(Juan Carlos Aguilar García)
No cualquiera puede ingresar a su selecto grupo. Se necesita un espíritu servil y un placer desmedido por la humillación. Se requiere también un gusto casi enfermizo por la infamia y tener un oscuro historial de plagios y deshonras. Fuera de eso, no se pide ninguna otra cualidad.
En cuanto a la actitud gángsteril, se adquiere con la práctica. Es cuestión de paciencia y muchas horas de estudio al lado del capo en turno, pero nada que no pueda aprenderse en unos cuantos meses.
Así lo han hecho varias generaciones en periódicos, suplementos culturales y revistas. ¡Y vaya que les ha funcionado! En el último medio siglo han logrado mover a su antojo los hilos de la élite intelectual de nuestro país y apoderarse de todos los espacios. No por nada son conocidos como la mafia cultural, la que todo lo pervierte y envilece.
La mafia lo decide todo. Perversa como es, se da el lujo de decidir quién publicará la próxima “gran obra” de las letras nacionales. Entre periodistas corruptos, reseñistas vendidos y todo un andamiaje de difusión perfectamente diseñado, es algo que logran rápidamente.
Y así, en unos cuantos meses, brillan ya las nuevas estrellas de la intelectualidad mexicana. Pero pongamos por caso dos ejemplos: Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis.
Según dijeron entonces los amigos, nadie con el conocimiento y el perfil crítico como el que ellos poseían. Nadie que amara tanto la literatura y la historia como el dúo elegido.
Personalidades de tal magnitud no podían andar por la vida sin un libro propio. Así, les fueron dadas todas las posibilidades para que cumplieran el caprichito. Y Elenita y Carlitos fueron felices con sus libritos. Andaban por aquí y por allá exhibiendo sus obras en cuanto recinto pudieran (en todos, por supuesto) y hablaban del enorme y exclusivo conocimiento que los diferenciaba respecto de los demás escritores.
En tanto, Fernando Benítez, la vaca sagrada, el gurú —“Dios, por favor, llámenle Dios”, corregirían sus fieles seguidores— vigila que todo marche correctamente. Que los amigos sigan publicando y que los no amigos (enemigos, pues) queden debidamente al margen.
No pueden permitirse de ningún modo que alguien más haga reseñas, entrevistas o crónicas. Ahí estaban Elenita y Monsi, los exclusivos. Ellos eran los periodistas, amigos además de escritores selectos como Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Enrique Krauze, por mencionar algunos.
Pero esperen un momento. Hay un pequeñito detalle que no he comentado: estos dos periodistas... ¡no hacen periodismo! Por definición, el periodismo es crítica y lo que ellos hacen tiene todo menos crítica. Así pues, no es periodismo.
¿Qué hacen entonces? Pues cualquier cosa, podríamos llamarlo simplemente publicidad, y a sus artífices “mercenarios de la cultura”.
LOS EXCLUIDOS.
Los verdaderos críticos estaban precisamente en el grupo de los excluidos. Voces como las de Ricardo Garibay, Gonzalo Martré, Emmanuel Carballo o René Avilés Fabila fueron implacables.
Precisamente fue Avilés Fabila quien con Los juegos (1967), su primera novela, se fue a la yugular de las grandes vacas sagradas. No era una crítica superficial, sino una con pelos y señales en la que nadie quedó a salvo de la filosa cuchilla de su autor.
En cuanto la vio, el editor Rafael Giménez Siles simplemente dijo: “No, René, yo no me voy a la cárcel por tu culpa, no puedo publicar tu novela”. Pero René era necio e intentó publicar su texto. Mala suerte. Joaquín Diez-Canedo lo invitó a destruirla. “Hazlo o tendrás muchos problemas”, le advirtió.
El mismo Fabila recuerda: “Con esa novela me fui directo al cuello de los famosos y critiqué a los grandes funcionarios del país, empezando por el presidente de la República a quien le decía ‘el gran verga’ y otras tantas cosas que por ese entonces no eran usuales”.
Gonzalo Martré es un caso aparte. Aunque ha hecho grandes aportaciones a géneros como la ciencia-ficción mexicana y la novela negra con obras como Safari en la Zona Rosa y Los símbolos transparentes, le ha sido negada en el Fondo de Cultura Económica la edición de su trilogía de El chanfalla.
¿El argumento? Que no tiene la calidad mínima necesaria para ser publicada por la editorial que, por otro lado, sí le abrió los brazos al amigo Christopher Domínguez y su criticado Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005) en el que se dedicó a elogiar a los cuates y a omitir —por desconocimiento o por consigna— a toda una pléyade de importantes narradores mexicanos.
El libro fue enormemente desacreditado. Se desmoronó ante el más sutil de los razonamientos...
Pero claro, como sucede en este tipo de situaciones, los vasallos, con tal de asegurar su permanencia en la mafia, están listos para hacer el trabajo sucio. Rafael Lemus, quien forma parte de la redacción de Letras Libres, preparó presuroso una “reseña crítica” a favor de Domínguez.
De risa. En una parte se pregunta: “¿Es necesario decir que acaso nadie ha leído con más amplitud nuestra literatura?”, refiriéndose a que nadie conoce mejor nuestras letras que San Christopher. Resulta hilarante luego de que el mismo Domínguez reconoció ante la prensa que su libro contenía “algunos errores”, y que aceptara además que su conocimiento de la poesía era más bien escaso.
Queda claro que lo que menos interesa a la mafia es la cultura. No tienen cabeza para ello. No, cuando todos sus pensamientos están concentrados en dos cosas: cómo hacer para vivir con el mayor número de becas, y cómo lograr la inmortalidad.
Por eso es que, en una suerte de competencia interna, estos mafiosos deciden quién obtendrá tal o cual premio. Primero lo gana Monsiváis, luego Poniatowska, después —y eso sólo para romper la rutina— Carlos Fuentes. Entonces vuelve a tocar el turno a Monsiváis y una vez más a Poniatowska... hasta que uno de los dos muera.
Y esto apenas en el terreno literario. Pero la mafia no entiende de disciplinas artísticas. Igual está presente en la pintura, la fotografía o el ámbito cinematográfico. Jorge Ayala Blanco, por mucho el mejor crítico de cine de nuestro país, lo sabe muy bien.
Desde muy joven, supo lo que era estar vetado de un festival. “Nada para quien se atrevió a criticar nuestra obra maestra”, le dijeron. Pero los pobres no sabían contra quién se metían. Ayala Blanco se preguntó a sí mismo: “¿crítico o jefe de relaciones públicas?”.
Por supuesto eligió lo primero. Y con esa convicción —que tuvo desde los 12 años— comenzó una brillante carrera desmontando películas y resquebrajando amistades. Nada lo detiene. Menos ahora, que con más de 40 años de labor profesional, aún es considerado un enfant terrible. “Es un halago que a mi edad me sigan considerando enfant, soy más bien anciant terrible”, comentó recientemente.
A decir de Avilés Fabila, una gran mafia cultural como la que durante años controló Fernando Benítez, ya no existe. Lo que hay ahora, afirma, son chiquimafias controladas por Enrique Krauze y sus Letras Libres, y por Héctor Aguilar Camín con Nexos.
No obstante, hay quien todavía vive con la inercia del pasado. Es de nuevo el caso de Monsiváis, quien durante este mes de mayo inundará literalmente la ciudad, luego de que para festejarle su 70 aniversario, el Gobierno del Distrito Federal decidiera imprimir su cara en las estaciones del Metro, el Metrobús, en papalotes, playeras y tazas. Y no sólo eso. También se reproducirán en camiones y bardas algunas de sus expresiones más celebradas.
Para quien crea que esto no es suficiente, también se transmitirán por televisión abierta cuatro cineminutos que contarán algunas anécdotas del autor de Amor perdido.
Sólo cabe hacer una pregunta: ¿dónde y cuándo se realizará el homenaje a Gonzalo Martré por su 80 aniversario? ¿alguien se acordó siquiera?
LOS QUE NO SIRVEN PARA ESTE OFICIO.
Ya lo dijo el reconocido periodista Ryszard Kapuscinski: “Los cínicos no sirven para este oficio”. El diccionario define “cínico” como todo aquel que actúa en contra de sus principios éticos y alardea de su forma de proceder.
Justamente algo que un periodista que se precie de serlo no debe hacer... pero que muchos hacen, creyendo que el cínico es el otro, no ellos.
Ahí está el caso de Raymundo Riva Palacio, quien con un pasado crítico y mordaz, terminó convirtiéndose en un simple empresario. Ahora, más que preocuparse por informar y criticar, lo que le quita el sueño son las finanzas del periódico que dirige.
Él mismo, al asumir la dirección de El Universal, mencionó su imposibilidad de seguir ejerciendo la crítica como hasta entonces.
Y otro ejemplo de la misma casa editorial. Los “periodistas” Estela Livera y Ricardo Alemán serán los conductores de un nuevo programa que se transmitirá por Televisión Mexiquense. Se titula ¿Y tú qué harías? y, según se dijo, tratará problemáticas sociales sin ningún tipo de censura. Ahora que Alemán es empleado de Enrique Peña Nieto, se antoja muy difícil que en el futuro leamos en sus artículos la más pequeña crítica contra el gobernador del Estado de México. Después de todo, sería hasta insensato morder la mano que le da de comer. Lo dicho: “Los cínicos no sirven para este oficio”.
1 comentario:
Bien, ya era hora de que empezarás a escribir esas cosas importantes chingao, en lugar de matar cucarachas en el cochi puerco asesino.
En todo el caso el cinismo funcionaría con ellos, para después estallarles en la cara un mensaje de desacuerdo.
Los cínicos sí pueden servir para este oficio, sólo manteniendo su ética intacta y siéndolo para esos cerdos.
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