20 julio 2010

Gangster... de película!!!

Sentado en una de las esquinas de su viejo escritorio en su viejo despacho, el no menos viejo John Cadwell no entiende qué ocurre. Es claro que las cosas han cambiado, que el mundo es otro, pero jamás se imaginó que la gente descartaría de plano sus servicios. Tras 53 años de trabajo, no tiene familia, tampoco amigos. Su única fiel compañera es una Colt M1911 que hace mucho no utiliza.
Esta es la triste historia de “JC”, un extraordinario y antaño célebre detective privado que –sin siquiera advertirlo– se convirtió en algo menos que una atracción de circo. De ser un elemento vital para mantener a raya a estafadores y asesinos, transmutó en un estereotipo tan cultivado por aquellas películas de gángsters de los años cincuenta.
Atrás quedaron sus grandes glorias, como aquella vez que capturó, él solo, a una temible banda que traficaba alcohol. O esa otra ocasión en la que descubrió que una “afligida viuda” había envenenado a su marido con tal de cobrar las jugosas pólizas que la tenían como única beneficiaria.
Ahora ya nadie requiere de su asistencia. Gente mayor se sorprende al enterarse que aún existen detectives en pleno siglo XXI, mientras que los más pequeños no pueden creer que alguna vez hubieran actuado fuera de las películas.
Como he dicho, en este momento Cadwell se encuentra sentado sobre su escritorio. Acaricia su Colt M1911 y pasa una y otra vez los dedos sobre sus iniciales troqueladas en la cacha de la pistola. Está profundamente triste. A estas alturas no hay nada que lo consuele. ¡Y ese maldito teléfono que no suena!
POBRE Y SOLITARIO
Cadwell es dueño de una mirada fría y analítica, idéntica a la que tienen los gángsters en los mejores filmes de Hollywood. Usa traje, sombrero y siempre trae un cigarrillo colgando en la comisura de sus labios, lo cual también es bastante cinematográfico. Por si eso fuera poco, es parco con las palabras, habla únicamente para lo indispensable y casi siempre es para proferir amenazas acartonadas como: “Se te acabó tu suerte, despídete de este mundo”, o “Nos veremos en el infierno, cuenta con ello”.
No es que copie todas esas actitudes de las películas, no, eso no. Al contrario. Han sido los cineastas los que se han alimentado de personajes como él para contar sus historias. Aún recuerda la ocasión en que un tal Robert Wise le pagó varios dólares por unos retratos: con sombrero, mostrando la pistola en primer plano, de perfil con su inseparable cigarrillo y uno más sentado en su escritorio.
Después, para su asombro, ¡se vio él mismo en el cine! No es que fuera él, pero sí alguien muy parecido. Con la misma vestimenta y las mismas actitudes. Desde entonces se interesó en ver más películas del mismo género hasta convertirse en un verdadero conocedor.
Se leyó todo Hammett, Chandler, Gardner y, ahí sí, copió algunas características –tanto físicas como psicológicas– de los detectives de las novelas. Consideró que eso lo permitiría obtener una personalidad aún más agresiva, tan necesaria en los barrios bajos por donde actuaba.
Así que, como sus ídolos literarios, prefirió vivir solo, sin lazos sociales y familiares, que ahora los veía tan amenazadores para su integridad como el mundo corrompido en el que se movía.
Por un momento estuvo a punto de flaquear, le dieron ganas de casarse, tener hijos y olvidarse de todo. Irse al campo, tal vez. Pero le bastó leer a un especialista literario que hablaba sobre la figura del detective, para convencerse que iba por el camino correcto para ser admirado por todos.
Leyó emocionado: “El detective privado posee la sofisticación e insensibilidad de las grandes ciudades. Es golpeado, tiroteado, asfixiado y drogado, pero sobrevive porque sobrevivir forma parte de su naturaleza. Soltero, pobre y solitario, continúa siéndolo por su propia voluntad, preservando su incorruptibilidad con la soledad, que también es una medida de su singularidad. “El detective privado no encuentra ninguna salida en medio del concreto y los rascacielos que lo ahogan. El horizonte gris y frío será el ambiente en el que tendrá que luchar su batalla diaria, con la lluvia sobre su cabeza y su sombra como única compañía”.
Eso fue suficiente para que dejara todo y adoptara una actitud novelesca, tan dramática como irreal. Era un romántico que se había enamorado de esa imagen desolada e inconsolable. Muchos lo veían con verdadera admiración y eso le encantaba.
INADAPTADO SOCIAL
Lástima que las cosas dieron un giro que no se esperaba. Los detectives privados pasaron de moda y ya nadie le volvió a hablar para atrapar a un criminal o asesino. Así como ellos desplazaron en su momento a los vaqueros, ahora los detectives habían sido hechos a un lado por un puñado de Agentes Federales, elementos del FBI y demás organizaciones de seguridad.
También la actitud de las personas cambió radicalmente. Ahora lo veían como un inadaptado que además de usar ropa anticuada, tenía costumbres rarísimas como ¡escribir aún en libretitas y encender sus cigarros con cerillas! Nunca se imaginó que viviría este cruel momento.
Ahora el dramatismo era real. Y cómo no, si el mundo en el que todos lo admiraban ya no existía. Era un hombre viejo que ya no pertenecía a este mundo. Tan exigua era su imagen ahora que nadie notaría su ausencia.
No le quedó otra opción que alejarse para siempre de ese mundo ingrato que lo olvidó para siempre. Así que se puso su gabardina, se colocó el sombrero, encendió un cigarro y se perdió –como en final de película– entre las solitarias y oscuras calles por las que caminó con rumbo desconocido para vivir su fantasía en otra parte...
(Juan Carlos Aguilar García)

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