(Juan Carlos Aguilar García)
No había piedad en sus rostros, tampoco miedo, sólo una sonrisa de complicidad y un enorme gusto por saber qué se siente matar a una persona. No había detrás historias de odios o venganzas, simplemente la satisfacción de una ingenua curiosidad que conmocionó a Gran Bretaña y que dejó sin palabras a psicólogos y especialistas de la conducta.
Posiblemente sea el caso de niños asesinos más espeluznante de los últimos tiempos en todo el mundo. Sus artífices: Jon Venables y Robert Thompson, ambos de diez años. Su víctima: James Bulger, de apenas dos.
La travesura ocurrió una tranquila mañana del 12 de febrero de 1993. Todo parecía seguir su curso en el bello condado de Merseyside. Era un día soleado y el aire traía consigo el sopor de la rutina... hasta que los gritos de una madre desesperada sacaron del letargo a las autoridades del centro comercial de Bootle.
No era para menos. Su hijo, quien por unos segundos quedó fuera de su vista, había desaparecido. Entonces la policía comenzó la búsqueda, sin saber por supuesto que se trataba de una causa perdida.
En ese mismo instante, en una calle solitaria muy cerca del centro comercial, el pequeño Bulger era golpeado con ladrillos que el dúo siniestro le arrojaba sin descanso. Luego fue castigado con una tubo de metal y torturado con toques eléctricos. Cuatro días después, el cuerpo se encontró partido en dos, cerca de las vías del tren.
Los sanguinarios actos estremecieron como nunca a los habitantes de Merseyside. Jamás habían presenciado algo semejante. Incluso, los expertos en asesinos en serie y la maldad humana fueron incapaces de encontrar un caso que se le pudiera comparar.
Con decir que las fechorías del estadunidense Jesse Harding Pomeroy, uno de los primeros casos registrados sobre un niño asesino, quedaron reducidos a un juego insignificante.
El 18 de marzo de 1874, Pomeroy —quien tenía una apariencia siniestra: su ojo derecho carecía de iris y pupila— degolló a una chica en un acto rápido y sin mayores signos de tortura. Cuando cometió el asesinato, Pomeroy tenía 15 años.
Se sabe que padeció la violencia de su padre alcohólico, lo cual provocó que fuera un sujeto solitario y lleno de rencor. Se sabe también que nunca se arrepintió de su asesinato, ni de las golpizas que propinó antes a otros niños mientras él se masturbaba, y que al final lo llevarían a ser conocido como el “sádico bribón”.
Y justo aquí la gran diferencia con Venables y Thompson, quienes aunque provenían de familias disfuncionales (como muchos otros niños en el mundo) vivían una infancia relativamente feliz.
Pero entonces, ¿qué motivó a estos niños a cometer tal crimen? ¿de dónde la saña con la que actuaron? La respuesta es tan simple como demoledora: nada realmente profundo. No buscaban venganza ni eran chicos con algún problema mental. Simplemente nos mostraron que los niños no son únicamente inocencia ni que todo es Disneylandia.
Que cada uno de nosotros llevamos un asesino dentro. Que usted, querido lector, o yo mismo, autor de este texto, podemos cometer un asesinato. No es requisito un pasado oscuro y lleno de vejaciones para ingresar a la larga lista de homicidas.
Se trata de un tipo de asesino que se gestó en las últimas décadas del siglo XX y que se verá más claramente durante el XXI, centurias en las que la violencia, a veces hasta grados bestiales, empieza a tomar el lugar de las reglas que nos permiten vivir en convivencia. Esto sin contar con una desvalorización de la vida que nos impide dimensionar el grado de crueldad en el que nos encontramos inmersos.
DE REMORDIMIENTOS.
Además del salvajismo de los niños asesinos, una pregunta más taladraba la mente de los doctores:¿por qué la tranquilidad que mostraron luego de cometer los hechos?
Y es que, luego de su captura —gracias a unas imágenes del circuito cerrado de la tienda— Venables y Thompson se mostraron todo el tiempo apacibles, incluso durante su sentencia a ocho años de prisión. Al final fue algo pasajero.
Luego de emprender un arduo proceso de rehabilitación que tenía el objetivo de hacerlos conscientes de lo terrible de sus actos, las cosas cambiaron. Vino el arrepentimiento, pues no eran psicópatas.
Venables fue el primero en mostrar lo que llaman una secuencia normal de reacciones: negación, incredulidad, sensación de pérdida, dolor, responsabilidad, vergüenza y remordimiento. Según Susan Bailey, la psiquiatra que lo atendió, Venables vivirá atormentado hasta el final de sus días.
Thompson también comprendió lo terrible de sus actos y hasta descubrió su lado artístico. Hizo una mesita para el café a su madre y algunas de sus pinturas pueden ser apreciadas en la sala de visitas de la prisión.
En 2001, luego de ocho años de condena y habiendo cumplido la mayoría de edad, un juez consideró que Venables y Thompson estaban totalmente rehabilitados.
Así que decidió dejarlos en libertad, aunque la policía los vigilará de cerca hasta que mueran. Esto por dos razones: para evitar que provoquen otra tragedia y para impedir que alguien tome venganza contra ellos, en específico el padre de Bulger, quien prometió que iría hasta el último rincón del planeta para vengar la muerte de su hijo.
Asimismo, les fueron inventados un nuevo pasado, pasatiempos y hasta amigos, además de que fueron obligados a cambiar de lugar de residencia. Ahora que están libres tienen prohibido dos cosas: acercarse al condado de Merseyside y volverse a juntar, de hecho no se volvieron a ver luego de que fueron sentenciados.
Ahora mismo, mientras usted lee esto, algún niño podría estar asesinando a su abuela por un simple berrinche. Lo dicho. No todo es inocencia ni Disneylandia...
Este texto se publicó en el semanario Alarma!
1 comentario:
Lo cierto es que el escenario del crimen fue en un despacampado al lado de las vias del tren y a 4km de distancia del centro comercial, trayecto en el que 38 personas vieron a Venables y a Thompson con Bulger.
La psicóloga de Thompson determinó una homosexualidad reprimida por el acoso escolar sufrido en su infancia, sus pinturas eran la gran mayoría de vestidos de novia.
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