Juan Hernández Luna (Ciudad de México, 1962) tiene tres pasiones en la vida: la literatura, el futbol y las mujeres. Prueba de ello son sus numerosas novelas que lo han llevado a ser considerado uno de los escritores más destacados de su generación; su modo arrebatado a la hora de hablar del Cruz Azul, su equipo del alma, y... bueno, ahora vive solo, pero esa es otra historia.
Por lo pronto, con las primeras dos pasiones tiene. Lo del futbol es algo que de vez en cuando practica, mientras que la literatura es algo que vive intensamente a cada momento. "Tengo que vivir con libros y escribir todos los días", menciona en entrevista Hernández Luna, quien vive rodeado de novelas policiacas y de ciencia-ficción, aunque también se ve por ahí un cancionero de José Alfredo Jiménez y algunos títulos de Paul Auster.
Ahora presenta Cadáver de ciudad (Ediciones B), novela en la que revive a Skalybur, el Inmortal, y al Sahuayo, personajes que aparecieron en Tabaco para el Puma, con la cual recibió en 1997 el Premio Internacional Dashiell Hammett a la mejor novela policiaca en español.
Esta nueva entrega comienza con un jugoso ofrecimiento a Skalibur, un mago que vive en el autoexilio en la península de Baja California: un cheque en blanco a cambio de aclarar la castración de un millonario pervertido. A partir de ese momento comienzan a surgir diferentes historias sobre sectas secretas, pornografía, el mundo gore y mucha nostalgia por aquellos personajes citadinos sumidos en la soledad.
—¿De dónde surge la violencia que narras en Cadáver de ciudad?
—Lo que sucede es que escribí la novela en 1997, luego de que nuestro país vivió momentos muy difíciles. En 1994 hubo una sensación de que a México se lo llevaba la chingada: los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, la devaluación del peso. Era impresionante. Una carga sobre otra en la que decías: “¡Bueno, pues ya nos llevó la chingada!”.
Era necesario descargar la cantidad de violencia que yo andaba cargando. Por eso es una novela tan hijo de puta, donde no hay misericordia, donde incluso la inocencia es martirizada totalmente. No hay conciencia, pero sí una doble moral que está interpretada por un personaje que es hermafrodita (hombre y mujer).
Es una novela que intenta decir el fin de una sociedad. Además, si te fijas, la novela describe todo un perfil que tiene que ver con las sectas.
—Finalmente, en algo tiene que creer la gente...
—Exacto. Cuando hablamos de un secta, de una religión, entonces también estamos hablando de un pensamiento mágico, que es una de las cosas que yo quería contar.
Cuando las sociedades ya no ven futuro tienden a derechizarse, porque el horóscopo, la magia, ahora la Santa Muerte que está tan de moda, les dan una seguridad que no obtienen con el empleo, el salario y, a veces, ni con la misma pareja. Las sectas son un refugio que te dan el poder....
Acuérdate de este asunto de La Paca, cuando se hablaba del cadáver desenterrado, de un misterioso clan. Lo de la Paca lo llevas a un productor de cine y te diría ‘estás loco, eso no se puede hacer, sin embargo ocurrió’.
Yo quería algo bien desmesurado, una novela río. Una novela con muchas lecturas. Una parte de mí me decía: “Estás loco pinche Juan”, mientras que la otra decía: “¡Sí, estás loco, síguele!”.
Al final, el método del también autor de Me gustas por guarra, amor funcionó. La prueba está en que Cadáver de ciudad representará a México para competir por el Dashiell Hammett 2007.
—La verdad es que no te puedes quejar.
—No, si no me quejo. En lo que se refiere a la escritura he sido muy afortunado. Me siento contento con lo que he publicado, aunque al principio hay una parte muy difícil en la que tienes que picar piedra. Te ves obligado a escribir cantidad de mierda para muchas revistas a cambio de recibir un pago.
Aunque tampoco hay que verle el lado malo a eso, porque teniendo la alacena llena puedes permitirte escribir las otras cosas en las que se te va la vida.
No te creas que lo digo con desprecio, al contrario. Estas revistas de las que te hablo me permitieron libertad, aprender a levantarme a medio día sin necesidad de checar una tarjeta. Recuerdo con mucho cariño el Semanario de lo Insólito, donde fui el reportero estrella durante cinco años.
O publicaciones como Curvas y Buenísima, donde tenía que hacer de chile, mole y manteca. También hice los guiones de Así soy y qué, Los maestros y sus chalanas y Chacales de la frontera. Mientras escribía esto, pude dedicarme a escribir Yodo, Tabaco para el Puma y Cadáver de ciudad.
La tragedia viene cuando ese tipo de revistas es lo único que lee gran parte de la población. Entonces el empobrecimiento cultural es de la fregada.
— Pero me hablabas del futbol ¿por qué querías ser portero y no delantero?
— Lo que sucede es que el portero es la posición más solitaria del futbol. Cuando te meten un gol, no hay un cabrón que vaya y le de una palmada al portero. También hay mucha soledad cuando el equipo mete un gol, pues la gloria está del otro lado del campo. Esa soledad me fascina, me gusta mucho esa imagen como de antihéroe.
—Te gusta ir contra corriente?
—Sí, obviamente por eso vivo en estas condiciones. Muchas veces he podido ser acomodaticio o trepador, pero para nada. No soy de la gente de quítate tú para ponerme yo. No me sentiría tranquilo conmigo mismo.
—¿Y eras buen jugador?
—A güevo. Recuerdo que cuando era niño les encabronaba que no le tuviera miedo a la patada. Volaba para llegar al balón.
Alguna vez también jugué en la delantera. Recuerdo una vez que, estando en la secundaria, unos cuates me gritaron “¡Luna vente a jugar!”. Yo venía con mis amigas Meche, Cuca y Paty.
Apenas había entrado a jugar cuando viene un pinche centro y que la agarro, la prendo y meto un pinche hermoso gol que hasta me pregunté “y qué hago aquí”. Que me salgo del juego. Todo me gritaron: “¡Luna, quédate!”. Les dije: “¡qué dicen, ¡después de ese pinche gol que acabo de meter apagen la luz y vámonos! Se acabo. Ya hice la grande, para qué me quedo”.
Pero te digo, mi gran pasión siempre fue la portería. Yo escribo porque no pude ser portero de futbol...
Esta entrevista se publicó en el periódico La Crónica
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