Activistas
y defensores de derechos humanos coinciden que en algunos años, cuando termine
esta pesadilla y los periódicos informen de la última muerte ligada a esta tragedia
nacional, tendrá que venir forzosamente un juicio legal contra todos los
responsables, tal y como sucedió en Argentina o Chile, por citar sólo dos
ejemplos.
Pero
¿de qué se les enjuiciará a los culpables?, ¿cuáles serán sus cargos?, ¿cómo
saberlo cuando el gobierno saliente ha procurado una serie de candados para que
esa información quede reservada? O, peor aún: ¿cómo saberlo cuando la
información simplemente no existe? No hay, por ejemplo, una cifra exacta de
cuántos muertos y cuántos desaparecidos; cuántos inocentes y cuántos culpables.
Aquí
es justo donde entra una pieza clave: el periodismo, fundamental para construir
la memoria histórica de un país. Conscientes de esto, reporteros de todo México,
remando contra todas las adversidades, llevan
a cabo dos labores importantísimas. Primero: realizan el conteo de víctimas y
desaparecidos. Ya lo dijo el periodista Diego Enrique Osorno en estas mismas
páginas: antes que nada es necesario conocer el tamaño del problema, saber
dónde estamos parados, para después buscar las soluciones.
Y
segundo: hacen la narración detallada de los hechos, a través de miles de
crónicas, que además tienen la virtud de explicar por qué ocurrieron estos
acontecimientos.
NARCOHISTORIAS
En
los últimos seis años, ha habido un boom en la crónica periodística en nuestro
país. Se han editado decenas de libros sobre el tema, desde distintas
perspectivas y con diferentes niveles de calidad. Con el tiempo se sabrá cuáles
son los clásicos que no debemos dejar de leer para comprender este ominoso
capítulo de nuestra historia.
Sin
embargo, algunos de estas obras se volvieron imprescindibles desde el momento
mismo de su publicación. La primera de ellas es Los señores del narco de la periodista Anabel Hernández.
Publicado
en noviembre 2010, el reportaje pone al descubierto las profundas y añejas
complicidades de la clase política con el narcotráfico. Basada en una profunda
investigación en la que tuvo acceso a documentos inéditos, testimonios de expertos
en el tema, gente relacionada directamente con los cárteles de la droga y autoridades
policiacas, la autora hace un exhaustivo recorrido por el tráfico de marihuana
y cocaína desde la década de los setenta hasta nuestros días.
Hace
cuarenta años, dice la autora, los roles estaban muy bien definidos: el
gobierno controlaba a los narcotraficantes, a quienes incluso cobraba cuotas ya
establecidas para permitirles cruzar la mercancía por todo el país. Había acuerdos
claros en los que ambos bandos tenían jugosas ganancias.
Sin
embargo, la ambición era mucha. Las cosas cambiaron en poco tiempo. En la
siguiente década, los capos ya habían logrado no sólo corromper a algunas
autoridades, sino que habían conseguido que se cambiaran de bando.
Con
esto, sucedió que el poder del gobierno sobre los narcotraficantes se
desdibujó, lo que derivó en la situación en la que ahora nos encontramos: capos
que controlan su negocio y que además tienen tanto poder económico que les
alcanza para tener también poder político. Son ellos quienes deciden quién
gobernará municipios y estados. El gobierno, ahora, al servicio del narco. La
llamada narcopolítica, que ha permitido que personajes como Joaquín “El Chapo”
Guzmán se convirtiera en poco tiempo en uno de los narcotraficantes más
poderosos del mundo. Con esta colusión de intereses, Anabel Hernández se
pregunta: ¿existe realmente una guerra contra el narcotráfico?
LOS ZETAS
Otro
libro relevante por la cantidad de información (y revelaciones) que se
encuentra en sus páginas es La Guerra de
los Zetas del periodista Diego Enrique Osorno.
Publicada
en este 2012, la obra reúne 14 crónicas, producto del largo recorrido que
Osorno hizo por Tamaulipas y Monterrey, en su afán por seguir de cerca a la que
es considerada una de las organizaciones más sanguinarias de los últimos
tiempos.
Para
el también autor de País de muertos
es muy claro que esta supuesta guerra contra el narcotráfico es incitada por la
misma clase política por los beneficios políticos y económicos que ésta trae.
La guerra como un negocio lucrativo que nadie quiere detener y que contagia a
la población.
“La
violencia extrema no es desgraciadamente particularidad de uno u otro bando,
está ya desbordada, porque tuvimos un presidente que irresponsablemente usó el
tema del narcotráfico para resolver su crisis política, y permitió que se
levantara toda una industria de guerra a la que no le interesa en lo más mínimo
resolver el
tema del narcotráfico.
tema del narcotráfico.
“Lo que
le interesa es mantener su maquinaria aceitada, funcionando, para que quienes
la controlan sigan teniendo una importancia en el poder político y para que
algunos también se beneficien económicamente.
“A ellos
no les importa que los Zetas desaparezcan ni nada; les importa mantener este
planteamiento de que la violencia se resuelve con violencia. Esta dinámica hace
que todos los grupos involucrados, e incluso los ciudadanos de a pie, se
vuelvan muy violentos”, afirma Osorno.
Con
diferentes perspectivas, el mensaje en el fondo es el mismo: ni olvido ni
perdón para los responsables de los miles de muertos que marcaron de rojo sangre
el sexenio de Calderón.
La
memoria histórica está en cada reportaje, en cada crónica y en cada nota
publicada sobre este tema. Ahí está la prueba irrefutable de lo que ocurrió y
que no pocos involucrados ya empiezan a negar tajantemente. (Juan Carlos Aguilar García)
1 comentario:
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