hallaron la cabeza y las manos en otro lugar de la casa y el homicida no tuvo más opción que aceptar su culpabilidad, ante el sheriff del condado de Hartford, Jesse Bane, quien lo acusó de los cargos de asesinato en primer grado.       

El resto del cadáver fue encontrado en el interior de un contenedor de basura, ubicado en el estacionamiento de una iglesia baptista.  

SOCIEDAD CANÍBAL

La población estadounidense todavía no se recuperaba de la terrible noticia que informaba sobre el caso de Rudy Eugene –un hombre de 31 años que se comió el rostro de otra persona cerca de una transitada carretera en Miami, quien por cierto no se detuvo hasta que un policía lo mató de un disparo– cuando los periódicos informaban el 31 de mayo de este otro terrible acontecimiento.

La noticia causó tal revuelo que las autoridades pidieron a la sociedad –sobre todo a los jóvenes universitarios– que mantuvieran la calma.  

“¡Está loco!, ¡está loco!”, comenzaron a alertar algunos sectores de la sociedad, en un intento por tratar de limpiar sus culpas. Pero, ¿Kinyua es un psicópata asesino? ¿Sufre un transtorno mental? Nada de eso.

Los primeros análisis médicos revelaron que el asesino no sufre de alteraciones mentales, pese a que actuó con mucha violencia sobre su víctima. Días antes, Kinyua golpeó severamente a otro de sus compañeros, pero quedó con vida…

¿Qué hacer con este tipo de personas? ¿También son producto de nuestra sociedad enferma? ¿Por qué devoró el corazón y el cerebro? ¿Fue una especie de apropiación? ¿Kodie vive ahora dentro de él? 

Son respuestas que sólo Kinyua podría responder, sólo que después de su declaración no ha vuelto a abrir su boca. Ahí no entra ni una mosca.

29 octubre 2012

¿Y la cabeza de Lin Jun?


Debido a que siempre se preocupó por difundir la vida que él mismo se había creado, son pocos los datos verdaderos que en internet se conocen sobre su persona.

Hasta antes de 2006, Luka Rocco Magnotta –su nombre oficial– se llamaba Eric Clinton Newman. Sin embargo, en aquel tiempo también le gustaba presentarse como Vladimir Romanov, Kirk Tramme, Mattia del Santo, Jimmy, Angel…

Se sabe que tiene 30 años (nació el 24 julio 1982), que es delgado (pesa 61 kilos) y que es alto (mide 1,78 metros). Se sabe también que es originario de Canadá –y no ruso como muchas veces aseguró– y que es una persona en extremo narcisista. Alguna vez escribió: “No soy gay, pero si lo fuera me casaría y estaría obsesionado conmigo; soy extremadamente bello”.

Tampoco hay duda respecto a sus rasgos necrófilos y su carácter violento. Sus compañeros de infancia declararon a la prensa que aunque siempre tenía un “semblante feliz”, era muy propenso a la violencia inmediata y recordaron que en una ocasión lanzó enfurecido una silla a una profesora.

Si eso no fuera suficiente, hace un tiempo Magnotta ganó notoriedad luego de subir un video a YouTube en el que se veía cómo torturaba a varios gatos.

La otra certeza, la más terrible y escalofriante de todas, es que asesinó a su pareja, la descuartizó y con los pedazos que obtuvo practicó el canibalismo. Hace menos de un mes fue capturado en un café internet en Berlín, mientras revisaba información sobre su mismo crimen. Ya fue deportado a Canadá.



MENTE PELIGROSA
Eso es, más o menos, lo que se sabe verdaderamente de Magnotta. Todo lo demás, aunque muy importante, no dejan de ser sugerencias que no han sido comprobadas. Veamos. Él mismo ha dicho que fue un niño golpeado y que fue abusado sexualmente; que probó el alcohol y las drogas, y que es maníaco depresivo.

Nina Arsenault, una artista transexual canadiense que ha afirmado que tuvo un romance con él, asegura que es “mentiroso, manipulador, irascible, y a menudo autodestructivo”.  

En el mismo sentido, el psiquiatra Gilles Chamberland afirma que Magnotta “exuda rasgos narcisistas y es un tipo histérico y antisocial”.    

Se afirma también que era actor porno; sin embargo, no existe una prueba de eso, más que dos videos borrosos que no son suficientes para acreditarlo como un actor de películas triple equis. En la industria no lo conocen.

Como se observa, un halo de misterio envuelve la vida de Magnotta. Nada concuerda. Su apacible rostro aniñado tampoco coincide con la salvada que cometió contra su pareja, el chino Lin Jun, de 32 años (mentía cuando decía que no era gay). Y es que no se trata únicamente del asesinato, sino de la práctica caníbal de Magnotta y lo que éste hizo después con las partes del cuerpo.



MENSAJERÍA EXPRESS

Según la investigación de la policía, el crimen ocurrió entre el 24 y 25 de mayo de 2010. Asesinó a Lin Jun y posteriormente descuartizó su cuerpo, con el que practicó necrofilia y canibalismo.

Después envió por correo una pierna y una mano a las sedes del Partido Conservador y del Partido Liberal de Canadá, respectivamente. La otra mano y el otro pie las envió a dos escuelas de Vancouver. En tanto, el torso decapitado de Lin Jun fue descubierto el 29 de mayo dentro de una maleta arrojada a la basura en alguna calle de Montreal.

Para ese entonces Magnotta ya estaba muy lejos. El 26 de mayo tomó un vuelo de Montreal a París y luego viajó a Berlín en autobús. Su aventura duró apenas nueve días.

Luego de deambular durante varios lugares, la interpol le siguió la pista y capturó a Magnotta el 4 de junio, mientras se encontraba en un café internet en Berlín. Dos semanas después fue trasladado a Canadá, donde será sometido a un juicio.

Hasta ahora se sabe muy poco de su familia. Las autoridades la buscaron en la localidad cercana de Peterborough, pero fue poco lo que obtuvieron.

La madre se negó a hacer cualquier declaración, mientras que la hermana dijo: “Hace mucho tiempo que no lo vemos. Todo esto ha sido muy duro para nosotros”.   

Otro familiar de Rocco Magnotta que pidió no ser identificado fue más contundente: “Es una bomba de relojería. Es un tipo que sólo tiene apariencia, es un enfermo mental. Tiene delirios de grandeza e inventa historias que luego él mismo se cree”.

Magnotta es un megalómano consumado: observa su reflejo bello, irresistible. Se siente superior, aunque en el fondo es extremadamente inseguro. Necesita sentir que es alguien importante, por eso sus mentiras sobre su glamoroso estilo de vida, por eso sus extravagancias que no olvida subir a internet para que todos las vean.

Después de todo, que sus actos dieran la vuelta al mundo no fue nada malo para él, el “grandioso y magnífico” Luka Rocco Magnotta. Ahora las cosas comienzan a tener sentido. Después de los estudios psicológicos que le realicen, las dudas comenzarán a despejarse.

Sólo queda un pequeño misterio que hasta ahora nadie ha podido resolver: ¿dónde quedó la cabeza de Lin Jun? (Juan Carlos Aguilar García).