14 octubre 2010



Cargado originalmente por Pentax80

30 agosto 2010

¡Hell house!

Les comparto la fotografía que le tomé a esta casa abandonada. ¿A poco no parece sacada de un cuento de terror? Me recuerda a la que describe Richard Matheson en su novela La casa infernal.
Sé que no lo van a creer, pero cuando pasé por ahí escuché muchos lamentos... lamentos guturales, como provenientes de ultratumba, tal vez de almas que... Bueno, no me hagan caso, sólo disfruten la imagen.

24 agosto 2010

¡Crónicas de vagos y gente sin futuro!

Un recorrido por los bajos fondos de la ciudad de México, donde sus protagonistas, tan disímbolos como dramáticos, recorren la urbe en medio de la miseria, la ilegalidad y la transa, es lo que nos muestra el escritor y periodista J.M. Servín (1962) en su más reciente libro: D.F. Confidencial. Crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, editado por Almadía.
Se trata de un conjunto de crónicas, ensayos y reportajes –resultado de una década de vagabundeo– que se adentran en la historia social reciente de la ciudad a través de dos aristas: la marginalidad y el periodismo policiaco, que en México vivió su esplendor en las décadas de 1950 y 1960 con publicaciones como Prensa Roja, Crimen y Alarma!
En estos relatos –redactados en el mejor estilo del periodismo gonzo, del que es afecto Servín– deambulan lo mismo prostitutas, borrachos, periodistas, asesinos en serie, políticos corruptos, cábulas y hasta un artista: el fotógrafo Enrique Metinides, quien por casi 50 años inmortalizó miles de escenas trágicas para el periódico La Prensa.
Los escenarios no podían ser menos elocuentes: cantinas, cabarets, cines pornográficos, hoteles sin estrella y calles solitarias de barrios populares. Pero que no haya confusión. No intenta ver el lado romántico de la ciudad que, por otro lado, no existe. J.M. Servín lo explica en entrevista claramente y no deja lugar a la duda:
“No se trata de una apología de los bajos fondos, ni tampoco de esa sordidez bohemia que tanto atrae a los intelectuales. Se trata, más bien, de un periodismo autorreferencial y testimonial que tiene como eje central la nota roja para entender mejor qué es lo que pasa en una ciudad como la nuestra.
“Podríamos decir que son crónicas de picaresca urbana, de ciertos ambientes que me parecen atractivos. En ese sentido, el libro no es propiamente de la ciudad de México, sino sobre un tipo de ciudad que yo padezco”, comenta el autor de Por amor al dólar y Revólver de ojos amarillos.
ILEGALIDAD Y ESTRIDENCIA
Y es que para el autor de Cuartos para gente sola, la gente puede vivir de muchas maneras la ciudad. Desde la que la ve como el ombligo del mundo, hasta aquella que observa una ciudad en donde no se sabe si se regresará ileso a casa, ya sea porque asaltan en los microbuses o porque se mete un individuo al metro y asesina a una persona inocente. “Las profundas contradicciones han hecho del Distrito Federal una ciudad estridente que es poco amable con el peatón”.
Para Servín es muy claro: la gran vocación de la ciudad es la ilegalidad en la que tanto ciudadanos como autoridades son cómplices.
“Todo esto propicia el florecimiento de subculturas en los linderos de lo proscrito en donde todos participamos de un modo u otro. Desde el ambulantaje, la venta de piratería, el narcomenudeo, peleas clandestinas o el tugurio como último refugio de una noche que uno no quisiera que terminara jamás.
“Ante esta realidad hay dos opciones: o te haces pendejo, dices que aquí no pasa nada y te vas con tus guaruras a la Condesa –porque también por allá están matando–, o enfrentas la realidad cada vez más angustiante que estás viviendo.
“Como puedes ver, esta investigación no se trató de ir a la Merced a hacer una crónica de macheteritos, o de meterme a una cantina para ponerme bien pedo y decir después que soy un bohemio, como hacía Renato Leduc. Con este libro trato de adentrarme en la vida social de la ciudad, pero a través de los bajos fondos”.
El resultado: un libro poderoso que, página a página, conduce al lector por los oscuros senderos de lo marginal, lo extremo, lo underground. Un libro intenso y vigoroso que con el título (D.F. Confidencial) rinde un homenaje al escritor estadounidense James Ellroy y a su obra L.A. Confidential, donde explora la historia negra de la ciudad de Los Ángeles.
VATICANO DEL TABLOIDE
Respecto al género de nota roja –despectivamente llamado amarillista– afirma que forma parte de una gran tradición editorial en nuestro país. Se explica: “La potencialización del periodismo industrial mexicano como producto de consumo masivo, dependió desde sus inicios de la nota roja y no de otro tipo de periodismo.
“Si te internas un poco en la historia social de este país, te puedes dar cuenta que la nota roja por ningún lado es un tema superficial ni banal, por más que así se le interprete. Lo que sucede es que hay una doble moral: si la lees en las publicaciones populares, entonces eres un morboso. En cambio, si la lees en los llamados “periódicos serios” o la ves en la televisión, te estás informando”.
Sobre cómo podría definir a la ciudad de México, responde contundente: “Es el vaticano del tabloide. Si un periódico vale la pena leerse es el de formato tabloide, ahí está todo lo que somos”, finaliza.
Juan Carlos Aguilar García

16 agosto 2010

¡Soy artista! ¡Soy poeta! (¡bah!)

Soy artista.
Soy escritor.
O mejor: soy poeta.
Hoy todos dicen ser lo que no son.
El auto denominado artista resulta que no sabe nada de la Historia del arte y, en consecuencia, no entiende nada de corrientes ni estilos. No pinta ni esboza. No comprende. Se le va el día meditando ese arte suyo que algún día (quién sabe cuándo) plasmará en un lienzo. Al final, asegura, sorprenderá a todos con su inigualable destreza. Nunca sorprendió a nadie porque nunca hizo nada respetable. Ah, pero eso sí, no sale de las galerías, a donde va a practicar su verdadero arte: el de las relaciones públicas.
El escritor, que con su enorme talento no logra salir bien librado de sus laberintos sintácticos, juzga cuanta obra se le cruce por sus ojos. "Muy mediocre", sentencia. "¿Literatura mexicana? No gracias, prefiero a los franceses". Despotrica por aquí y por allá. Juzga sin conocer y aniquila jóvenes carreras con sus reseñas ácidas (sin fundamento, claro) en distintos suplementos culturales.
De su propia obra se sabe poco. Lleva años hablando de esa novela suya que eclipsará todo lo escrito por Carlos Fuentes. ¡Qué digo Fuentes! ¡Quiten a Elizondo, Melo y Tario de los estantes, que ya viene mi obra! Dice que se ha tardado demasiado porque no le llega la inspiración, que sus musas lo abandonaron y muchas tonterías más. Al final no escribió nada. Tampoco leyó nada más porque, asegura, ninguna obra merecía ser leída.
En este mundo nuestro hay mucha ansiedad por ser reconocido. Por pasar, por lo menos en sus círculos sociales, como lo que no son. Y la verdad que no les importa. Basta con el reconocimiento de los cercanos, lo demás son patrañas. ¡Venga la presentación de mi nuevo libro! ¡La nueva exposición! ¡Las entrevistas con los reporteros de la fuente! Las tres cosas ocurren todos los días en la ciudad de México con tanta frecuencia como panes salen del horno.
Al final la verdad es una: el pintor, pinta; el escritor, escribe. Lo demás (las exhibiciones y las publicaciones) vendrán a su tiempo, sin prisas, si es que tienen que llegar. El oficio de alguien también llega. No es asunto de auto denominaciones.
Por suerte, queda un consuelo: el tiempo pone todo en su justa dimensión. Algunas contadas obras se leerán por varias generaciones; las otras irán directa e irremediablemente a la trituradora de papel.

26 julio 2010

Con afecto para Juan Hernández Luna

Poco se supo de su muerte en el ámbito literario de nuestro país. Acaso se deba a que nunca perteneció a ninguna mafia cultural de ningún tipo. Esa debe ser la razón, aunque no lo podría afirmar con certeza. Lo que sí sé es que con el fallecimiento, el pasado 8 de julio, de Juan Hernández Luna, México perdió a uno de sus escritores más destacados.
Sin grandes aspavientos, Hernández Luna renovó la novela negra de nuestro país (y la literatura en general, por supuesto) al describir con la precisión de un cirujano el lado más sórdido de la ciudad de México, incluidos sus decadentes y corruptos habitantes.
Con un lenguaje sucio y corrosivo, y una crítica siempre punzante e incómoda, el autor de Cadáver de ciudad siempre cautivó a sus fieles lectores, de México y el extranjero, que nunca dejaron de maravillarse con sus espléndidas tramas detectivescas y sus queridos personajes alimentados por la marginación y la rabia.
En su obra no hay desperdicio. Algunas de sus libros, ahora clásicos, son: Me gustas por guarra, amor, Las mentiras de la luz, Yodo, Tijuana dream, Quizá otros labios y Tabaco para el puma, en el que apareció por primera vez su entrañable personaje Skalybur, el Inmortal. Esta última obra fue galardonada con el Premio Internacional Dashiell Hammett a la mejor novela policiaca en español durante la Semana Negra de Gijón.
Diez años después, en 2007, repitió aquella proeza con su novela Cadáver de ciudad (continuación de Tabaco para...), en la que nos narra, con Skalybur de nuevo como protagonista, una intrigante historia que explora el mundo gore de la pornografía y la prostitución, mientras revela cómo se tejen complejos mecanismos de poder alrededor de las sectas.
Las misiones del mago Skalybur son dos: la primera, en teoría sencilla, es aclarar la castración de un millonario pervertido a cambio de obtener un cheque en blanco; la otra, esta sí nada fácil, es ¡desaparecer el Ángel de la Independencia! Se trata de una novela poderosísima que muestra al Hernández Luna más maduro.
Según leo en las pequeñitas notas periodísticas que contados medios publicaron, Luna murió a los 47 años, víctima de un paro respiratorio, luego de haber estado hospitalizado durante varios días.
Un pequeño homenaje
Conocí a Hernández Luna el 1 de febrero de 2007. Luego de perderme durante varios minutos por distintas calles de la colonia Santa María la Rivera, esto gracias a la torpeza de la chica de prensa que me dio equivocado el número de su departamento, llegué con el objetivo de entrevistarlo por la publicación de su novela Cadáver de ciudad.
En extremo amable y ajeno a cualquier tipo de formalismos e intelectualidades, me recibió como si fuera aquel viejo amigo al que no ha visto hace mucho tiempo. Me invitó a pasar a su pequeño estudio y ahí mismo, sin advertirlo, comenzamos a charlar de sus tres grandes pasiones en la vida: las mujeres, la literatura y el futbol.
Recuerdo que quedé maravillado con su peculiar librero, construido por él mismo con tablas como peldaños y tabiques que servían para separar cada una de ellas. Entre sus muchos libros vi mucha literatura detectivesca: mucho Hammett, mucho Chandler. También vi por ahí algunos títulos de Paul Auster y hasta un cancionero de José Alfredo Jiménez.
Durante poco más de dos horas hablamos de libros, música y política. Hablamos del asesinato de Luis Donaldo Colosio, la devaluación del peso y de la terrible sensación de Luna, “de que al país se lo llevaba la chingada; uno se preguntaba: ‘pues qué está pasando’”. Aún tengo presente que, totalmente molesto, expresó: “Cuando las sociedades no ven futuro, tienden a derechizarse”.
Meses después lo volví a ver. Necesitaba hacer un reportaje sobre literatura negra y quería saber su opinión. En esa ocasión nos citamos en el café de chinos que se encuentra en el parquecito donde está el quiosco Morisco. La idea era tomarnos un cafecito, pero el restaurante estaba cerrado, así que fuimos a comer a una pequeña fonda donde se puede probar "la mejor salsa molcajeteada del rumbo", a decir de Luna. No estaba equivocado: ¡Estaba buenísima! ¿Qué lugar era? No lo recuerdo.
La tercera y última vez que lo vi fue una mañana, muy temprano, cerca del metro Revolución. Me invitó a asistir a uno de las pláticas que dio a un grupo de policías, como parte del Programa de Literatura "Siempre Alerta", que consistía en acercar la lectura a cuerpos policiacos y de bomberos.
Después de esa vez no volví a verlo. Me enteré de su premio Dashiell Hammett, incluso publiqué la nota en el periódico, pero nada más. Ni siquiera volví a hablar con él.
Ahora ya no está; sin embargo, permanece lo más importante: su gran obra literaria. Para un escritor, no hay nada más gratificante que releer sus libros de principio a fin. Que así sea.
Descansa en Paz, Juan.

20 julio 2010

Gangster... de película!!!

Sentado en una de las esquinas de su viejo escritorio en su viejo despacho, el no menos viejo John Cadwell no entiende qué ocurre. Es claro que las cosas han cambiado, que el mundo es otro, pero jamás se imaginó que la gente descartaría de plano sus servicios. Tras 53 años de trabajo, no tiene familia, tampoco amigos. Su única fiel compañera es una Colt M1911 que hace mucho no utiliza.
Esta es la triste historia de “JC”, un extraordinario y antaño célebre detective privado que –sin siquiera advertirlo– se convirtió en algo menos que una atracción de circo. De ser un elemento vital para mantener a raya a estafadores y asesinos, transmutó en un estereotipo tan cultivado por aquellas películas de gángsters de los años cincuenta.
Atrás quedaron sus grandes glorias, como aquella vez que capturó, él solo, a una temible banda que traficaba alcohol. O esa otra ocasión en la que descubrió que una “afligida viuda” había envenenado a su marido con tal de cobrar las jugosas pólizas que la tenían como única beneficiaria.
Ahora ya nadie requiere de su asistencia. Gente mayor se sorprende al enterarse que aún existen detectives en pleno siglo XXI, mientras que los más pequeños no pueden creer que alguna vez hubieran actuado fuera de las películas.
Como he dicho, en este momento Cadwell se encuentra sentado sobre su escritorio. Acaricia su Colt M1911 y pasa una y otra vez los dedos sobre sus iniciales troqueladas en la cacha de la pistola. Está profundamente triste. A estas alturas no hay nada que lo consuele. ¡Y ese maldito teléfono que no suena!
POBRE Y SOLITARIO
Cadwell es dueño de una mirada fría y analítica, idéntica a la que tienen los gángsters en los mejores filmes de Hollywood. Usa traje, sombrero y siempre trae un cigarrillo colgando en la comisura de sus labios, lo cual también es bastante cinematográfico. Por si eso fuera poco, es parco con las palabras, habla únicamente para lo indispensable y casi siempre es para proferir amenazas acartonadas como: “Se te acabó tu suerte, despídete de este mundo”, o “Nos veremos en el infierno, cuenta con ello”.
No es que copie todas esas actitudes de las películas, no, eso no. Al contrario. Han sido los cineastas los que se han alimentado de personajes como él para contar sus historias. Aún recuerda la ocasión en que un tal Robert Wise le pagó varios dólares por unos retratos: con sombrero, mostrando la pistola en primer plano, de perfil con su inseparable cigarrillo y uno más sentado en su escritorio.
Después, para su asombro, ¡se vio él mismo en el cine! No es que fuera él, pero sí alguien muy parecido. Con la misma vestimenta y las mismas actitudes. Desde entonces se interesó en ver más películas del mismo género hasta convertirse en un verdadero conocedor.
Se leyó todo Hammett, Chandler, Gardner y, ahí sí, copió algunas características –tanto físicas como psicológicas– de los detectives de las novelas. Consideró que eso lo permitiría obtener una personalidad aún más agresiva, tan necesaria en los barrios bajos por donde actuaba.
Así que, como sus ídolos literarios, prefirió vivir solo, sin lazos sociales y familiares, que ahora los veía tan amenazadores para su integridad como el mundo corrompido en el que se movía.
Por un momento estuvo a punto de flaquear, le dieron ganas de casarse, tener hijos y olvidarse de todo. Irse al campo, tal vez. Pero le bastó leer a un especialista literario que hablaba sobre la figura del detective, para convencerse que iba por el camino correcto para ser admirado por todos.
Leyó emocionado: “El detective privado posee la sofisticación e insensibilidad de las grandes ciudades. Es golpeado, tiroteado, asfixiado y drogado, pero sobrevive porque sobrevivir forma parte de su naturaleza. Soltero, pobre y solitario, continúa siéndolo por su propia voluntad, preservando su incorruptibilidad con la soledad, que también es una medida de su singularidad. “El detective privado no encuentra ninguna salida en medio del concreto y los rascacielos que lo ahogan. El horizonte gris y frío será el ambiente en el que tendrá que luchar su batalla diaria, con la lluvia sobre su cabeza y su sombra como única compañía”.
Eso fue suficiente para que dejara todo y adoptara una actitud novelesca, tan dramática como irreal. Era un romántico que se había enamorado de esa imagen desolada e inconsolable. Muchos lo veían con verdadera admiración y eso le encantaba.
INADAPTADO SOCIAL
Lástima que las cosas dieron un giro que no se esperaba. Los detectives privados pasaron de moda y ya nadie le volvió a hablar para atrapar a un criminal o asesino. Así como ellos desplazaron en su momento a los vaqueros, ahora los detectives habían sido hechos a un lado por un puñado de Agentes Federales, elementos del FBI y demás organizaciones de seguridad.
También la actitud de las personas cambió radicalmente. Ahora lo veían como un inadaptado que además de usar ropa anticuada, tenía costumbres rarísimas como ¡escribir aún en libretitas y encender sus cigarros con cerillas! Nunca se imaginó que viviría este cruel momento.
Ahora el dramatismo era real. Y cómo no, si el mundo en el que todos lo admiraban ya no existía. Era un hombre viejo que ya no pertenecía a este mundo. Tan exigua era su imagen ahora que nadie notaría su ausencia.
No le quedó otra opción que alejarse para siempre de ese mundo ingrato que lo olvidó para siempre. Así que se puso su gabardina, se colocó el sombrero, encendió un cigarro y se perdió –como en final de película– entre las solitarias y oscuras calles por las que caminó con rumbo desconocido para vivir su fantasía en otra parte...
(Juan Carlos Aguilar García)

12 julio 2010

Pequeño monstruo!!!

Todos los días, desde que tiene memoria, y hasta ahora, que ha cumplido ocho años, el niño ha permanecido recluido en el mismo lugar: un pequeño cuarto de dos metros cuadrados en el sótano de la casa. Siempre encerrado…y solo. No comprendía eso, como tampoco el hecho de que su mami llorara cada vez que lo observaba, ni que su papi le pegara con tanta rabia en todo su cuerpo mientras le decía que era un pequeño monstruo, un castigo de Dios.
El niño con aquel cerebro deforme, con esa enorme lengua babeante siempre de fuera, con esos enormes ojos sin párpados, como de reptil, que escudriñaban cada objeto que pasaba frente a sus ojos, no entendía nada.
Y no le preocupaba realmente, pues su único anhelo en la vida era pararse junto a la pequeña ventana para poder ver el mundo exterior. Era apenas una pequeña apertura que le ofrecía una visión parcial, fragmentada, pero que era suficiente para imaginar cómo eran las cosas allá afuera. Él nunca había salido porque sus papis se lo tenían absolutamente prohibido. Asustaras a todos, ¿en verdad no lo entiendes? Pero papi, yo soy bueno y quiero jugar con los demás niños. Cállate, maldito monstruo, ojalá te mueras pronto.
Luego venían los brutales golpes durante muchos minutos. Y él gritaba y lloraba, pero a su padre no le importaba; cada vez le pegaba más fuerte hasta que lo dejaba sangrando por todos lados.
ENGENDRO MALDITO
…mi papi no me quiere, tampoco mi mami… a diario me dicen que hubiera sido mejor que no naciera, pues así no sería una carga para ellos… una vez mi mami me dijo que le daba asco, repulsión (¿qué significa la palabra repulsión?) y que deseaba matarme, pero que no tenía el valor… yo lloré mucho y quise abrazarla porque la quiero, pero se alejó de mi muy espantada y se puso a llorar...luego vino mi papi y se enojó mucho y empezó a pegarme con un palo…como siempre…
El niño-monstruo nació prematuro, a los cinco meses y medio, lo que provocó que varias partes de su cuerpo no se formaran correctamente. Sus piernas, extremadamente débiles, lo mantenían en pie de puro milagro, mientras que sus brazos eran tan delgados que cualquier esfuerzo hubiera derivado en una grave fractura. Tampoco se alcanzaron a formar sus párpados, lo que combinado con sus prominentes pómulos y sus gruesos labios, le daban la terrible apariencia de un renacuajo adulto.
Su modo de caminar era especialmente extraño. Todo su esqueleto se balanceaba de un lado para otro y parecía que en cualquier paso perdería finalmente el equilibrio. Esta imagen reforzaba la idea de que su cuerpo contrahecho estaba incompleto, como si le faltaran algunos huesos. No le faltaba nada, sin embargo esa era la impresión que daba.
Pero eso no era todo. Su lengua siempre afuera, con su labio inferior colgado, sin voluntad, provocaba una pronunciación arrastrada: un elemento más que completaba el cuadro de horror de su figura.
Todo él era un ser extraviado, grotesco, horripilante, horroroso, horrendo. Un ser falto de sonrisa, que es lo único que nos diferencia de los animales; un no humano… un monstruo.
PLAN MACABRO
…mi papi me dice que yo soy el culpable de todas sus desgracias, que soy una carga para él… dice que en un principio fui un niño muy esperado, pero que me deseaban bonito, con ojos azules y cabello dorado, con un cuerpo fuerte, proporcionado, sonriente y que en cambio yo era lo peor que le pudo haber pasado…
…lo interrumpí para pedirle perdón y para decirle que lo amaba mucho porque me había regalado la vida…pero me dijo que me callara y luego repitió palabras que nunca olvidaré: te odio una y mil veces y nunca dejaré de odiarte, ojalá te acabes de pudrir en el infierno de donde nunca debiste haber salido maldito engendro…
Alguna vez sus padres pensaron en regalarlo a un circo de fenómenos. Pero, cosa insólita, ninguno lo quiso porque espantaba a los otros freaks. Freak dejando con la piel enchinada a otros fenomenos, una locura. Así que no quedaba otra opción que matarlo a golpes y luego quemarlo.
Eso era algo seguro, o es que acaso ¿alguien reclamaría la presencia de este pequeño monstruo? Hubiera sido muy fácil asesinarlo, de no ser porque sus padres lo subestimaron demasiado. Por su apariencia física, se les olvidaba que era un niño intelectualmente sano que no sólo comprendía cada palabra que escuchaba, sino que era capaz de desarrollar, como cualquier otra persona, sentimientos de odio.
APRENDIZAJE MORTAL
Luego de ser el único sentimiento que sus padres le ofrecieron en su corta vida, el niño lo asimiló perfectamente: aprendió a odiar. Odio su fealdad, su falta de párpados, tener ese deforme cuerpo en carne viva; odio su encierro, los golpes, odio a sus padres…
Después del odio, vino el fuerte deseo de convertirlos en alguien como él, tal vez así lograría un poco de cariño. Cuando papi y mami fueran la próxima vez para pegarle, los masacraría a palos y luego casi quirúrgicamente les quitaría la piel y los párpados y los convertiría en dos horrendos engendros como él. Les daría la más sincera bienvenida a su infierno.
Esto que les cuento ocurrió hace un par de años. Ahora sus padres están recluidos en el sótano y pasan los días sentados frente a la pequeña apertura desde donde se puede ver el exterior. Papi y mami no tienen párpados ni piel: ahora lucen los músculos rojos y sangrantes.
Todos los días, cuando empieza a morir la tarde, el niño se levanta, va por el palo y comienza a descargar su ira contra ellos. Lo hace con una fuerza que nadie pensó que tenía. Y mientras, papi y mami se retuercen de dolor, gritan, gimen. La imagen de sus rostros ahora es solo una: la boca abierta en pleno grito y esos ojos sin párpados, desorbitados, que suplican un poco de piedad.
(Juan Carlos Aguilar García)

30 junio 2010

Alarma! llega al número 1000!!!

Juan Carlos Aguilar García
Para 1963, los mejores tiempos del temible capo Vito Genovese habían quedado atrás. Luego de ocupar el peldaño más alto en la Cosa Nostra y de tener una gran influencia política, presenciaba la llegada de una nueva camada de jóvenes mafiosos –con un método mucho más siniestro– en la cual él ya no tenía cabida.
El mundo del hampa (y el mundo en general) llegaba a niveles de violencia que ingenuamente se creían inalcanzables. Ese mismo año, por ejemplo, nos enteraríamos del asesinato del presidente John F. Kennedy. Se respiraba, pues, un aire enrarecido que, seis años después, terminaría por contaminar completamente un tal Charles Manson con sus atroces crímenes en la mansión de la actriz Sharon Tate, en Beverly Hills.
En México, las cosas no eran muy diferentes. La gente aún se estremecía al recordar los escabrosos asesinatos de Gregorio Goyo Cárdenas, El estrangulador de Tacuba, cometidos a principios de la década de los cuarenta.
Este apenas sería uno de los innumerables casos que se vivirían en el siglo XX, tan pródigo en terribilísimas historias de crímenes. Vendrían después casos escabrosos como los del desequilibrado Higinio Sobera de la Flor, el del luchador Pancho Valentino, el mata curas, y uno más que paralizaría a todo un país: Las Poquianchis.
LLEGA ALARMA!
En este contexto fue que surgió, el 17 de abril de 1963, el semanario Alarma!, dirigido por Don Carlos Samayoa Lizárraga. Desde su aparición, se convirtió en la más emblemática de las de su tipo. Heredera de publicaciones como Crimen, Alerta, Manos arriba y Magazine de Policía, esta nueva publicación se caracterizó desde el principio por su contundencia, al llevar lo sangriento a niveles demenciales.
Su sello distintivo: fotografías extremadamente crueles. Son bofetadas al inconsciente que nos recuerdan nuestra fascinación por la muerte. Cuerpos calcinados, mutilados, ¡sin rostro! Todo a página completa y con el mayor acercamiento posible. La contundencia también se apreciaba en su logotipo: la palabra “alarma” escrita con un dedo sangriento ante el cual nadie puede mantenerse inmune. Y abajo, la leyenda que no deja lugar a la duda: “Únicamente la verdad”.
Por sus páginas lo mismo han desfilado asesinos en serie, ladrones, funcionarios, maniáticos, amas de casa, niños e incluso animales, en un siniestro ejercicio de democracia: en determinado momento, cualquiera (incluso tú, que lees esto ahora) puede ocupar algún espacio entre sus secciones; no se discrimina a nadie por más inocente que se pretenda ser.
Así ha sido en este casi medio siglo de historia, sólo con una interrupción de cinco años –de mayo de 1986 a junio de 1991–, tiempo durante el cual no se publicó la revista. Fuera de esa suspensión, todo ha sido un fiel espejo del lado oscuro del hombre y de lo que éste es capaz de hacer en circunstancias límite.
Así se puede advertir en la edición que tiene el lector en las manos, la número mil, tal y como se pudo leer también en el primer número, hoy clásica, por la cual muchos lectores estarían dispuestos a pagar varios miles de pesos.
¿Cuál fue la portada de ese primer número? ¿Qué informó en aquel entonces el semanario policiaco más importante del mundo?
LA PRIMERA PORTADA
Se trató de la historia de una ex vedette venida a menos que de un día para otro fue recluida en la cárcel de mujeres, acusada de contrabandear casimir inglés.
Raúl Suárez, el reportero que cubrió la nota, escribió: “En las páginas siguientes encontrará el lector una versión completa del sensacional caso de una linda y joven mujer que fue artista, comerciante y hoy, presa”.
Su nombre era Aida Araceli Farrera Carrasco, quien gozó de las mieles del éxito “en la época del desnudismo en el cine gracias a su maravilloso cuerpo y a su distinguida presencia que la llevó al mundo de las cámaras y las tablas”.
Sucedió que luego de su paso por el medio artístico, del cual se retiró debido a la crisis del medio, decidió incursionar como comerciante.
No contaba con que agentes de la Procuraduría de la República catearían indebidamente su casa, y que luego sería conducida a una cárcel preventiva, para finalmente ser recluida en la cárcel de mujeres de Iztapalapa, sin siquiera ser enjuiciada.
El reportero sacaba jugo de esta sensacional historia al redactar del siguiente modo: “La escultural y bella ex vedette estaba acostumbrada a las candilejas, al bullicio de los públicos y al esplendor de la popularidad. No obstante, hoy en su entorno todo son sombras, rejas y silencio”.
En tanto, la ex vedette clamaba justicia: “Soy inocente, soy inocente. Esto es un error. Confío en la gente y la justicia, pues tengo la documentación de los casimires. Esto no es más que una experiencia más en mi vida y no me dejaré oprimir ni abatir por las circunstancias”, afirmaba en entrevista la demacrada Aida.
Con esta peculiar nota, que hoy no podemos dejar de calificar como ingenua, daba inicio todo un estilo periodístico para abordar los acontecimientos policiacos.
Un estilo liderado por el maestro Samayoa Lizárraga, autor del celebérrimo “Matóla, violóla y encostalóla”, que hasta la fecha conserva el actual director.

27 junio 2010

Miedo de campeón!!!

Juan Carlos Aguilar García
Visto a la distancia, Joe “The Hammer” Hamilton era un hombre colosal. Su cuerpo entero era una mole de más de 120 kilos construida sólo de músculos. Era tan fuerte que una buena combinación de sus puños hubiera sido mortal para cualquier ser humano. Visto así -y no podía verse de otro modo- era tan peligroso como una Beretta 9mm colocada en medio de nuestros ojos por un maniático.
Sin embargo, a una corta distancia, esa fortaleza mostraba fisuras: su rostro, con una hinchazón que ya formaba parte de su fisonomía, tenía cicatrices profundas, huellas indelebles del tortuoso camino que había elegido para resarcir las carencias que padeció en la infancia. En el box hay dinero, y mucho, le habían dicho. Así que no lo pensó dos veces y al día siguiente abandonó la escuela para ponerse a entrenar como una fiera desbocada. Tenía 14 años.
Sólo que ahora esa fiera comenzaba a cansarse. Más que eso. Estaba herida de muerte y cada día le costaba más disimularlo. Ya no era el chico de pegada durísima y movimientos rápidos. Era ágil, por supuesto, y fuerte, muy fuerte, pero no tanto como para enfrentar a un “toro” como él pero veinte años más joven.
Abajo del ring, le hubiera ganado con una mano a quien se le pusiera enfrente, pero arriba era otra cosa. Un golpe bien conectado de un peso completo, podría mandar al otro mundo y sin escalas a cualquiera. Él mismo había realizado tal proeza (si es que así puede llamársele) en un par de ocasiones, durante las dos primeras defensas de su título de peso completo.
Había luchado tanto por ese cinturón que no estaba dispuesto a perderlo tan fácilmente. “Quien quiera arrebatármelo, antes tendrá que matarme”, le gustaba declarar ante la prensa.
Literalmente fueron peleas a muerte. La primera de ellas, contra Arthur Lee, “El aniquilador”, terminó en el octavo round. Joe Hamilton soltó su furia desde el primer asalto y no bajó el ritmo ni un instante. Durante los 24 minutos que suman los ocho asaltos no dejó de mandar golpes sobre la humanidad de Lee… hasta que, luego de un poderosísimo gancho al hígado, lo mandó fuera del ring. Murió cinco minutos después con los órganos totalmente destrozados.
La otra pelea fue contra Roger Scott. Esta vez la estrategia de “The Hammer” (El martillo) fue machacar la cabeza de su contrincante. En los 12 rounds no dirigió un sólo golpe al cuerpo, todos fueron al rostro. Terminó con los ojos botados, totalmente fuera de sus orbitas, la nariz metida en el rostro y la quijada hecha añicos. Murió luego de 30 días de agonía en el hospital. Su familia lo reconoció solo por el diente de oro que adornaba su sonrisa.
MIEDO DE CAMPEÓN
Pero todo esto eran sólo buenos recuerdos de una época que se le escurría como arena entre las manos. En todo este tiempo él no había salido muy bien librado. Su nariz, completamente deformada, tenía múltiples fracturas que durante los últimos años le habían impedido una buena respiración. A todas horas se sentía sofocado, constipado, lo cual lo obligaba a respirar por la boca.
Sus puños lucían afectados por los miles de golpes que había repartido a lo largo de los veinte años que tenía como profesional. Deformes y con las venas saltadas, ya no tenían la misma fuerza de antaño y él lo sabía. Se sentía débil y con la misma sensación que se tiene cuando se anda con el estómago vacío.
Ahí, parado delante del espejo de cuerpo completo, por primera vez tuvo miedo. Mucho miedo. En una hora realizaría su pelea 112, a la que llegaba con un récord sorprendente: 108 encuentros ganados (96 por nocaut), tres empates y sólo una derrota: Jim Tyler había sido el único que le había hecho ver su suerte. No sólo le quitó lo invicto, sino que fue el primero que logró derribarlo. Él y Tyler volverían a enfrentarse esta noche y ese era el origen de su miedo.
LA PELEA DE SU VIDA
Joe Hamilton entendía que había comenzado su caída. Podría perder el título y luego encharcarse en una racha de derrotas que lo hubiera obligado a tocar fondo. Como retador, su sueldo se reduciría a la mitad e incluso comenzarían a programarlo en plazas poco importantes. Sería más una atracción de circo que “The Hammer”, el invencible. Los niños pedirían tomarse una foto con “el viejo” Hamilton y él, con la necesidad en el estómago, lo haría con mucho gusto hasta por medio dólar.
Por eso esta pelea era la más importante de su vida. Si ganaba, las cosas podrían ser muy diferentes, ganaría unos cuantos millones de dólares más y luego se retiraría dignamente. Algo que se antojaba complicado si se veía el historial de Tyler, que era más discreto pero igual de increíble: 57 peleas: 56 ganadas por nocaut, y una derrota contra Hamilton, quien le ganó por decisión.
Tyler sabía perfectamente que para superar al maestro tenía que matarlo. Eso es lo que quería hacer esa noche, era su más anhelado sueño.
En unos minutos, las bestias se aniquilarían en uno de los más sangrientos combates de la historia del box.
Tyler estaba listo. Tenía una condición física perfecta y no adolecía absolutamente de nada. Era una máquina asesina…
Hamilton, por su parte, se sentía algo débil, aunque con la confianza de tener 55 peleas más de experiencia. Sabía cómo conservar su energía para cuando en verdad la necesitara. No era tan rápido, pero tenía un excelente movimiento de cintura. Todo estaba bien, excepto por ese cosquilleo en las manos que no lo dejaba en paz.
Al final se olvidó de todo, se puso su bata de seda azul y salió de su camerino para enfrentar su propio destino…

17 junio 2010

Estrella de YouTube!!!

Juan Carlos Aguilar García
De pie, con el rostro cubierto con un pasamontañas, el hombre no para de golpear a la víctima con fuerza. Una y otra vez, sin descanso, sus puños se estrellan en el estómago de aquel narco de tercera categoría, muy abajo en la enorme red de quienes conforman este mercado. Luego patadas y más puñetazos, sin piedad ni dirección: en el estómago, en la espalda, en la cabeza… en su sonrisa desdentada…
Lo hace con mucho rencor, aunque es la primera vez que lo ha visto. Y es que en este negocio no es preciso conocer a la persona para odiarla en cuerpo y alma; basta con saber que es de “los otros” para que el rencor se incube en el cerebro y al final salga por los puños, como sucede ahora con el encapuchado.
– ¿Para quién trabajas hijo de la chingada?, grita el victimario con esa voz que rompe el monótono sonido de los puños golpeando aquel costal de piel y huesos.
– Para Enrique Saldívar.
–Repítelo…
–Enrique Saldívar.
El encapuchado se detiene un momento, enmudece. Sus ojos casi se salen de sus orbitas y su boca queda completamente abierta, aunque esto nadie lo nota por el pasamontañas que cubre su ahora sorprendido (por no decir espantado) rostro. Sus puños se aflojan, ahora son como de plastilina y no podrían matar una mosca, ni siquiera alterar su vuelo.
Casi de milagro logra salir de su espasmo. Entonces en su rostro todo vuelve a su sitio y logra rehacer sus puños, que comprime con más fuerza y que lanza en tres ocasiones al amoratado rostro del pendejo dealer que creyó que esto del narco era cosa fácil.
El victimario se siente otra vez fortalecido, seguro. Entonces vuelve con su andanada de preguntas.
– ¿Dónde trabaja tu jefe?
–En Nuevo Laredo.
–Repítelo.
–Nuevo Laredo.
– ¿Cuándo planeaban atacar a nuestra gente?
–En tres días, en Monterrey.
–Repítelo.
– En tres días, en Monterrey.
LA LEY DEL NARCO
Esa fue la última pregunta. Después nada, ni un solo golpe más. Entonces el victimario –y esto la videocámara lo registra con lujo de detalle– saca un enorme cuchillo de una bolsa y lo muestra a la cámara. Luego se dirige al pendejo narquito de cuarta, que permanece con cinta canela sobre sus ojos, y le levanta el mentón.
El narquito es pendejo pero no tanto. Sabe que cuando eso ocurre, el interrogatorio terminó y que no le quedan más de dos minutos de vida. Entonces se retuerce y alza sus puños –también atados con cinta canela– en un intento por detener lo inevitable, por tratar de alejar ese filoso cuchillo de su cuello. Se retuerce y gime, chilla, pero a estas alturas nada lo salva.
Un solo golpe en la panza lo pone quieto. Es en este momento cuando el victimario le pone el cuchillo en su percudido cuello al pendejísimo vendedor de grapas que ni siquiera llega a ser un pez pequeño: es apenas un renacuajo. Lo de Enrique Saldívar nomás lo dijo porque pensó que eso le salvaría la vida, la verdad es que ni siquiera conoce al temible capo.
Al principio el encapuchado duda, aunque la verdad ni siquiera tendría por qué, pues su destino ya está escrito. Si mata o no a la víctima, de cualquier modo lo asesinarán, eso es un hecho, más si es gente de Saldívar. Le tocará estar sentado, atado de manos y de pies, y lo golpearán hasta el cansancio. Ya se ve madreado y hasta decapitado. “Nada más recuerda que de este negocio no sales vivo; un día te toca agasajarte, dirigir el pedo, pero al otro amaneces sin cabeza y ya. Esa es la ley del narco”, le advirtieron cuando se metió de sicario.
MENSAJE SANGRIENTO
Todos estos recuerdos se le agolparon en la mente antes de decir “ya valiste verga” y de cortar de un tajo el cuello del pendejete narquillo. Cuando lo hizo ya no se detuvo. Hizo un corte rápido y la sangre salió a borbotones. Repitió la operación dos veces más. Apenas cuatro segundos y el cuerpo quedó inconsciente; cuatro más y murió por desangramiento. No sufrió. Los espasmos del cuerpo eran sólo convulsiones naturales, nada más.
El encapuchado forcejea un poco con la tráquea, pero al final termina por quebrarse. Ya desprendida, agarra la cabeza de los cabellos y la muestra a la camarita. “Esto es lo que les va a pasar a todos los traidores”, dice, pero sabe perfectamente que el siguiente será él. Alguien le pone stop a la grabadora. Es hora de quitarse el pasamontañas.
Aunque está tranquilo, su rostro muestra miedo, mucho miedo. ¿Cuándo vendrán por él? ¿Y si en este preciso momento saliera huyendo? Tal vez podría burlar a la muerte…
¿Qué se siente cuándo un cuchillo corta el cuello? Tal vez ese sea el único dolor. Un balazo sería mil veces mejor. Ojalá que mis asesinos no lo hagan despacio, piensa.
ESTRELLA DE YOUTUBE
Sabe que la gente de ese tal Saldívar es extremadamente sanguinaria. De sus hombres son los miles de descabezados de mujeres y niños que aparecen cada semana en los periódicos. Ellos jalan parejo, aunque no estén metidos en este negocio.
Sabe también que Saldívar compra prácticamente a cualquiera, lo ha hecho así con hombres de cárteles enemigos. Posiblemente ya lo ha hecho con sus propios compinches. Por cierto, ¿dónde están sus compañeros?
Piensa en esto cuando sus dos cómplices, que apenas conoce, entran a la habitación. Vienen encapuchados. Uno de ellos trae en las manos una cinta canela. Lo invitan a sentarse en la misma silla que hace unos minutos ocupó el otro hombre. No se resiste, al contrario, colabora en todo lo que puede. Sabe que nada podría salvarlo. Además, se prometió que cuando llegara este momento no chillaría, eso nunca, sino, ¿qué dirían sus hijos cuando lo vieran en YouTube?

20 mayo 2010

El realismo mágico de Ulises Licea

Juan Carlos Aguilar García
Todo es posible en el universo pictórico de Ulises Licea. Ahí no existen límites ni prejuicios, mucho menos mesura. Las extravagancias son tan comunes que retan toda lógica. El resultado: una realidad trastocada, hecha polvo.
¿Surrealismo? Él prefiere llamarlo “realismo mágico”. Pero nada importa, no al estar parado frente a uno de sus cuadros.
En uno de ellos, por ejemplo, se ve un gran bacanal, muy en el estilo de los que nos regaló el Barroco. Hasta ahí todo transcurre con normalidad... hasta que en un lugar de la mesa, en un rincón, se ve ¡un Gremlin! Y junto con el vino y el pan, cervezas Corona, latas de Coca Cola y hasta bolsitas de papas Sabritas.
Pero la sacudida apenas comienza. En sus cuadros lo mismo pinta un Cristo crucificado con un tatuaje de Bart Simpson en el pecho (también clavado en la cruz), que reinterpreta muy a su estilo el cuadro “Adoración de los Reyes Magos”, de Rubens, en el que desfilan desde muñecos de Superman y Buzz lighyear —el guerrero espacial de Toy Story—, hasta un vampiro de peluche sostenido por el Grinch; en el fondo, Santa Claus.
La lista de elementos discordantes incluye también a Sherk, Bugs Bunny, un Winnie Pooh nazi, Salma Hayek interpretando a Frida Kahlo, la Virgen María o modelos Versace, todos ellos insertos en escenarios que remiten a los evocados en las pinturas barrocas de principios del siglo XVII.
Pero, ¿qué dice el mismo Licea (Nezahualcóyotl, 1970) de este agradable desbarajuste entre lo clásico y personajes del mundo actual?
“Me divierte mucho hacerlo. La idea es retomar ciertas cosas, ciertos mitos, y contarlos a mi manera. No puedo entender ninguna expresión artística que no remastique o revomite todo lo que vemos. Para mí, la labor del artista debe ser contar la propia versión de los hechos.
Esa libertad de la que es dueño Licea, le permite realizar obras como “La penúltima cena”— inspirada por supuesto en la obra de Leonardo Da Vinci— en la que sustituye a los apóstoles por personajes actuales; o “Las pornomusas”, una pintura llena de elementos eróticos y cuerpos desnudos que comparten el espacio con una televisión a color en la que se ven Los Simpson.
Otro ejemplo es “Alegre arca de Noé” en la que cada una de las parejas de animales está copulando. “Es un arca —explica Licea— sin este aspecto pesado de la religiosidad, de lo súper sagrado e intocable. Yo lo veo como si fuera la audición de las parejas para acceder a la embarcación. Es un cuadro alegre, provocativo. Me hubiera gustado que así me hubieran enseñado la religión”.
— ¿Cómo podrías definir tus pinturas?
—Para mí, un cuadro es una burbuja de realidad, tiene una coherencia interna y al ser yo el responsable, la modifico hasta que considero que ha quedado de la mejor manera.
—Si bien bebes de prácticamente cualquier corriente, ¿quiénes dirías que han determinado tu trabajo?
—A mí me gusta la realidad mágica, la realidad misteriosa. Mis influencias son los pintores que en un nivel representan lo inaudito de la realidad. Me gusta mucho El Bosco y el pintor expresionista Francis Bacon. El primero reproduce mundos mágicos infrahumanos o en el submundo de la realidad. Bacon me gusta porque hace una especie de realidad descompuesta de la realidad social, ese aspecto del hombre que agoniza en su propio sufrimiento y enfermedad.
LA PINTURA ES MI VIDA
Tras 20 años de pintar profesionalmente y de haber exhibido su trabajo en varias muestras colectivas y una individual en el Museo de Arte Moderno del Instituto Mexiquense de Cultura, Licea ha alcanzado un estilo preciosista de un realismo muy fino que logra transmitir no sólo texturas, sino también estados de ánimo.
Pero el camino que ha recorrido no ha sido nada fácil. Recuerda que su primer contacto con la pintura fue a través de las revistas y las páginas de los periódicos. Ahí conoció a Salvador Dalí y Pablo Picasso, así como a los artistas mexicanos más representativos.
A los 12 años tomó su primera clase formal de dibujo, pero ya desde los cinco copiaba a la perfección las estampas de Walt Disney y las caricaturas. Por eso cuando a los 10 años vio su primera exposición, una dedicada a José María Velasco, lo primero que hizo fue comprobar si podía hacer algo semejante.
“Lo primero que hice fue comprar mis óleos, pero no sabía cómo diluirlos. Entendía que era con aceite, pero no sabía muy bien. Les puse aceite de cocina y claro, mi pintura nunca secó. Mejor se apestó y se llenó de cochambre, antes que secarse”.
Pero eso no lo detuvo. Lo volvió a intentar en las bases redondas donde colocan los pasteles y que él usaba como bastidores. Lo hizo una y otra vez, todos los días, sin descanso.
“En tiempos de escuela, los sábados y domingos eran maravillosos porque podía pintar todo el día. Si me enfermaba, también era una buena oportunidad para olvidarme de la escuela y pintar. La verdad es que la escuela me quitaba el tiempo. Hacía mis tareas, pero apenas hice lo necesario para poder regresar rápido al lienzo”.
Posteriormente tuvo la oportunidad de estudiar en el Centro de Estudios de Educación Artística del INBA (CEDART) y en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Su pasión por la pintura es tal, que cuando por alguna razón no puede pintar, se carga una libreta y comienza a hacer bocetos. Si no tiene libreta, crea sus imágenes en la mente, mientras platica o ve la televisión. “Para mi no existen las vacaciones, fines de semana o Navidad, cualquier día es bueno para pintar”.
Y agrega emocionado: “Por mi manera en que me desarrollé en esto, la pintura es mi vida. Me pude haber dedicado a cualquier otra cosa y seguiría ejerciendo mi actividad pictórica. Para mí no fue un camino para alcanzar la fama o el reconocimiento, sino una actividad cotidiana de mi vida”. — ¿Cómo te defines tú mismo como artista?
—Me considero un personaje de nuestra era en la que vivimos una multi estimulación. Soy un personaje típico de la “pus-modernidad”. No me considero un artista postmoderno, simplemente pinto lo que veo.
En lo que pinto trato de representar mi aspecto emocional, el místico y hasta el sádico que llevo en el cuchillo. Es como sacar mis diferentes yo. Me gusta el color, pero también el blanco y negro, lo clásico, lo moderno, lo mexicano, lo extranjero, el humor y lo oscuro. Me gusta la televisión, el cine, las revistas y las bombas atómicas...

23 abril 2010

Jaque la rey!!!

Hace una par de semanas viví un muy buen día por varias razones. Recuperé escenas que mi memoria había enterrado y realicé otras que quería hacer desde hace mucho, pero que por cualquier razón no había podido.
Una de ellas es que ¡tuve mi primera clase intensiva de ajedrez! La verdad es que me fue bastante bien. Coloqué yo mismo las piezas en el tablero, repasé el movimiento de cada una de ellas y ¡comencé mi primera partida!
Y entonces ocurrió algo mágico. Por primera vez no tuve ante mis ojos un escenario indescifrable de piezas y movimientos. No. Por un momento todo cobró sentido, cada pieza, cada nueva tirada. Todo se veía tan lógico y razonable, y sorprendentemente me escuché a mi mismo diciendo: "Si coloco este peón aquí, podría obtener tu alfil...mmm... no, mejor muevo mi torre y bloqueo tu peón...".
Obvio, luego de algunos minutos, mis piezas (las negras) fueron desapareciendo del tablero(también mágicamente) hasta que mi rey quedó totalmente cercado (ouch!) Perdí rotundamente el juego sin comprender absolutamente nada cuando mi oponente me decía sin piedad: "Jaque... mate".
Pero no me importó, pues había tenido mi primera partida de ajedrez... Seguramente la primera de muchas... Justo ahora repasaré la colocación de las piezas y los movimientos de cada una de ellas.
Gracias por la lección NC ...

13 abril 2010

Mujeres asesinas!!!

Juan Carlos Aguilar García

“Las mujeres también matan, siempre han matado”. La sentencia es del historiador y periodista Agustín Sánchez González, y abruma no precisamente porque sea una revelación, sino porque, contrario a lo que se piensa, no han sido pocas las mujeres mexicanas que han ocupado las páginas centrales de las revistas policiacas.
Abruma porque si alguien sabe del tema, es precisamente él, quien desde hace varios años se ha dedicado a recuperar y a dar orden a los desconcertantes sucesos que desde el siglo XIX han nutrido la historia de la nota roja de nuestro país; abruma porque no deja margen de error: las mujeres asesinan ¡y de qué modo!
Abruma porque las trágicas historias no son un vago recuento de “algo que sucedió alguna vez”, sino un detallado informe de aquellas vidas colmadas de golpizas y vejaciones. Humillaciones convertidas en crímenes horrendos.
Algunas de las historias que conmocionaron a la sociedad las reunió Sánchez González en el libro “Un dulce sabor a muerte. De la Bejarano a la Miss México, un siglo de mujeres criminales” (Planeta) que pasa revista a los hechos más escabrosos ocurridos a finales del siglo XIX y principios del XX, y que fueron dados a conocer originalmente en publicaciones como “El Imparcial”, “El Popular”, “El Diario”, “El chisme”, “Magazine de Policía”, “Alerta” y ”Manos Arriba”.
Y ahí están, codo a codo, la crónica de los tormentos que Guadalupe Martínez, alias “La Bejarano”, aplicara a diversas niñas en la última década del siglo XIX, y el dantesco crimen de María Teresa Landa (representante de la belleza mexicana en 1928) que asesinó a su marido por infiel.
Y entre una y otra, numerosos casos de “autoviudas” que, cansadas del eterno maltrato por parte de sus maridos, optaron por asesinarlos. Otras más, explica Sánchez, soportaban que las golpearan, siempre y cuando no tocaran a sus hijos. “Se trata del síndrome de Sara García, de ‘mátame a mí pero no te metas con ellos’. Cuando eso no se respetaba, la actitud cambiaba y venía el asesinato”.
Ese fue el caso -recuerda el también autor de “Terribilísimas historias de crímenes y horrores”- de Trinidad Ruiz Mares, bautizada por la prensa como “La tamalera”, quien fuera condenada a 40 años de prisión por matar a su pareja, quien, pese a las advertencias, se atrevió a maltratar a los vástagos. Así que lo asesinó y luego lo mutiló; parte de su cuerpo lo arrojó a un terreno baldío, después fingió demencia… hasta que le fue imposible negar los hechos.
Por supuesto no faltan los crímenes pasionales en los que la razón es cegada por una pesada carga de celos, y al grito sollozante de “¡me engañaste!” entierran el cuchillo o dosifican el veneno en la sopa.
Estas mujeres, las criminales, son también nuestras mujeres. No todas son abnegadas, ni todas están desprovistas de maldad; no obstante (hay que ser justos) tampoco es verdad que las madres sean siempre esas personas sagradas que nadie se atrevería a insultar, mucho menos golpear. Al final, es sólo una reacción al maltrato, una liberación, aunque luego se pase una vida completa tras las rejas…

07 marzo 2010

Hammett: un escritor violento y rudo

Juan Carlos Aguilar García
Diciembre de 1922 es una fecha clave para la historia de la literatura policíaca. Fue en aquel mes, de aquel año, cuando entre las páginas de la mítica revista Black Mask apareció un cuento titulado “El camino a casa” (The road home) de un tal Peter Collinson.
La historia destacaba de entre todas las que se publicaron en aquella edición, no tanto por la trama como por el lenguaje utilizado. Había algo en él que lo hacía diferente, algo que cautivó a los lectores desde el primer párrafo: eran esas frases callejeras, más rudas y violentas, que igualaban el modo en el que se expresaban los verdaderos gángsters, y que nunca antes se habían trasladado a un relato policíaco.
Acaso sólo Carrol John Daly, con su cuento “El falso Burton Combs” lo había hecho, pero nadie más. Digamos que el camino lo trazó Daly, pero quien verdaderamente lo exploró fue Collinson, el seudónimo de un escritor de 28 años, hasta entonces desconocido en el mundo editorial: Samuel Dashiell Hammett.
Hammett, además de volcar el lenguaje callejero en sus historias, tuvo el acierto de dotarlo de literatura de calidad. Las suyas, pues, no eran tramas efectistas —como muchas de las que se publicaron por aquellos años— sino obras literarias de primer nivel comparables con cualquier otra.
Con los primeros relatos de Hammett, no sólo se gestaba una obra imprescindible para entender el género negro, nacía también un nuevo modo de narrar el desorden social que se vivía en las calles. Los policías y agentes callaron, para dar la voz a los cínicos y arribistas, a los ladrones y funcionarios corruptos. Calló la ley y la intelectualidad de los detectives y por primera vez habló la ilegalidad y la calle.
Un escritor rudo
Pero, ¿quién era Dashiell Hammett hasta antes de publicar sus primeros relatos? En la adolescencia fue mensajero de los Ferrocarriles de Baltimore y Ohio, dependiente, mozo y obrero en una fábrica de conservas. A los 13 años dejó la escuela y tuvo que emplearse casi en cualquier cosa que le ofreciera un poco de dinero.
Por fortuna, sería uno de aquellos trabajos el que determinaría su posterior carrera de escritor: En 1915, a los 21 años, ingresó en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton de Baltimore como investigador privado, en donde acumuló muchas experiencias que, por supuesto, luego vertería en sus novelas y cuentos.
De hecho, su Agente de la Continental que aparece en dos novelas y 28 cuentos está inspirado en el detective James Wright, que hablaba con un lenguaje duro y que se convirtió en un modelo para Hammett.
Después de laborar como detective durante tres años, se alistó en la Armada, sin embargo contrajo tuberculosis y obtuvo una licencia médica. La infección nunca desapareció del todo y durante el resto de su vida padeció esporádicos brotes de la enfermedad.
Una vez terminada la guerra, trabajó como publicista, no obstante pronto probó con una idea que le rondaba la cabeza desde hacía años: la literatura. El resultado fue una obra poderosa que definiría el modo de escribir novelas policíacas.
En palabras de Raymond Chandler, “Hammett era conciso, frugal y duro, pero hacía una y otra vez lo que sólo los mejores escritores pueden hacer unas contadas ocasiones. Escribió escenas que parecían no haber sido escritas jamás”.
Sus primeras publicaciones las realizó en Black Mask, lo cual era, sin duda, un muy buen inicio, pues era la pulp policíaca más prestigiosa de la época.
Los relatos que publicó a partir de 1922, luego los retomó para sus novelas. En total escribió cinco: Cosecha Roja (1929), La maldición de los Dain (1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931), y El hombre delgado (1934).
Con las primeras dos, publicadas en febrero y julio respectivamente, consiguió no sólo el beneplácito de la crítica, sino los elogios de miles de lectores. Aún hoy, los especialistas consideran que son sus mejores novelas.
Después de leer sendas historias, todos esperaban una tercera igual de interesante y propositiva. Y no defraudó. Publicó la que es su obra más conocida: El halcón maltés, que al siguiente año fue llevada al cine por el director Roy Del Ruth, aunque la adaptación más celebrada es la que realizó John Huston en 1941, en la que el detective Sam Spade es interpretado por Humphrey Bogart.
Alcoholismo y muerte
Después vendrían dos novelas más que en nada desmerecen a las anteriores, y varios relatos cortos que fueron publicados en distintas antologías. Y después... algo insólito: Dashiell Hammett, quien gozaba ya de un enorme prestigio, no escribió una sola palabra más. Se silenció para siempre.
Durante la Segunda Guerra Mundial participó en el ejército como editor de un periódico militar y una vez terminado el conflicto bélico se asoció a una organización izquierdista. En tiempos del senador Joseph McCarthy fue perseguido y encarcelado, acusado de realizar “actividades antiamericanas”, al igual que su esposa, la dramaturga Lillian Hellman.
Hammett murió un 10 de enero de 1961 y por lo menos durante los últimos 15 años de su vida los pasó bebiendo alcohol en su casa. No le interesó escribir más, como si las ideas lo hubiesen abandonado. Al morir, Hammett fue despedido con honores en el Cementerio Nacional de Arlington. Y no era para menos. Con su desaparición física se cerró un importante capítulo en la historia de la literatura policíaca.
Actualmente, la Asociación Internacional de Escritores Policíacos otorga cada año el Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett durante la Semana Negra de Gijón a la mejor novela policíaca escrita en español.

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Y esta otra: una imagen del Palacio de Bellas Artes... ¡¡Parece una pintura!!

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Una imagen que tomé en enero pasado. Se trata de las monedas que la gente deja en el sombrero de una "estatua viviente" ubicada en Motonilia, en el Centro Histórico...

14 enero 2010



Cargado originalmente por Pentax80
Imagen que tomé en Iguala, Guerrero, en noviembre pasado...

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¿Y la lectura en voz alta de los poemas de Ernesto de la Peña?, ¿la plática en CU acompañada de grandes porciones de gelatina de limón?, ¿la película de zombies en el cine (¿alguien ya vio Zombieland?), ¿la comida en La Trevi?, ¿las lecciones de ajedrez?, ¿las publicaciones de literatura?, ¿la cerveza en cualquier lugar?... ¿Y el nuevo libro?, ¿la nueva película?, ¿el sentimiento sincero?, ¿el beso no pedido?, ¿el abrazo en el que me fundo en la otra persona y me olvido de mí mismo?, ¿el fuerte deseo de ser un apoyo para el otro sin pedir casi nada a cambio?..... Quisiera saberlo, realmente quisiera saberlo......