“¡No disparen! ¡No disparen!”, suplica Muamar el Gadafi a los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT) que lo conducen entre empujones a una camioneta para trasladarlo a Sirte. Golpes y jaloneos. Excesivos para un viejo insignificante que lleva el rostro abatido y heridas graves en la cabeza y el estómago.
“¡No disparen! ¡No disparen!”, repite aquel soldado de hierro, quien durante 42 años –tiempo que duró su dictadura en Libia– mostró su lado más despiadado. Lo grita una y otra vez aunque sabe que todo es inútil. Es hombre muerto. Como las miles de víctimas para las que solo tuvo dos cosas: oídos sordos y respuestas de plomo.
Todo ocurre muy rápido. En el video que le ha dado la vuelta al mundo se observa una felicidad sin límites: ¡se ha atrapado al dictador! Pero Gadafi va aturdido, con hemorragias importantes, un detalle que nadie advierte. Las imágenes terminan ahí. En otro video el dictador ya aparece muerto…
Es entonces cuando el hombre más buscado se convierte en un trofeo. La euforia se va al cielo y los rebeldes no dudan en cambiar las ametralladoras por sus camaritas digitales. Hay que perpetuar el momento. Consignas de victoria y un sentimiento real de felicidad. Las imágenes no dejan de ser perturbadoras.
CAÍDA DE UN REY
Pero, ¿cómo sucedió todo esto? ¿Cómo uno de los hombres más poderosos de África, el auto proclamado “Rey de Reyes”, el gran tirano, el déspota extravagante, el indestructible, acabó así? Como el viejo enclenque con el que todos quieren tomarse una fotografía…
Para efectos dramáticos, puede ser que lo peor haya estado incluso un poco antes, cuando Gadafi –el millonario más exquisito y caprichoso, el hombre de los mil disfraces y gafas oscuras– permanece escondido en las viejas tuberías de un desagüe. Atrapado por el pánico y, definitivamente, queriendo huir de Sirte (algo a lo que se había resistido hasta que comprendió que todo estaba perdido), el gran dictador teme por su vida por primera vez.
No sabe qué hacer, como tampoco lo saben los cincuenta fieles hombres que lo siguieron hasta el final, y que también terminaron abatidos cuando los rebeldes, en un golpe de suerte, dieron con Gadafi.
Según la primera información que se difundió, fue un rebelde de unos veinte años quien dio con el dictador; un joven rebelde con un detalle que no deja de ser irónico: traía una gorra de los Yankees de Nueva York. El enemigo número uno de Gadafi, Estados Unidos, presente hasta en los minutos agónicos de este hombre.
Lo que ocurrió después de su muerte no fue menos dramático. Acabó tirado en el suelo –totalmente desnudo y apenas cubierto por una sábana negra– en un congelador de mercado. Durante cinco días, miles de libios visitaron el frigorífico para tomarse una fotografía con el muerto, en un intento por perpetuar por siempre esta “gran victoria”.
Pese al hedor que comenzaba a despedir el cuerpo, la población seguía sonriendo junto al cuerpo para tomarse la mejor foto y el mejor video. Horas después, cientos de fotografías y videos circulaban en YouTube, algo que Gadafi jamás pudo imaginarse.
Pese a la baja temperatura, el cuerpo no aguantó más y llegó al borde de la pudrición. Así que rebeldes decidieron enterrar al ex líder libio en una ceremonia sencilla, que fue llevada a cabo por clérigos musulmanes en el desierto. Su hijo, Mutassim, quien también permanecía en el congelador, fue enterrado en la misma ceremonia.
Y la pregunta revolotea aún en la cabeza: ¿Cómo un hombre con ese temple, que siempre exigió a sus hombres morir peleando, acabó atrapado por el terror, suplicando por su vida? Son dos Gadafis irreconciliables. Uno hubiera pensado que grabaría un video (ahora que la imagen vale tanto) en el que expondría su verdad y que el broche de oro sería su suicidio frente a la cámara. Al final, acabó como el peor de los cobardes, clamando por su vida.
LAS OTRAS VÍCTIMAS
Ahora los rebeldes festejan, ríen y brincan de felicidad. Gritan a los cuatro vientos que Libia, por fin, es libre. Todos se abrazan como hermanos, como hijos de un solo padre. Pero ¿por cuánto tiempo?
Cientos de hombres que eran cercanos a Gadafi y que ahora permanecen en prisión, han denunciado terribles torturas, maltrato y golpes. No podría ser de otro modo. Tanto los oficialistas como los rebeldes aprendieron los mismos métodos. No hay santos. ¿Quién podría negar que en este momento un futuro dictador celebra con una bandera libia?
El mismo Gadafi alguna vez lo hizo cuando en 1969 derrocó, en un golpe de Estado, al enfermo rey Idris. Como escribió Francisco Peregil en el periódico El País:
“Los vencedores de la guerra tendrán que aprender a respetar a quienes, con todo el derecho del mundo, sigan expresándose a favor de Gadafi. Hasta ahora, la victoria ha ido acompañada de represalias y venganzas. (…) El gran reto de los rebeldes ahora es olvidar todo lo que aprendieron de sus torturadores”.
Es buen momento para que los libios se detengan un momento e intenten cambiar el rumbo; para que comprendan que el tiempo de los grandes dictadores está llegando a su fin…
(Juan Carlos Aguilar García)
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