¡Pero qué niño tan bonito! Su cabellito ralo, sus ojitos pispiretos—con arruguitas y toda la cosa—sus cejas pobladas, su nariz de condor y su boquita chiquita, chiquita... Se ve que lo hicieron con mucho amor. No entiendo por qué, luego de abortarlo, ponerle una golpiza, amarrarlo de pies y manos, y tratar de ahogarlo con una bolsa de plástico en la cabeza, su madre lo fue a tirar a un basurero. Lo bueno es que el chamaco aguantó como los grandes.
Dijo que eran simples cariños de su progenitora y que, si bien es cierto que llegó a sentir un poco de rudeza, era simplemente para que supiera que la vida no es un lecho de rosas. Desde entonces no ha dejado de golpearse la cabeza con una tabla, lo cual le ha acrecentado más esa "carita de estúpido", como la han llamado los doctores. Además de golpearse, le encanta comer frituras (rueditas y chicharrones), imitar voces y ver los programas de Mr. Bean... ¡Qué cosa!
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