11 febrero 2008

Enrique Bordes Mangel, conciencia de disidentes y uno que otro aporreado

Juan Carlos Aguilar García Los que lo conocen saben que es un hombre insurrecto, contestatario y dueño de una honestidad a prueba de balas. Él mismo se define como una persona inconforme, íntegra y, ante todo, humilde. “Por lo menos para mí, esto último es lo más importante”, asevera. Humilde, pero no sumiso. En el ejército fue dado de baja por mostrar una “mala conducta incorregible”. Se trata del reportero gráfico Enrique Bordes Mangel (1922), quien durante más de medio siglo capturó los acontecimientos sociales más violentos de la ciudad de México como una forma de evidenciar la agresión del gobierno contra los disidentes. Así, cientos de marchas, protestas y represiones policiales forman parte de su extenso archivo fotográfico, conformado por más de 22 mil negativos, en los que se advierte la saña de las autoridades a la hora de aplacar a los “revoltosos” y que el propio Mangel experimentó en carne propia al recibir múltiples golpizas. Por eso no es difícil creerle cuando dice que arriesgó su vida varias veces con tal de obtener la mejor foto. Mucho menos cuando se ha observado aquella imagen en la que un hombre le apunta de frente con una pistola y que Mangel tuvo la ocurrencia de titular Mi pelotón de fusilamiento. “La tomé justo cuando un infeliz me está disparando. Pegué un salto de inmediato, así que estaba en el aire cuando tomé la fotografía. Digamos que cada quien disparó su arma, nada más que yo gané”. Esto lo rememora Mangel ahora que Rebeca Monroy Nasr, investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, ha iniciado la recuperación de su trabajo profesional a fin de realizar una edición que recupere su valor testimonial. “Recuerdo que ese fue el primer mitin violento de la ciudad; hubo pistolas y todo eso”. Al final la imagen se publicó en 13 periódicos y lo hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 1958. Para ese entonces, Mangel llevaba 17 años como profesional. Había iniciado en 1941, año en el que publicó su primera fotografía en la revista México, en la que mostraba todo lo que había asimilado de sus maestros Ricardo Razetti y Manuel Álvarez Bravo. “Aprendí mucho siendo el canchanchán”, asegura Mangel, quien guarda celosamente las revistas en las que han aparecido sus placas, como Hoy, Mañana, Siempre, Al día, Sucesos, Zócalo, Revista política y Solidaridad, del Sindicato Mexicano de Electricistas. O como aquella en la que se publicó La tercera caída, donde se ve a un maestro hincado en el suelo con el rostro ensangrentado, luego de que fuera aporreado en una marcha el 4 de agosto de 1960. “Lo de la tercera caída es literal. Ya lo habían madreado tres veces”. —Es una foto muy fuerte. El hombre lo está viendo a los ojos... —Yo mismo se lo pedí. Le dije: “Levanta la cara, para saber a quién le dieron en la madre”. Esa vez estuvo duro, hasta entró la caballería. —Y a usted, ¿cuándo le tocó? —Varias veces. En una ocasión, un pinche bombero hijo de la gran puta me tiró un hachazo. Me salvé gracias a que un compañero me jaló, sino estuviera muerto. En otra más un perjudicial me retó. Yo le dije: “Son ustedes unos hijos de la chingada. Y no te rompo la madre por tu defecto”. Estaba manco el cabrón. Pero lo más fuerte aconteció en junio de 1971, el día del halconazo. Iba solo al frente de la marcha cuando unos hijos de la gran puta comenzaron a madrearme. En ese momento llegó el editor de fotografía de El Nacional, Alfonso Carrillo, para retratarme. Pero entonces me soltaron y bolas, que se van contra él. Al final yo le tomé la foto cuando lo estaban agasajando. Y aquí, Mangel aprovecha para dar una pequeña lección: “En las marchas siempre hay que ir adelante, ahí es donde suceden las cosas. Los que vienen atrás ya no van a tomar el agasajo fotográfico. Esa es la mejor manera de hacer un reportaje”. REBELDES EXILIADOS. Este acontecimiento hizo que Mangel estuviera en la mira de las autoridades. La consigna era matarlo. Por eso decidió autoexiliarse en Canadá por diez años, relata Mangel, quien adoptó la actitud rebelde de su padre, un revolucionario que participó en la redacción del Plan de San Luis y que también tuvo que exiliarse para salvar su integridad. “Con un papá así uno no puede fallar. Mamá siempre nos decía: ‘Tu padre fue una persona decente, incorruptible’. Tenía los tamaños para hacer las cosas, no se andaba con bromas. Una vez, cuando formaba parte del Colegio Militar, y Porfirio Díaz pasó a su lado, le gritó: ‘aléjate, Satanás’, lo que, por supuesto, le valió un castigo”. —¿Hasta qué punto se arriesgaba por una foto? —Pues mucho. En esto hay que andar con el cerebro frío. Así es el oficio. Llega a ser ingrato, pero la satisfacción de ver que otros estiman tu trabajo es lo que más cuenta. —¿Y los chayotes (soborno)? —Yo nunca agarré uno. Hay que tener respeto por uno mismo. El que no se respeta no lo respeta nadie. Si coge uno un chayote ya se chingó, porque entonces es comprable. —¿Qué con el 2 de octubre del 68? —Ese día se casó uno de mis primos y pues se me fue la matanza. Quise ir pero mi tía no me dejó. —Para usted, ¿quién ha sido el presidente más represor? —Sin duda Adolfo López Mateos. No fue más represor que Gustavo Díaz Ordaz, pero porque no tuvo tiempo. Mateos fue responsable de las represiones de los ferrocarrileros, los maestros y los petroleros. Con él se iniciaron las represiones y con ese hijo de puta Humberto Romero Pérez, su secretario particular. —Justo ahora que estamos platicando hay una marcha... —Lamentablemente las cosas no han cambiado mucho. Las leyes siguen siendo para proteger al Estado y que se joda el pueblo. —¿Con qué se queda después de toda una vida dedicada a la fotografía? —Con satisfacciones, pero sin dinero. Yo fui un fotógrafo muy barato. Nunca fui goloso para cobrar mi trabajo, por eso ahora estoy tan prángana...

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