07 marzo 2012

¡Cosecha roja!

Las imágenes policíacas fueron el deleite de los lectores durante las primeras décadas del siglo pasado, pero su origen se registra antes, casi desde el nacimiento mismo de la fotografía. En el caso de México, este tipo de imágenes aparecieron poco después del nacimiento de los géneros
periodísticos.
A principios del siglo XIX, los diarios ejercían solamente un periodismo opinativo con una pequeñísima sección dedicada a asuntos amarillistas. A esta estirpe pertenecen diarios como El Sol, El Águila Mexicana, El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve.
Ninguno de ellos daba cuenta de los hechos que ocurrían el día anterior. No existía el reporter. Esta figura apareció hasta 1871, cuando Manuel Payno y Gonzalo A. Esteva fundaron El Federalista, periódico que introdujo por primera vez en México el reportazgo (reportaje) y la entrevista.
Los temas de los reportajes estuvieron dedicados casi exclusivamente a sucesos alarmantes, como el del plagio del señor Juan Cervantes, que causó conmoción en su época.
MALANDRINES Y CRIMINALES INFAMES
La semilla había sido sembrada y al siglo XX le tocaría recoger la cosecha. Durante las primeras décadas de la centuria, la sociedad conoció destacados casos de nota roja, como “El secuestro de Bruce Bielaski” y las fechorías de la banda “El tigre del pedregal”. Para entonces, El Universal, La Prensa y El Popular —“el diario que refleja la actualidad como un espejo”— se daban vuelo informando sobre asesinatos, peleas y fraudes.
Entre sus páginas se observan retratos de “malandrines”, “criminales infames” y personas de “dudosa honorabilidad”.
No eran realmente fotografías violentas, tal y como se vería después. Más bien eran imágenes de la escena del crimen y retratos de los malhechores, muy en el estilo de las fotografías de identificación de los reos que se realizaron en México a mediados del siglo XIX y que son atribuidas al “fotógrafo de cárceles” Joaquín Díaz González.
Ante el interés del público por enterarse de estos casos, surgieron revistas especializadas como Crimen, Alerta y Magazine de policía.
Para mediados de los años 50, destacaba el trabajo del reportero Eduardo “El Güero” Téllez y de los fotógrafos Antonio “El Indio” Velásquez y su discípulo Enrique Metinides, un jovencito que desde los 12 años había sorprendido por su audacia.
Para entonces la gente se había quedado boquiabierta con los crímenes de Gregorio “Goyo” Cárdenas, Higinio Sobera de la Flor y el luchador Pancho Valentino, el “mata curas”.
Después entraría a escena otro fotógrafo, también aprendiz de “El Indio” Velásquez: Antonio Caballero, quien trabajó para los semanarios Guerra al crimen y Revista de policía y nota roja.
FASCINACIÓN Y MUERTE
Ese era el panorama de la fuente policíaca en México, cuando en abril de 1963 surgió una publicación que llevaría lo sangriento hasta sus últimas consecuencias: Alarma!, de Carlos Samayoa Lizárraga.
Su sello distintivo: fotografías extremadamente crueles. Son bofetadas al inconsciente que nos recuerdan nuestra fascinación por la muerte. Cuerpos calcinados, mutilados, ¡sin rostro! Todo a página completa y con el mayor acercamiento posible.
Hay quien dice que el morbo es un asunto de sobrevivencia, porque al ver a la víctima reconocemos el peligro. Otros dicen que “es un aliciente para los jodidos”. Y es que aunque alguien tenga la vida más miserable, está mejor que el muerto de la foto. El otro está peor justamente porque ya no está.
Actualmente, una nueva camada de fotógrafos alimenta las secciones policíacas de las publicaciones nacionales. Nombres como David Alvarado, Luis Barrera, Alfredo Domínguez, Valente Rosas y Saúl López, entre muchos otros, aparecen repetidamente al pie de una imagen brutal.
Saben que el suyo no es un trabajo agradable, no puede serlo, pero igual lo ejercen con pasión. Hacen lo imposible para tomar la foto que luego los hará estremecerse.Y lo cruel: para ellos nunca habrá felicitaciones. Ya lo dijo el escritor Eduardo Monteverde: “Trabajo rudo por todas las vías, nunca hay premio por contar estas historias. Podrá haber reconocimientos, mas no medallas por narrar artísticamente ese lado oscuro y silencioso de la sociedad en un teatro de los hechos en el que no hay escenografía”. (Juan Carlos Aguilar García)

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